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BERESHIT ELOHIM MINISTERIO

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LA RESPUESTA POR FUEGO

12.05.2014 17:50

 

En el anterior capítulo tratamos de hacernos la aplicación práctica de la oración que Elías ofreció a Dios en el monte Carmelo. Ha quedado escrita para nuestra enseñanza (Romanos 15:4) y aliento, y contiene muchas lecciones valiosas para el corazón dispuesto a recibirlas. Salvo contadas excepciones, el predicador moderno, lejos de ofrecer ayuda alguna acerca de este tema, es piedra de tropiezo para aquellos que desean conocer más perfectamente los caminos del Señor. Si los cristianos jóvenes en la fe ansían descubrir los secretos de la oración aceptable y eficaz, no deben guiarse por lo que oyen y ven en la hora presente en el mundo religioso; por el contrario, deben volverse a aquella revelación que Dios, por su gracia, ha designado como lámpara a sus pies y lumbrera en su camino. Si buscan con humildad la instrucción de la Palabra de Dios, y dependen confiadamente en la ayuda del Espíritu Santo, se verán libres de lo que hoy en día se denomina anómalamente oración.

Por un lado, hemos de librarnos del tipo de oración frío, mecánico y formalista que no es más que un ejercicio de labios, en el cual el alma no se allega al Señor, ni se deleita en É1, ni derrama el corazón ante Él. Por otro lado, hemos de librarnos del frenesí indecoroso, desenfrenado y fanático que en algunos lugares se confunde con el ardor y la sinceridad espirituales. Hay muchos que, al orar, se parecen demasiado a los adoradores de Baal, dirigiéndose a Dios como si estuviera sordo. 

Parecen considerar la excitación de su fuerza nerviosa y las contorsiones violentas de sus cuerpos como la esencia de la plegaria, y menosprecian a los que hablan a Dios de modo sosegado y compuesto, con propiedad y orden. Semejante frenesí irreverente es aun peor que el formalismo. No debe confundirse el ruido con el fervor, ni el delirio con la devoción. “Sed pues templados, y velad en oración” (I Pedro 4:7), es el correctivo divino para este mal.

Consideremos ahora los hechos extraordinarios que siguieron a la hermosa pero sencilla oración de Elías. Y, de nuevo, invitamos al lector a tratar de imaginar en lo posible la escena que tuvo lugar en el Carmelo. Mirad la vasta multitud reunida. Ved la gran compañía de los ahora exhaustos y derrotados sacerdotes de Baal. Y tratad de oír las últimas palabras de la oración del profeta: “Respóndeme, Jehová, respóndeme; para que conozca este pueblo que Tú, oh Jehová, eres el Dios, y que Tú volviste atrás el corazón de ellos” (I Reyes 18:37). ¡Qué terribles los momentos que siguieron! ¡Qué avidez, por parte de la multitud, de presenciar los resultados! ¡Qué silencio más absoluto debía de haber! ¿Qué iba a suceder? ¿Iba a ser defraudado el siervo de Jehová, como lo hablan sido los profetas de Baal? Si no habla una respuesta, si no descendía fuego del cielo, el Señor no tenía más derecho que Baal a ser considerado Dios. Entonces, todo lo que Elías habla hecho, todo su testificar de su Señor como el único y verdadero Dios vivo seria reputado como engaño. ¡Qué momentos más intensamente solemnes!

