OIDOS QUE NO OYEN
"Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, que dios es; quizá está conversando, o tiene algún empeño, o va de camino; acaso duerme, y despertará” (I Reyes 18:27). Hora tras hora, los profetas de Baal hablan llamado a su dios para que demostrara su existencia haciendo descender fuego del cielo que consumiera el sacrificio que habían colocado sobre el altar; pero ¡tic en vano: "no había voz, ni quien respondiese ni escuchase". Y ahora, el silencio fue roto por la voz del siervo del Señor que hacia escarnio. Sus esfuerzos absurdos y sin fruto bien merecían este sarcasmo mordaz. El sarcasmo es una arma peligrosa de emplear, pero su uso está plenamente justificado para exponer las pretensiones ridículas del error, y es, a menudo, muy eficaz para convencer a los hombres de lo disparatado e irrazonable de sus caminos. El pueblo de Israel merecía que Elías mostrara su menosprecio hacia aquellos que procuraban engañarles.
"Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos". Era a mediodía, cuando el sol estaba en su cenit y los profetas tenían la mejor oportunidad de éxito, que Elías se les acercó y les alentó en términos irónicos a redoblar sus esfuerzos. Estaba tan seguro de que nada podía evitar su derrota, que se permitió el ridiculizarles sugiriendo una razón de la indiferencia de su dios: "Acaso duerme, y despertará”. El caso es tan urgente y vuestra reputación y honor están tan en entredicho, que debéis despertarle; así pues, gritad en alta voz, porque vuestras voces son tan débiles que no os puede oír, vuestras voces no llegan a su remota morada; redoblad vuestros esfuerzos para llamar su atención. Así fue cómo el fiel e intrépido tisbita añadió el ridículo a su impotencia y se burló de su derrota. Sabia que seria así, y que su celo no podía cambiar las cosas. ¿Te sorprenden las expresiones sarcásticas de Elías en esta ocasión? Pues, permítenos que te recordemos que en la Palabra de Verdad está escrito: “El que mora en los cielos se reirá.; el Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:4). Esto es de una solemnidad indecible, pero es inequívocamente justo: ellos se habían reído de Dios y se hablan burlado de Sus amonestaciones y amenazas, y ahora Él contesta a tales insensatos de acuerdo con su locura. El Altísimo es, en verdad, paciente; aun así, su paciencia tiene un límite. Él llama a los hombres, y éstos no quieren; extiende su mano, y no escuchan. Les aconseja, pero ellos lo desechan; les reprende, más no quieren. ¿Se mofarán de ÉL, pues, impunemente? No, declara, "también Yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis y vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; buscarme han de mañana y no me hallarán” (Proverbios 1:24-28).
La burla de Elías en el monte Carmelo era una sombra de la burla del Altísimo en el día en que juzgará. ¿Está echada nuestra suerte ahora para aquel día? “Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía". ¿Quién, con algún discernimiento espiritual, puede negar que estas terribles palabras describen exactamente la conducta de nuestra propia generación? ¿Es, pues, emitida ahora la sentencia espantosa: “Comerán pues el fruto de su camino, y se hartarán de sus consejos. Porque el reposo de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder" (Proverbios 1:29-32)? Si así es, ¿quién puede poner en duda la justicia de la misma? Qué bendito observar que este pasaje inefable termina con las palabras: "Mas el que me oyere, habitará confiadamente, y vivirá reposado, sin temor de mal”. Esta es una promesa preciosa a la que la fe puede asirse; podemos clamar al Señor y esperar contestación, porque nuestro Dios no es sordo o impotente como Baal.
