FORTALECIDO
“No os ha tomado tentación (prueba; sea en forma de seducción o aflicción, invitación al pecado o penalidad), sino humana” (I Corintios 10:13). No os ha venido prueba alguna a la n a que la naturaleza humana no esté expuesta y sujeta; no habéis sido llamados a sufrir ninguna tentación sobrehumana ni sin precedentes. Empero, cuando las nubes negras de la adversidad se ciernen sobre nosotros, ¡qué pronto perdemos de vista esta verdad! Entonces nos inclinamos a creer que nadie ha sido jamás probado como lo somos nosotros. En tales momentos, haremos bien en recordar esta verdad y en meditar sobre las experiencias de los que han sido antes que nosotros. ¿Es un dolor físico agudo el que te hace pensar que tu angustia es superior a la de cualquier otra persona? Si es así, recuerda el caso de Job, "herido de una i-naligna sarna desde la planta de su pie hasta la mollera de su cabeza”. ¿Es alguna pérdida sensible, el que te haya sido arrancado algún ser querido? Pues recuerda que Job perdió todos sus hijos e hijas en un solo día. ¿Es una sucesión de penalidades y persecuciones que te han salido al paso en el servicio del Señor? Lee II Corintios 11:24-27 y toma nota de las experiencias múltiples y dolorosas por las que el más grande de los apóstoles tuvo que pasar.
Pero, quizás lo que más agobia a alguno de los lectores es la vergüenza que siente a causa de sus caldas bajo el peso de las pruebas. Sabe que otros han sido probados de modo igualmente severo, y quizás mucho más, y sin embargo, soportaron las pruebas con valor y, dignidad mientras que él ha sido aplastado por las mismas. En lugar de recibir consuelo de las promesas divinas, ha cedido a un espíritu de desesperación; en lugar de soportar la vara con mansedumbre y paciencia, se ha rebelado y ha murmurado; en lugar de afanarse en el sendero del deber, ha desertado. ¿Hubo jamás un fracasado más grande que yo?, se lamenta. Es justo que nos humillemos y lamentemos nuestro fracaso en portarnos “varonilmente” (I Corintios 16:13), confesando contritos nuestros pecados a Dios. Aun así, no hemos de imaginar que todo se ha perdido. Incluso esta experiencia no deja de tener paralelo en las vidas de otros. Aunque Job no maldijo a Dios, si que lo hizo con el día en que nació. Lo mismo hizo Jeremías (20:14). Elías abandonó su deber, se echó bajo un enebro y pidió morir. ¡Qué espejo para todos nosotros es la Escritura!
“Mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar, antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar” (I Corintios 10:13). Si Dios es fiel, aun cuando nosotros seamos infieles; ÉL es fiel a su pacto, y aunque visita nuestras iniquidades con azotes, jamás quitará su misericordia de los suyos (Salmo 89:32,33). Es en la hora de la prueba, cuando más negras aparecen las nubes y se apodera de nosotros el desaliento, que se muestra de modo más visible la fidelidad de Dios. El conoce nuestra condición y no permitirá que seamos probados más de lo que podemos llevar, sino que "dará también juntamente con la tentación la salida”. Es decir, aligerará la carga o dará más fortaleza para llevarla, de modo que no seamos vencidos del todo por ella. “Fiel es Dios”; no es que Él esté obligado a rescatarnos si nos sumergimos deliberadamente en la tentación, no; mas, si procuramos resistir la tentación, si clamamos a Él en el día de la aflicción, si imploramos sus promesas y confiamos en que obra por nosotros, Él no nos abandonará. Así que, aunque por un lado no debemos ser arrogantes y atrevidos, por otro lado no debemos desesperar ni abandonar la lucha. El lloro puede durar toda la noche, mas a la mañana vendrá la alegría.