Pero, apenas habla terminado la corta oración de Elías, cuando se nos dice que "cayó fuego de Jehová, el cual consumió el holocausto, y la leña, y las piedras, y el polvo, y aun lamió las aguas que estaban en la reguera” (v. 38). Por medio de este fuego, el Señor se atestiguó a si mismo como el único verdadero Dios, y por él testificó del hecho de que Elías era su profeta e Israel su pueblo. Qué admirable la condescendencia del Altísimo al demostrar repetidamente las verdades más evidentes acerca de su ser, sus perfecciones, la autoridad divina de su Palabra y la naturaleza de su adoración. No hay nada más maravilloso que esto, aparte de la perversidad de los hombres que rechazan semejantes demostraciones reiteradas.¡Cuán lleno de gracia es Dios al proporcionar tales pruebas y al hacer toda duda absolutamente irrazonable e inexcusable! Los que reciben las enseñanzas de la Revelación Santa sin discusión, no son unos tontos crédulos, por cuanto, lejos de seguir fábulas por arte compuestas, aceptan el testimonio intachable de los que fueron testigos presénciales de los milagros más extraordinarios. La fe del cristiano descansa sobre un fundamento que no teme el escrutinio más detallado.

“Entonces cayó fuego de Jehová.” El hecho de que ése no fuera un fuego ordinario sino sobrenatural, se puso de manifiesto en los efectos que produjo. Descendió de arriba. Consumió primero las piezas del sacrificio, y después la leña sobre la cual había sido colocado; y este orden hacia ver claramente que la carne del buey no se quemaba por medio de la leña. Incluso las doce piedras del altar fueron consumidas, poniendo aun más de manifiesto que no se trataba de un fuego común. Por si todo ello no fuera suficiente testimonio de la naturaleza extraordinaria de ese fuego, éste consumió "el polvo, y aun lamió las aguas que estaban en la reguera”, para que quedara absolutamente claro que era un fuego cuya fuerza nada podía detener. En cada caso, la acción de este fuego era hacia abajo, lo cual es contrario a la naturaleza de todo fuego terrenal. Ahí no habla estratagema alguna, sino un poder sobrenatural que quitaba todo motivo de sospecha por parte de los espectadores, y que les ponla cara a cara con la grandeza y la majestad de Aquél a quien de modo tan grave habían despreciado.

“Entonces cayó fuego de Jehová, el cual consumió el holocausto.” Ello era sobremanera bendito, más inefablemente solemne también. En primer lugar, este notable hecho debería alentar a los cristianos débiles a poner su confianza en Dios, a salir, con Su poder, al encuentro de los peligros más graves, a enfrentarse a los enemigos más fieros, y a emprender las tareas más arduas y arriesgadas a las que el Señor les llame. Si nuestra confianza está puesta de modo pleno en el Señor, É1 no nos dejará. Él estará a nuestro lado, aunque todos nos abandonen; Él nos librará de las manos de los que procuran nuestro mal; Él desbaratará a nuestros adversarios; Él nos honrará a la vista de los que nos han calumniado o reprochado. No mires los ceños fruncidos de los mundanos, cristiano tembloroso; pon tu mirada en el que tiene todo el poder en la tierra y en el cielo. No te descorazones por el hecho de que te veas rodeado de tan pocos que piensan como tú; consuélate al pensar que si Dios es por nosotros, no importa quién esté contra nosotros.

Este incidente debería alentar y fortalecer a los siervos probados de Dios. Satanás puede que te esté diciendo que el transigir es la única política sabia y segura en tiempos tan degenerados como los presentes. Puede que haga que te preguntes: ¿Qué será de mí y de mi familia si sigo predicando algo tan despreciado? Si es así, recuerda el caso del apóstol, cómo le sostuvo el Señor en las circunstancias más difíciles. Refiriéndose al hecho de que tuviera que comparecer ante aquel monstruo llamado Nerón para vindicar su conducta como siervo de Cristo, decía: "En mi primera defensa ninguno me ayudó, antes me desampararon todos; no les sea imputado. Mas el Señor me ayudó, y me esforzó para que por mí fuese cumplida la predicación, y todos los gentiles oyesen; y fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial: al cual sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (II Timoteo 4:16-18). ¡Y el Señor no ha cambiado! Ponte sin reservas en sus manos, procura sólo su gloria, y É1 no te dejará. Confía plenamente en Él en cuanto a los resultados, y É1 no dejará que seas confundido, como ha comprobado el que esto escribe.