Era de esperar que aquellos sacerdotes de Baal hubieran percibido que Elías se estaba burlando de ellos al lacerarlos con ironía tan cortante; -porque, ¡qué clase de dios era el que correspondía a la descripción del profeta! Sin embargo, tan infatuados estaban y tan estúpidos eran esos devotos de Baal, que no parecen haber entendido el giro de sus palabras sino que, más bien, consideraron que contenían sano consejo. Por consiguiente, aumentaron su ahínco, y usando los recursos más bárbaros, se esforzaron en enternecer a su dios con la sangre que derramaban por amor a él y por su celo en su servicio, y a la vista de la cual suponían se deleitaba. ¡Qué pobres y miserables esclavos son los idólatras, cuyos objetos de culto pueden ser complacidos con sangre humana y con los tormentos que los adoradores se infligen! Ha sido siempre verdad, y todavía lo es hoy, que las tenebrosidades de la tierra llenas están de habitaciones de violencia” (Salmo 74.20). Qué agradecidos deberíamos estar de que el Dios soberano nos haya librado misericordiosamente de tales supersticiones.
"Y ellos clamaban a grandes voces, y sajábanse con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos” (Y. 28). ¡Qué concepto debían de tener de una deidad que requería semejantes laceraciones crueles de sus propias manos! Hoy en día pueden presenciarse cuadros parecidos en el paganismo. El culto a Satanás, tanto en la observancia de la idolatría como en la práctica de la inmoralidad, al mismo tiempo que promete indulgencia a los apetitos de los hombres es cruel a sus personas y tiende a atormentarles en este mundo. Jehová, mandó a sus adoradores de modo explicito: "No os sajaréis” (Deuteronomio 14:1). Es cierto que demanda que mortifiquemos nuestras corrupciones, pero la crueldad corporal no le proporciona ningún placer. Él desea sólo nuestra felicidad, y nunca requiere nada que no tenga una influencia directa en hacernos más santos, para que seamos más felices también, por cuanto no puede haber verdadera felicidad sin verdadera santidad.
“Y como pasó el mediodía, y ellos profetizaran hasta el tiempo del sacrificio del presente, y no había voz, ni quien respondiese ni escuchase” (v. 29). Así, pues, continuaron orando y profetizando, cantando y danzando, hiriéndose y sangrando, hasta las tres de la tarde, hora, en que se ofrecía el sacrificio en el templo de Jerusalén. Estuvieron importunando a su dios durante seis horas sin interrupción. Mas todos los esfuerzos y súplicas de los profetas de Baal fueron inútiles: el fuego que consumiera el sacrificio no llegó. ¡Indudablemente, los extremos a los que habían llegado eran suficientes para provocar la compasión de cualquier deidad! Y, el hecho de que los cielos permanecieran en silencio, ¿no demostraba al pueblo que la religión de Baal y su culto eran un engaño y una ilusión?
"No había voz, ni quien respondiese ni escuchase”. De qué modo más claro quedaba al descubierto la impotencia de los dioses falsos. Son criaturas sin poder, incapaces de ayudar a sus fieles a la hora de la necesidad. Son vanas en esta vida, pero ¡mucho más en la venidera! Es en la idolatría, más que en ninguna otra cosa, donde se pone de manifiesto más claramente la imbecilidad que el pecado produce. Convierte a sus víctimas en completos necios, como se evidenció en el Carmelo. Los profetas de Baal levantaron un altar y pusieron sobre él el sacrificio, y entonces clamaron a su dios por espacio de seis horas para que mostrara que aceptaba su ofrenda. Pero fue en vano. Su insistencia no tuvo respuesta: los cielos eran como cobre. Ni una sola lengua de fuego que lamiera la -,4rne del buey muerto bajó del cielo. El único sonido que se oía era los gritos angustiados de los sacerdotes frenéticos al herirse hasta que brotara la sangre.
Querido lector, si tú adoras ídolos, y continúas haciéndolo, descubrirás aún que tu dios es tan impotente e inútil como Baal. ¿Es el vientre tu dios? ¿Pones tu corazón en el disfrute de la grosura de la tierra, y vives para comer y beber, en vez de comer y beber para vivir? ¿Gime tu mesa bajo el peso de los bocados exquisitos de este mundo, mientras tantos carecen de lo más necesario? Pues, sabe que si persistes en tu impiedad y desatino, la ora viene cuando descubrirás la locura de tal proceder.