De qué modo más sorprendente y bendito servía el caso de Elías como ilustración y ejemplo de I Corintios 10:13. Fue una prueba o tentación amarga que, después de haber sido fiel en el servicio del Señor, su vida hubiera de verse en peligro por la impía Jezabel, y que todos sus esfuerzos para hacer que Israel se volviera al verdadero Dios pareciesen ser completamente vanos. Era más de lo que podía sobrellevar; estaba fatigado de luchar solo en esa batalla inútil, y pidió que se relevara. Pero Dios es fiel, y juntamente con la dolorosa tentación, dio también la salida para que pudiera soportarla. En la de Elías, como a menudo en la nuestra, Dios no quitó la carga sino que le dio una nueva provisión de gracia para que el profeta pudiera llevarla. No quitó a Jezabel, ni realizó una poderosa obra de gracia en los corazones de Israel, sitio que renovó las fuerzas de su siervo rendido. Aunque Elías había abandonado su lugar y su deber, el Señor no dejó al profeta en la hora de la necesidad. “Si fuéremos infieles, Él permanece fiel: no se puede negar a si mismo" (II Timoteo 2:13). ¡Qué maravilloso es nuestro Dios! El que derramó su sangre para redimirnos no es un mero amigo circunstancial, sino un Hermano "para la angustia nacido” (Proverbios 17:17). Ha jurado solemnemente: "No te desampararé, ni te dejaré"; por ello podemos declarar triunfalmente: "El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me hará el hombre'' (Hebreos 13:5,6).
Como señalábamos en el capítulo anterior, lo primero que hizo el Señor para renovar las fuerzas de Elías fue dar el sueño la su amado, dando a su cuerpo, cansado por el viaje, el descanse, que necesitaba. De qué modo más inadecuado valoramos esta bendición divina, no sólo excelente por el reposo que proporciona a nuestro ser físico, sino también por el alivio que reporta a la mente inquieta. ¡Qué misericordia representa para muchas almas atormentadas el no pasar las veinticuatro horas del día despiertas! Los que gozan de buena salud y son ambiciosos puede que consideren las horas que pasan dormidos como “pérdida necesaria de tiempo”, pero muchos otros que se ven arruinados por el dolor o que están afligidos en gran manera consideran las pocas horas de inconsciencia de cada noche como una dicha. Ninguno de nosotros es lo agradecido que debiera por este constante y repetido privilegio, ni da las gracias de todo corazón al Dador del mismo. El hecho de que ésta sea una de las dádivas del Creador se echa de ver en la primera ocasión en que esta palabra se encuentra en las Escrituras: “Y Jehová Dios hizo caer sueño sobre Adán” (Génesis 2:21).
“Y echándose debajo del enebro, quedóse dormido; y he aquí luego un ángel que le tocó" (I Reyes 19:5). He aquí la segunda prueba del cuidado tierno del Señor para con su siervo. Cada palabra de este versículo requiere atención devota. "He aquí": una nota de asombro para estimular nuestro interés y suscitar nuestro estupor reverente. ¿"He aquí" qué? ¿Alguna muestra del desagrado divino, como era de esperar: una abundante lluvia que dejara calado al profeta y aumentara sus incomodidades? No, sino muy al contrario. He aquí una gran demostración de aquella verdad: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8,9). A pesar de lo muy a menudo que se citan estos versículos, pocos son los creyentes que están tan versados en las palabras inmediatamente precedentes y de las cuales son una ampliación: "Vuélvase (el Impío) a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar". Así que, lo que aquí se nos presenta no es su alta sabiduría sino su misericordia infinita.