 

Este incidente sirve de ejemplo bendito del poder de la le y la eficacia de la oración. Ya hemos dicho bastante acerca de la oración que Elías elevó en esta ocasión trascendental, pero permítasenos citar otra característica de la misma que debemos observar en nuestras oraciones si queremos que el cielo las conteste. Uno de los principios que rigen el trato de Dios con nosotros es: “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mateo 9:29). “Si puedes creer, al que cree todo es posible” (Marcos 9:23). ¿Por qué? Porque la fe se dirige directamente a Dios; hace que Él actúe, echa mano de su fidelidad al recurrir a sus promesas y decir: "Haz conforme a lo que has dicho” (II Samuel 7:25). Si quieres ver algunas de las maravillas y milagros que la fe puede producir, lee despacio Hebreos 11.

La oración es el canal principal por el cual obra la fe. Orar sin fe es insultar a Dios y burlarse de PI. Está escrito: "La oración de fe salvará al enfermo” (Santiago 5:15). Más, ¿qué es orar con fe? Es cuando la mente se regula y el corazón se conmueve por lo que Dios nos ha dicho; es atenerse a su Palabra y confiar en que Él cumplirá sus promesas. Esto es lo que Elías había hecho, como se desprende de sus palabras: "Por mandato tuyo he hecho todas estas cosas” (v. 36). Algunas de esas cosas parecían totalmente contrarias a la razón, como el que se aventurara a ir en presencia del hombre que procuraba matarle y que le ordenara reunir una vasta asamblea en el Carmelo, el que se enfrentara a cientos de profetas falsos, el que derramara agua sobre el holocausto y la leña; sin embargo, obró de acuerdo a la Palabra de Dios y confió en ÉL al poner los resultados en sus manos. Y Dios no permitió que fuera confundido; por el contrario, honró su fe y contestó su oración.

De nuevo quisiéramos recordar al lector que este incidente está escrito para nuestra enseñanza y aliento. El Señor es el mismo hoy que entonces- dispuesto a mostrarse poderoso en favor de quienes andan como Elías, y confían en Él como hizo el profeta. ¿Te enfrentas con alguna situación difícil, alguna necesidad apremiante, alguna prueba penosa? Si es así, no permitas que se interponga entre Dios y tú, sino pon a Dios entre ella y tú. Medita de nuevo en sus perfecciones maravillosas y en su suficiencia infinita; considera sus preciosas promesas que se ajustan a tu caso con exactitud; pide al Espíritu Santo que fortalezca tu fe, y ponía en acción. Lo mismo decimos a los siervos de Dios: para hacer grandes cosas en el nombre del Señor; para confundir a Sus enemigos y alcanzar la victoria sobre los que se oponen; para ser instrumentos en el volver el corazón de los hombres a Dios; para todo esto han de esperar que ÉL obre en ellos y por ellos, y han de confiar en su poder infinito para que les proteja y les acompañe en el cumplimiento de tareas arduas. Deben buscar sólo la gloria de Dios en todo lo que emprenden, creer de verdad y darse a la oración ferviente.

"Entonces cayó fuego de Jehová, el cual consumió el holocausto.” Como hemos dicho antes, este hecho era inefablemente bendito, y al mismo tiempo solemne. Ello será aun más evidente si recordamos aquellas terribles palabras: "Nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29). ¡Qué pocas veces se cita este versículo, y qué raramente se predica sobre el mismo! Oímos a menudo decir desde el púlpito que "Dios es amor”, pero se mantiene un silencio culpable acerca del hecho igualmente cierto de que es “fuego consumidor”. Dios es tres veces santo, y por lo tanto, su naturaleza pura arde contra el pecado. Dios es inexorablemente justo, y por ello, visitará toda trasgresión y desobediencia como “justa paga de retribución” (Hebreos 2:2). “Los necios se mofan del pecado” (Proverbios 14:9), pero descubrirán que no pueden mofarse impunemente de Dios. Pueden desafiar su autoridad y pisotear sus leyes en esta vida, pero en la venidera se maldecirán a si mismos por su locura. Dios trata con misericordia y paciencia a sus enemigos en este mundo, pero en el por venir hallarán para su ruina eterna que Él es "fuego consumidor".