¿Es el placer tu dios? ¿Pones tu corazón en el torbellino incesante de la algazara, y corres de un espectáculo al otro, gastando todo tu tiempo y tu dinero en las funciones deslumbrantes de la Feria de la Vanidad? ¿Son tus horas de recreo una sucesión continua de excitación y broma? Pues, sabe que si persistes en esta locura e impiedad, la hora viene cuando gustarás las heces amargas que reposan en el fondo de semejante copa.
¿Es Mammón tu Dios? ¿Pones tu corazón en las riquezas materiales, y todas tus energías en obtener lo que imaginas que va a darte poder sobre los hombres, un lugar prominente en el mundo social, y que te procurará las cosas que, se supone, dan comodidad y satisfacción? ¿Es el adquirir bienes, dinero en el banco, valores y acciones por lo que traficas con tu alma? Entonces, sabe que, si persistes en semejante propósito absurdo y malo, la hora viene cuando verás la falta de valor de tales cosas, y su impotencia para mitigar tu remordimiento.
¡Oh, el desatino, la locura consumada de servir a dioses falsos! Desde el punto de vista más elevado es locura, porque es una afrenta al Dios verdadero, un dar a otro lo que le corresponde a 111 sólo, un insulto que nunca jamás tolerará ni pasará por alto. Pero, aun desde un punto de vista más bajo, es un craso error, porque no hay dios falso ni ídolo capaz de procurar ayuda real en la hora en que ésta es más necesaria. Ninguna forma de idolatría, ningún sistema religioso falso, ningún dios sino el Verdadero, puede responder de modo milagroso a la oración, proporcionar evidencia satisfactoria de que el pecado es borrado, ni dar el Espíritu Santo, quien, como, el fuego, ilumina el entendimiento, da calor al corazón y limpia el alma. Un dios falso no pudo enviar fuego sobre el monte Carmelo, ni tampoco puede hacerlo hoy. Así pues, vuélvete al Dios verdadero, lector, mientras es tiempo.
Antes de seguir adelante, hay otro punto que debe mencionarse en cuanto a lo que está ante nosotros; un punto que contiene una lección importante para la presente generación superficial. Permítasenos decirlo de la forma siguiente: el celo y el entusiasmo, por grandes que sean, no son pruebas de que la causa a la que se dedican sea verdadera y buena. Hay una clase muy numerosa de gentes de mente superficial que deducen que desplegar celo religioso y fervor es una señal real de espiritualidad, y que tales virtudes compensan con creces la falta de conocimiento y de doctrina sana que pueda existir. "Dame un lugar”, dicen, “en donde haya vida y calor en abundancia, aunque no haya profundidad en la predicación, antes que un ministerio sano pero frío y sin atractivo”. No es oro todo lo que reluce, querido lector. ¡Los profetas de Baal estaban llenos de extremo celo y fervor, pero era en una causa falsa y no trajeron nada del cielo! Por lo tanto, sírvate ello de advertencia y guíate por la Palabra de Dios, y no por lo que apela a tus' emociones y afán de excitación.
“Elías dijo entonces a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se llegó a él” (v. 30). Era evidente que esperar más no iba a servir de nada. La prueba que Elías había propuesto, el pueblo aprobado y los falsos profetas aceptado, de mostraba de modo convincente que Baal no tenía derecho a llamarse (verdadero) Dios. Al siervo de Jehová le había llegado la hora de actuar Era extraordinaria la manera en que se contuvo a lo largo de las seis horas durante las cuales había permitido que sus adversarios ocuparan la palestra; sólo una vez rompió el silencio para estimularles a aumentar sus esfuerzos.
Pero llegado el momento oportuno, se dirigió al pueblo, pidiéndoles que se le acercaran para que pudieran observar mejor sus acciones. Respondieron en seguida, sin duda con curiosidad de ver lo que habla, y con deseos de saber si su llamada al cielo sería más fructífera que la de los profetas de Baal.
