Buscar en el sitio

Contacto

BERESHIT ELOHIM MINISTERIO

bereshitelohimministerio@hotmail.com

EL RETO DE ELIAS

21.04.2014 17:00

 

“Y Elías tornó a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos y cincuenta hombres" (I Reyes 18:22). Los justos son valientes como leones: las dificultades nunca les acobardan, el número de los que están dispuestos para la batalla contra ellos nunca les causa desmayo. Si Dios está por ellos (Romanos 8:31), no les importa quién esté contra ellos, porque la batalla no es suya. Es verdad que había cien varones de los profetas de Jehová escondidos en cuevas (v. 13); pero, ¿de qué servían en la causa del Señor? Parece ser que temían mostrarse en público, por cuanto no hay indicación de que estuvieran presentes en el Carmelo. De los cuatrocientos cincuenta y un profetas reunidos en el monte en aquel día, sólo, Elías estaba al lado de Jehová. Lector, la verdad no puede juzgarse por el número de los que la confiesan y apoyan: el diablo siempre ha tenido la inmensa mayoría en su bando. Y ¿es distinto en nuestros días? ¿Qué tanto por ciento de predicadores de hoy en día están proclamando la verdad de modo incondicional, y entre ellos, cuántos hay que practiquen lo que predican?

“Dénsenos pues dos bueyes, y escójanse ellos el uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo

sobre leña, mas no pongan fuego debajo; y yo aprestaré el otro buey, y pondrélo sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros en el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré en el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por fuego, ese sea Dios" (vs. 23-24). Había llegado la hora de poner las cosas en claro: Jehová y Baal hablan de enfrentarse ante la nación entera. Era de la mayor importancia que el pueblo de Israel fuera despertado de su indiferencia impla y que fuera establecido de modo incontrovertible quién era el Dios verdadero, el que tenía derecho a su obediencia y adoración. Elías, por lo tanto, se propuso que el asunto quedara fuera de toda duda. Habla quedado demostrado ya, por medio de los tres años de sequía que la palabra del profeta habla producido, que Jehová podía retirar la lluvia a placer, y que los profetas de Baal no podían cambiar nada ni producir lluvia ni rocío. Ahora iba a hacerse otro experimento, una prueba por fuego, lo cual les atañía más debido a que Baal era adorado como señor del sol y sus devotos eran consagrados a él pasando "por el fuego" (II Reyes 16:3). Era, por consiguiente, un reto que los profetas no podían rechazar sin reconocer que no eran más que unos impostores.

Esta prueba del fuego, no sólo obligaba a los profetas de Baal a salir a campo abierto y por consiguiente ponía en evidencia la futilidad de su simulación, sino que, además, estaba calculado de modo eminente para apelar a la mente del pueblo de Israel. ¡En cuántas ocasiones gloriosas en el pasado Jehová había “respondido por fuego”! Esta fue la señal dada a Moisés en el monte Horeb, cuando “apareciósele el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía” (Éxodo 3:2). Este era el símbolo de Su presencia con Su pueblo en sus viajes por el desierto, cuando “Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en una columna de fuego para alumbrarles” (Éxodo 13:21). Así fue cuando se hizo la alianza y Dios dio la ley: “Todo el monte de Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo de él subía como el humo de un horno" (Éxodo 19:18). Esta fue, también, la señal que dio de aceptar los sacrificios que el pueblo le ofrecía sobre el altar: "Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto y los sebos sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y cayeron sobre sus rostros” (Levítico 9:24). Así fue, también, en los días de David (véase I Crónicas 21:27). De ahí que el hecho de que descendiera fuego del cielo de modo sobrenatural en esta ocasión pusiera de manifiesto al pueblo que Jehová, el Dios de Elías, era el Díos de sus padres.

"El Dios que respondiere por fuego”. ¡Qué extraño! ¿Por qué no "el Dios que respondiere por agua”? Esto era lo que el país necesitaba con tanta urgencia. Sí, pero, antes de que pudiera dárseles lluvia, había de intervenir algo más. La sequía fue un juicio divino sobre la nación idólatra, y la ira de Dios había de ser aplacada antes de que su juicio pudiera ser conjurado. Y ello nos lleva al significado más profundo de este notable drama. No puede haber reconciliación entre un Dios santo y los pecadores excepto sobre la base de la expiación,- y no puede haber expiación o remisión de pecados sin derramamiento de sangre. La justicia divina ha de ser satisfecha- ha de infligirse el castigo que reclama la ley quebrantada, o al reo culpable o a un sustituto inocente. Y esta grande y básica verdad es lo que se presentó de modo inequívoco ante los ojos de la hueste reunida en el monte Carmelo. Se tomó un buey, fue cortado en pedazos y puesto sobre leña, y el Dios que hiciere descender fuego que consumiere el sacrificio atestiguaría ser el solo Dios de Israel. El fuego de la ira de Dios ha de descender, bien sobre los culpables, bien sobre el sustituto sacrificado.