Sobre el monte Carmelo, Dios demostró públicamente que "es fuego consumidor”. Durante años había sido gravemente deshonrado, su adoración había sido, suplantada por la de Baal-, pero allí, frente a toda la multitud reunida, ÉL vindicó su santidad. Ese fuego que descendió del cielo en respuesta a la sincera súplica de Elías era un juicio divino: era la ejecución de la sentencia de la ultrajada ley de Dios. El Señor ha jurado que "el alma que pecare, ésa morirá” y Él no puede contradecirse. La paga del pecado ha de pagarse, o por el pecador mismo, o por un sustituto inocente que tome su lugar y sufra su castigo. A Israel, junto con la ley moral, se le dio la ley ceremonial en la que se proveía de un medio por el cual pudiera mostrarse misericordia hacia el transgresor, al mismo tiempo que las demandas de la justicia divina eran satisfechas. Un animal sin mancha ni contaminación era muerto en lugar del pecador. Así fue, también, en el Carmelo: "Cayó fuego de Jehová, el cual consumió el holocausto”, y de esta forma, los israelitas idólatras fueron perdonado”.

¡Qué escena más admirable y maravillosa la que se nos presenta en el monte Carmelo! El Dios santo ha de juzgar todo pecado con el fuego de su furor. Y ahí estaba una nación culpable llena de maldad que Dios había de juzgar. ¿Habla de caer el fuego del Señor inmediatamente sobre ellos, consumiendo ese pueblo desobediente y culpable? ¿No habla escapatoria posible? Sí, bendito sea Dios, la habla. Se proveyó de una víctima inocente, un sacrificio que representara esa gente cargada de pecado. Cayó el fuego sobre él consumiéndolo y, de esta forma, ellos fueron perdonados. Qué símbolo más maravilloso de lo que tendría lugar casi mil años más tarde en otro monte, el del Calvario. Allí, el Cordero de Dios tomó el lugar de su pueblo culpable y llevó sus pecados en su cuerpo sobre el madero (I Pedro 2:24). Allí, el Señor Jesucristo sufrió, el justo por los injustos, para llevarlos a Dios. Allí fue hecho maldición (Gálatas 3:13), para que la bendición eterna pudiera ser la porción de ellos. Allí, el "fuego de Jehová” cayó sobre su cabeza sagrada, y tan intenso fue su calor que clamó: "sed tengo”.

"Y viéndolo todo el pueblo, cayeron sobre sus rostros, y dijeron: ¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios!” (v. 38). "No podían dudar por más tiempo de la existencia y la omnipotencia de Jehová. No podía haber engaño en cuanto a la realidad del milagro: vieron con sus propios ojos cómo descendía el fuego del cielo y consumía el sacrificio. Y tanto si estimaban la grandeza del milagro en sí, o el hecho de que Elías lo hubiera anunciado de antemano y hubiera tenido lugar con un propósito determinado, como si consideraban la ocasión digna de la intervención extraordinaria del Ser supremo -para recuperar a su pueblo que habla sido seducido a apostatar por la influencia de los que estaban en autoridad, y probar que ÉL era el Dios de sus padres-, todas estas cosas se combinaban para demostrar la divinidad de su Autor y sancionar la autoridad de Elías” (John Simpson).