"Y he aquí luego.” Este adverbio de tiempo ofrece un énfasis adicional al fenómeno asombroso que tenemos delante de nosotros. No fue en la cumbre del Carmelo, sino aquí, en el desierto, que Elías tuvo esta prueba conmovedora del cuidado de su Señor. No fue inmediatamente después de su conflicto con los profetas de Baal, sino después de su huída de Jezabel, que recibió este favor especial. No fue mientras se hallaba ocupado en ferviente oración, pidiendo a Dios que supliera sus necesidades, sino, cuando habla pedido con impaciencia que le fuera quitada la vida, que le llegó la provisión para que pudiera conservarla. Con qué frecuencia Dios es más bueno para con nosotros que lo que nuestros temores nos permiten comprender. ¡Esperamos juicio, y he aquí misericordia! ¿No ha habido algún “luego” como éste en nuestras vidas? Si que los ha habido, más de uno, en la experiencia del que esto escribe; y sin duda en la de cada uno de los cristianos. Así pues, ojalá todos nosotros reconociéramos que "no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades; ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmo 103:10). Más bien ha hecho con nosotros conforme a su pacto fiel y según su amor que sobrepuja todo entendimiento.
"Y he aquí luego un ángel que le tocó." No fue a un compañero de viaje a quien Dios guió hacia el enebro y a quien tocó el corazón para que se compadeciera del que yacía exhausto debajo de él. Ello hubiera sido una muestra de misericordia, pero aquí vemos algo muchísimo más asombroso. Dios envió a una de aquellas criaturas celestiales que rodean su trono en las alturas, para que confortara al profeta abatido y supliera sus necesidades. En verdad, esto no era "según los hombres”, sino según Aquél que es "el Dios de toda gracia” (I Pedro 5:10). Y la gracia, querido lector, no tiene en cuenta nuestra dignidad ni indignidad, nuestros méritos o nuestra falta de ellos. No, la gracia es gratuita y soberana, y no busca fuera de si misma los móviles que la impulsan. El hombre es, a menudo, duro para con sus semejantes, ignorando sus flaquezas y olvidando que él está expuesto a caer en las mismas faltas que ellos; y por consiguiente, obra muchas veces con los mismos de modo precipitado, inconsistente y despiadado. Pero no así Dios; Él siempre actúa de modo paciente para con sus hijos descarriados, y les muestra la piedad y la ternura más hondas.
"Y he agua luego un ángel que le tocó", delicadamente, "despertándole de su sueño para que viera y participara del refrigerio que habla sido preparado para él. Cómo nos recuerda esto las palabras: "¿No son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud?” (Hebreos 1:14). Esto es algo acerca de lo cual se oye hablar muy poco en esta era materialista y escéptica, pero referente a !o cual las Escrituras revelan mucho para nuestro consuelo. Fue un ángel el que acudió y libró a Lot de Sodoma antes de que la ciudad fuera destruida con fuego y azufre (Génesis 19:15,16). Un ángel "cerró la boca de los leones” cuando Daniel fue dejado en el foso (6:22). Fueron ángeles los que llevaron el alma del mendigo "al seno de Abraham” (Lucas 16:22). Fue un ángel el que visitó a Pedro en la cárcel, hizo que las cadenas se le cayeran de las manos y que las puertas de hierro de la ciudad. se abrieran "de suyo” (Hechos 12:7-10), y de esta forma se viera libre de sus enemigos. Fue un ángel, también, el que aseguró a Pablo que ninguno de los que se hallaban en el barco en el cual viajaba iba a perecer (Hechos 27:23). Estamos convencidos de que el ministerio de los ángeles no es algo que pertenece al pasado, aunque no se manifiesten en una forma visible corno en los tiempos del Antiguo Testamento, como lo indica Hebreos 1:14.