 Como hemos señalado anteriormente, que descendiera fuego del cielo sobre la víctima vicaria (I Crónicas 21:27) no sólo era la manifestación de la ira santa de Dios al consumir aquello sobre lo cual se ponía el pecado, sino que era, también, el testimonio público de que aceptaba el sacrificio al subir a ÉL en el humo como un olor suave. Era, por lo tanto, una prueba visible de que el pecado había sido juzgado, expiado y borrado, y de que la justicia divina era vindicada y satisfecha. Era por ello que, en el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió y apareció en forma de lenguas repartidas, como de fuego” (Hechos 2:3). Al explicar los fenómenos que tuvieron lugar aquel día, Pedro dijo: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:32, 33,36). El don del Espíritu en forma de "lenguas como de fuego” puso de manifiesto que Dios aceptaba el sacrificio expiatorio de Cristo, testificaba de su resurrección de los muertos, y afirmaba su exaltación al trono del Padre.

“El Dios que respondiere por fuego”. El fuego, por consiguiente, es la evidencia de la presencia divina (Éxodo 3:2); es el símbolo de la ira que odia el pecado (Marcos 9:43-49); es la señal de que acepta el sacrificio de un sustituto señalado (Levítico 9:24); es el emblema del Espíritu Santo (Hechos 2:3), que ilumina, inflama y limpia al creyente. Y es por fuego que juzgará al incrédulo, porque, cuando vuelva el Redentor despreciado y rechazado, lo hará “en llama de fuego, para dar el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales serán castigados de eterna perdición por la presencia del Señor” (II Tesalonicenses 1:8,9). Y está escrito, también: “Enviará el Hijo del hombre sus ángeles, y cogerán de su reino todos los escándalos, y los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13:41,42). Ello es indeciblemente solemne: lástima que no se oiga hablar desde los púlpitos infieles del hecho de que “nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29). Qué despertar más terrible habrá aún, por cuanto en aquel día se verá que “el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fue lanzado en el lago de fuego" (Apocalipsis 20:15).

“Dénsenos pues dos bueyes, y escójanse ellos el uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, mas no pongan fuego debajo; y yo aprestaré al otro buey, y pondrélo sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros en el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré en el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por fuego, ése sea Dios.” Podemos ver aquí que la prueba que Elías propuso era triple: había de centrarse en un sacrificio muerto; había de demostrar la eficacia de la oración; había de poner de manifiesto al Dios verdadero por medio de fuego descendido del cielo, lo cual, en su significado esencial, señalaba al don del Espíritu como fruto de !a ascensión de Cristo. Y es en estos mismos tres puntos, querido lector, que la religión -nuestra religión- ha de ser probada hoy. El ministro a cuyos pies te sientas, ¿enfoca tu mente, dirige tu corazón y exige tu fe en la muerte expiatoria del Señor Jesucristo? Si deja de hacerlo, sabes que no te enseña el Evangelio de Dios. ¿Es el Dios que tú adoras un Dios que contesta la oración? Si no lo es, o bien adoras a un dios falso, o, bien no estás en comunión con el verdadero Dios. ¿Has recibido el Espíritu Santo como santificador? Si no es así, tu estado no es mejor que el de los paganos.

Hay que recordar, desde luego, que ésta era una ocasión extraordinaria, y que el proceder de Elías no proporciona un ejemplo que los ministros de Cristo han de seguir en el día de hoy. Si el profeta no hubiera obrado siguiendo el mandato divino, su conducta se hubiera reducido a una presunción loca, al tentar a Dios y pedirle que obrara un milagro semejante con Su mano, y al poner de tal modo la verdad al azar. Pero, por sus propias palabras, está claro que obraba según las instrucciones del cielo: “Por mandato tuyo he hecho todas estas cosas” (v. 36). Esto, y nada más que esto, es lo que ha de guiar a los siervos de Dios en todas sus empresas: no deben ir ni una jota más lejos de lo que el cometido divino exige. No deben hacer experimentos, ni obrar por propia voluntad, ni seguir tradiciones humanas; sino que deben hacer todas las cosas según la Palabra de Dios. Elías no temía, tampoco, confiar en el Señor acerca del resultado. Había recibido órdenes, y las habla cumplido con fe sencilla, plenamente convencido de que Jehová no le dejarla ni le avergonzaría delante de la gran asamblea. Sabía que Dios no le pondría en primera línea de combate para abandonarle. Es verdad que era necesario un milagro asombroso, empero eso no encerraba dificultad alguna para el que habitaba al abrigo del Altísimo.

“Y el Dios que respondiere por fuego, ése sea Dios”, ése sea considerado y reconocido como el verdadero Dios: seguido, servido y adorado como tal. Ya que ha dado tales pruebas de su existencia, tales demostraciones de su gran poder, tales manifestaciones de su carácter, y tal revelación de su voluntad, toda incredulidad, indecisión y negativa a darle el lugar que le corresponde en justicia en nuestros corazones y nuestras vidas es absolutamente inexcusable. Así, pues, ríndete a Él, y sea tu Dios. P,1 no quiere forzarte, sino que condesciende a presentarse a ti; se digna ofrecerse para que le aceptes, te ofrece el que le escojas en un acto de tu propia voluntad. Su derecho sobre ti está fuera de toda duda. Es por tu propio bien que debes hacer de Él tu Dios, tu bien supremo, tu porción, tu Rey. Si dejas de hacerlo, tuya será la perdición irreparable y la destrucción eterna. Atiende, pues, a esta invitación afectuosa de su siervo: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto” (Romanos 12:1).

“Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (v. 24). Todos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo esta proposición, por cuanto les pareció que era un método excelente para resolver la controversia y averiguar la verdad acerca de cuál era el verdadero Dios y cuál el falso. Obrar un milagro sería una demostración palpable para sus sentidos. Las palabras que Elías había dirigido a sus conciencias les había dejado callados, pero la llamada a la razón fue aprobada enseguida. Semejante señal sobrenatural evidenciaría que el sacrificio había sido acepto a Dios, y ellos estaban anhelantes y ansiosos de presenciar un experimento sin igual. Su curiosidad era viva, y vehemente su deseo de ver quién lograrla la victoria, Elías o los profetas de Baal. As( es, por desgracia, la naturaleza humana; pronta a presenciar los milagros de Cristo, pero sorda a su llamada al arrepentimiento; le satisfacen las manifestaciones externas que halagan los sentidos, pero se enoja por cualquier palabra que trae convicción de pecado y que condena. ¿Es así en nosotros?

Ha de señalarse que Elías, no sólo dio a escoger a sus adversarios entre los dos bueyes, sino que, además, les concedió el hacer la prueba en primer lugar, para que, si podían, ratificaran el derecho de Baal y su propio poder, y, de esta forma, quedara resuelta la disputa sin que hubiera necesidad de posterior acción; no obstante, sabía perfectamente bien que iban a ser frustrados y confundidos. A su debido tiempo, el profeta iba a hacer, en todos los respectos, lo que ellos habían hecho, a fin de que no hubiera diferencia alguna entre ellos. Sólo les puso una restricción (como se la puso a si mismo), a saber, “no pongan fuego debajo" (v. 23) de la leña, para evitar todo fraude. Empero se encerraba un principio más profundo iba a ser demostrado inequívocamente ese día en el Carmelo: que la necesidad extrema del hombre es la oportunidad de Dios. La impotencia total de la criatura debe sentirse y verse antes de que el poder de Dios pueda desplegarse. El hombre ha de llegar, primeramente, al fin de sí mismo antes de apreciar la suficiencia de la gracia divina. Só1o los que se reconocen pecadores arruinados y perdidos pueden recibir al que es poderoso para salvar.

 

"Entonces Elías dijo a los profetas de Baal. Escogeos un buey, y haced primero, pues que vosotros sois los más; e invocad en el nombre de vuestros dioses, mas no pongáis fuego debajo. Y ellos tomaron el buey que les fue dado, y aprestáronlo, e invocaron en el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Mas no habla voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho” (vs. 25,26). Por primera vez en su historia, esos falsos sacerdotes eran incapaces de insertar la chispa de fuego secreta entre los haces que yacían sobre el altar. Estaban obligados, por lo tanto, a depender de una llamada directa a su deidad. Y así lo hicieron con todas las fuerzas. Rodearon el altar una y otra vez con sus danzas alocadas y místicas, rompiendo filas de vez en cuando para saltar sobre el altar, repitiendo sin cesar su canto monótono.¡Baal, respóndenos!”, envía fuego sobre el sacrificio. Se extenuaron realizando los diversos ejercicios de su culto idólatra, sin detenerse durante tres horas.

Pero, a pesar de todo su celo y su insistencia a Baal, "no había voz, ni quien respondiese ni escuchase". Qué prueba de que los ídolos no son sino “obra de manos de hombres”; “tienen boca, mas no hablarán; tienen ojos, mas no verán...; manos tienen, mas no palparán; tienen pies, mas no andarán ... ; como ellos son los que los hacen, cualquiera que en ellos confía" (Salmo 115:4-8). "Sin duda, Satanás podía haber enviado fuego (Job 1:9-12), y lo hubiera hecho si se le hubiera permitido; pero no puede hacer nada más que lo que se le permite hacer” (Thomas Scott). Es cierto que se nos dice que la segunda bestia de Apocalipsis 13 "hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres” (v. 13). Empero, en esta ocasión, el Señor no permitió que el diablo usara su poder, porque tenía lugar un juicio abierto entre ÉL y Baal.

Y no había voz, ni quien respondiese ni escuchase”. El altar permanecía frío y sin humo, el buey intacto. La impotencia de Baal y la insensatez de sus adoradores era puesta en evidencia clara. La vanidad y el despropósito de la idolatría quedaron completamente expuestos. No hay religión falsa, lector querido, capaz de hacer descender fuego sobre un sacrificio vicario. Ninguna religión falsa puede borrar el pecado, impartir el Espíritu Santo y contestar de modo sobrenatural a las oraciones. Al ser probadas en estos tres puntos vitales, todas y cada una de ellas fracasan, como sucedió al culto de Baal en ese día memorable en el Carmelo.