“Y viéndolo todo el pueblo, cayeron sobre sus rostros, y dijeron: ¡Jehová es el Dios!" Al Señor se le conoce por sus caminos y por sus obras: Él es “magnifico en santidad, terrible en loores, hacedor de maravillas”. De este modo fue resuelta la controversia entre Jehová y Baal. Aun así, los hijos de Israel olvidaron pronto lo que habían visto, y -lo mismo que sus padres, quienes habían sido testigos de las plagas de Egipto y de la derrota de Faraón y sus huestes en el mar Rojo- pronto cayeron de nuevo en la idolatría. Las manifestaciones terribles de la justicia divina suelen atemorizar y convencer al pecador, arrancar de él confesiones y resoluciones, e incluso inclinarle a la obediencia, mientras perdura en él la impresión; empero, para cambiar su corazón y convertir su alma, es necesario algo más. Los milagros que Cristo obró, en nada cambiaron la oposición de la nación judía a la verdad; para que el hombre nazca de nuevo ha de haber una obra sobrenatural en él.

 

"Y dijoles Elías: Prended a los profetas de Baal, que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y llevólos Elías al arroyo de Cisón, y allí los degolló" (v. 40). Qué solemne es esto; Elías no habla orado por los falsos profetas (sino por "este pueblo"), v el buey que había sido sacrificado no les aprovechaba. Así es, también, en cuanto a la expiación: Cristo murió por su pueblo, “el Israel de Dios", mas no derramó su sangre por los reprobados v los apostatas. Dios hizo que su verdad bendita -que ahora es negada casi universalmente- fuera ilustrada en los símbolos, v que quedara claramente expuesta en las porciones doctrinales de su Palabra, El cordero pascual fue instituido en favor de los hebreos, a quienes protegía pero ¡no para los egipcios! Querido lector, si tu nombre no está escrito en el libro de la vida, no hay el más leve rayo de esperanza para ti.

Hay algunos quienes, llevados por nociones falsas de liberalidad, condenan a Elías por haber degollado a los profetas de Baal; yerran en gran manera ignorando el carácter de Dios v las enseñanzas de su Palabra. Los peores enemigos que puede tener una nación son los profetas v sacerdotes falsos, por cuanto acarrean sobre ella males espirituales v temporales, v destruyen tanto los cuerpos como las almas de los hombres. El permitir que esos profetas de Baal escapasen, hubiera significado darles permiso para continuar sus actividades como agentes de la apostasía, v hubiese expuesto a Israel a más corrupción. Debe recordarse que el pueblo de Israel estaba bajo el gobierno directo de Jehová, v que el tolerar la existencia de aquellos que pervertían a las gentes llevándolas a la idolatría, hubiera equivalido a dar refugio a hombres culpables de alta traición contra la Majestad de las alturas. El insulto lanzado contra Jehová sólo podía ser vengado por medio de su destrucción, v solamente así podía vindicarse su santidad.

En las épocas de degeneración se requieren testigos que no pierdan de vista la gloria de Dios, que no dejen que sea influido su ánimo por el sentimentalismo, y que sean inflexibles en condenar el mal. Los que consideran que Elías llevó su severidad a extremos inauditos, e imaginan que actuó con crueldad despiadada al degollar a los falsos profetas, no conocen al Dios de Elías. El Señor es glorioso en santidad, v nunca más que cuando es “fuego consumidor” de los obradores de iniquidad. Es verdad que Elías sólo era un hombre; empero, era el siervo de Dios, v estaba obligado a llevar a cabo sus órdenes; al degollar a aquellos falsos profetas no hizo más que cumplir lo que la Palabra de Dios requería de él (véase Deuteronomio 13:1-5; 18.20-22). Nosotros, bajo la dispensación cristiana, no hemos de matar a los que seducen a otros v les llevan a la idolatría, por cuanto "las armas de nuestra milicia no son carnales” (II Corintios 10:4). La aplicación para nosotros en el día presente es ésta: debemos juzgar implacablemente todo el mal que haya en nuestras vidas, v no debemos permitir que en nuestro corazón haya rival alguno del Señor nuestro Dios; ¡"que no escape ninguno”!


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