"Luego un ángel que le tocó, y le dijo: Levántate, Come. Entonces él miré, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y un vaso de agua” (vs. 5, 6). He aquí la tercera provisión que el Señor en su gracia hizo para el refrigerio de su siervo cansado. Vemos, una vez más, la expresión "he aquí tan llena de significado, y bien podemos meditar la escena y maravillarnos de la asombrosa gracia del Dios de Elías y nuestro. Hasta entonces, el Señor habla provisto milagrosamente de su sustento al profeta por dos veces: por medio de los cuervos en el arroyo de Querit, y por medio de la viuda en Sarepta. Pero aquí, nada menos que un ángel vino en su ayuda. He aquí la constancia del amor de Dios, en la que todos los cristianos profesan creer, pero de la que pocos parecen ser conscientes en los momentos de depresión y oscuridad. Como alguien dijo: “Cuando vamos con una multitud a la casa de Dios con gozo y alabanza, y gozamos de los rayos del sol, no es difícil creer que Dios nos ama; pero, cuando a causa de nuestro pecado somos desterrados a la tierra del Jordán y de los hermonitas, y nuestra alma está en nosotros abatida, y un abismo llama a otro, y todas sus ondas y sus olas pasan sobre nosotros, es difícil creer que ÉL siente el mismo amor por nosotros.
“No es difícil creer que Dios nos ama cuando, como Elías en Querit y en el Carmelo, cumplimos sus mandamientos y atendemos a la voz de su Palabra; pero no es tan fácil cuando, como Elías en el desierto, yacemos perdidos, y como bájeles desmantelados y sin timón somos juguete de las olas. No es difícil creer en el amor de Dios cuando, como Pedro, estamos en el monte glorioso y, en un arrebato de gozo, proponemos compartir un tabernáculo con Cristo para siempre; pero es casi imposible cuando, como el mismo apóstol, negamos a nuestro Maestro con juramentos y somos avergonzados por una mirada en la que hay más dolor que reprensión.” Es de todo punto necesario para nuestra paz y consuelo que sepamos y creamos que el amor de Dios permanece invariable como Él. ¡Qué demostración de ello tuvo Elías! El Señor, no sólo no le dejó, sino que ni siquiera le hizo una reconvención ni le reprochó su conducta. Quién puede sondear -ni tan sólo comprender la asombrosa gracia de nuestro Dios: cuanto más crece el pecado, más abunda su gracia superabundante.
Elías, no sólo recibió una prueba inequívoca de la constancia del amor de Dios en esta ocasión, sino que, además, le fue revelada de una manera especialmente tierna. Había bebido del arroyo de Querit, pero nunca habla bebido agua extraída por manos angélicas del río de Dios. Habla comido pan que le procuraban los cuervos o que era amasado de la harina que se multiplicaba de modo milagroso, pero nunca tortas cocidas por manos celestiales. Y, ¿por qué semejantes pruebas especiales de ternura? No porque Dios condonara a su siervo, sino porque se necesitaba una manifestación especial de amor que afirmara al profeta que todavía era objeto del amor divino, que ablandara su espíritu y que le llevara al arrepentimiento. Cómo nos recuerda ello la escena descrita en Juan 21, donde se nos muestra al Salvador resucitado preparando un almuerzo y un fuego para calentar a los pescadores hambrientos y ateridos; y lo hizo para los mismos hombres quienes, la noche que fue traicionado, le abandonaron y huyeron, y quienes se negaron a creer en su triunfo sobre la muerte cuando las mujeres les dijeron que la tumba estaba vacía y que se les habla aparecido en forma tangible.
“Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y un vaso de agua.” Esta expresión "he aquí", no sólo hace énfasis en las riquezas de la gracia de Dios al administrar a su siervo descarriado, sino que, además, llama nuestra atención hacia las maravillas de su poder. Israel, en su impaciencia e incredulidad, había preguntado: "¿Podrá (Dios) poner mesa en el desierto?” (Salmo 78:19); es más, había exclamado: "Mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto” (Éxodo 14:12). Y ahora Elías estaba, no meramente al borde de ese desierto desolado y árido, sino "un día de camino" hacia su interior. No crecía nada en aquel lugar, a excepción de algunas matas, y no había ningún arroyo que humedeciera su requemada arena. Pero las circunstancias adversas y las condiciones poco propicias no ofrecen obstáculo alguno para el Todopoderoso. Aunque carezcamos de medios, la falta de los mismos no presenta ninguna dificultad al Creador; Él puede hacer brotar agua del pedernal y convertir las piedras en pan. Por consiguiente, aquellos a los que el Señor se ha comprometido a sostener no carecerán de ningún bien: tanto su misericordia como su poder están empeñados a nuestro favor. Recuerda, pues, tú que dudas, que el Dios de Elías vive aún, y que aun cuando tengas que vivir tiempos de guerra o de hambre, nunca te faltarán el pan y el agua.
"Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y un vaso de agua.” Estas dos palabras, "he aquí", apuntan aun hacia otra dirección, la cual parece haber pasado por alto a los comentaristas, es decir, la clase de servicio que el ángel llevó a cabo. Cuán sorprendente que una criatura tan digna se ocupara de una tarea tan baja, que los dedos de un ser celestial se emplearan en preparar y cocer una torta. Parece degradante para uno de aquellos seres por Dios exaltados a rodear Su trono, servir a uno que pertenecía a una raza inferior y calda, y que era desobediente y destemplado: cuán humillante dejar una ocupación espiritual y preparar comida para el cuerpo de Elías. Bien podemos maravillarnos ante este hecho, y admirar la obediencia del ángel al cumplir la orden de su Señor. Pero es más; debería alentarnos a atender aquel precepto que dice: “Acomodándoos a los humildes” (Romanos 12: 16), y a no considerar ninguna ocupación indigna de nosotros, si al cumplirla hacemos bien a alguna criatura abatida y oprimida de espíritu. No despreciemos el deber más servil, cuando un ángel no desdeñó el cocer comida para un hombre pecador.
"Y comió y bebió, y volvióse a dormir (v. 6). Una vez más es evidente que estas narraciones de las Sagradas Escrituras fueron escritas por una mano imparcial y están pintadas en colores verdaderos y reales. El Espíritu Santo ha descrito la conducta de los hombres, aun de los más eminentes, no como hubiera debido ser, sino como era en realidad. Es por ello que encontramos nuestros propios caminos y nuestras mismas experiencias descritas de modo tan exacto. Si algún idealista religioso hubiera inventado la historia, ¿cómo hubiera retratado la respuesta de Elías a este despliegue asombroso de la gracia del Señor, de la constancia de su amor y de la ternura especial que le mostró? Es obvio que hubiera pintado al profeta anonadado ante semejante favor divino, enternecido por tal bondad y postrado ante ÉL en ferviente adoración. Cuán distinta la descripci6n del hecho que nos hace el Espíritu. No se nos deja entrever que el profeta impaciente fuera movido en lo más mínimo, ni se menciona el que se inclinara en adoración, ni siquiera que dirigiese una palabra de acción de gracias; simplemente, que comió y bebió, y se echó otra vez.
¿Qué es el hombre? ¿Cómo es el mejor de los hombres que se pueda encontrar, excepto Cristo? ¿Cómo obra el santo más maduro en el mismo momento en que el Espíritu Santo cesa su operación y deja de obrar en y por él? De modo no diferente al no regenerado, por cuanto la carne no es mejor en su caso que en el del otro. Cuando no tiene comunión con Dios, cuando su voluntad ha sido contrariada, es tan impertinente como un niño mal criado. Es incapaz de apreciar las misericordias divinas porque se considera injustamente tratado, y en vez de expresar gratitud por los favores temporales, los acepta como cosa natural. Si el lector cree que no tenemos razón sacando semejante conclusión de este silencio del relato, si cree que no deberíamos suponer que Elías dejara de dar gracias, le invitamos a que lea lo que siguió, y que se asegure de si indica o no que el profeta continuara en un estado inquieto y displicente. El hecho de que no se mencione el que Elías adorara y diera gracias por lo que se le daba, es, por des-gracia, porque así fue. Ojalá ello sirva para nuestra reprensión por las omisiones parecidas que cometemos. Ojalá esta ausencia de alabanza nos recordara nuestra ingratitud por los favores divinos cuando nos sentimos contrariados, y nos humillara.