"Y. él reparó el altar de Jehová que estaba arruinado” (v. 30). Tomad nota de su primer acto, que estaba destinado a hablar al corazón de aquellos israelitas. Alguien ha señalado que Elías, - en el Carmelo, hizo un triple llamamiento al pueblo. Primero, habla apelado a sus conciencias, al preguntarles: "¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (v, 21). Segundo, habla apelado a su razón, al proponer que se hiciera una prueba entre los profetas de Baal y él para que "el Dios que respondiere por fuego, ése sea Dios” (v. 24). Y entonces, cuando "reparó el altar de Jehová", apeló a sus corazones, En esto dio un ejemplo admirable a seguir por los siervos de Dios de todos los tiempos. El ministro de Cristo debería hablar a la conciencia, el entendimiento y los afectos de los oyentes, por cuanto sólo así puede ser presentada la verdad de modo adecuado; y sólo así puede llegarse a las facultades principales de los hombres y esperarse de ellos una decisión definitiva por el Señor. Debe conservarse un equilibrio entre la Ley y el Evangelio. Para poner en acción la voluntad, ha de escudriñarse la conciencia, han de avivarse los afectos y ha de convencerse la mente. Fue así como Elías lo hizo en el Carmelo.
"Elías dijo entonces a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se llegó a él”. Qué fuerte y resuelta era la confianza en Dios que tenla el profeta. Sabia perfectamente bien qué era lo que su fe y oración habían alcanzado del Señor, y no tenía el más leve temor de verse contrariado y confundido. El Dios de Elías jamás deja a quien confía en V con todo el corazón. Pero el profeta estaba decidido a que esa respuesta por fuego estuviera fuera de toda duda. Por consiguiente, invitó al pueblo a inspeccionar lo más de cerca posible su labor de reparación M arruinado altar de Jehová. Habían de estar junto a él para que vieran por si mismos que no les engañaba ni ponía ninguna chispa secreta debajo de la leña sobre la que yacía el buey sacrificado. La verdad nunca teme la investigación más estricta. Nunca rehuye la luz, sino que la solicita. Son el obrador de maldad y sus emisarios los que aman las tinieblas y el lugar secreto y obran bajo la capa del misticismo.
"Y Él reparó el altar de Jehová que estaba arruinado (v. 30). Hay aquí mucho más contenido del que se ve a primera vista. El lenguaje de Elías en 19:10 arroja luz sobre este pasaje: "Los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares”. Según la ley mosaica, habla sólo un altar sobre el que pudiera ofrecerse sacrificios, y éste estaba en donde el Señor habla fijado su residencia peculiar desde los días de Salomón, es decir, en Jerusalén. Pero, antes de que se levantara el tabernáculo, podían ofrecerse sacrificios en todos los lugares, y en la dispensación previa se construyeron altares dondequiera que los patriarcas permanecieron por algún espacio de tiempo, y es probablemente a ellos que Elías aludió en 19:10. Este altar en ruinas, por lo tanto, era un testigo solemne de que el pueblo se había alejado de Dios. El profeta, al repararlo, reprochaba al pueblo por su pecado, y hacia en su nombre confesión del mismo, al propio tiempo que les llevaba de nuevo al lugar de los principios.
Lector, esto está registrado para nuestra instrucción: Elías comenzó reparando el altar arruinado. Y ahí es donde debemos comenzar nosotros si queremos que la bendición del cielo descienda de nuevo sobre las iglesias y sobre nuestro país. En muchos hogares de cristianos nominales hay un altar de Dios abandonado. Hubo un tiempo en que la familia se reunía y reconocía a Dios en la autoridad de su ley, en la bondad de su providencia diaria, y en el amor de su redención y su constante gracia; empero el sonido de la adoración unida no se oye ya elevarse de ese hogar. La prosperidad, la mundanalidad y el placer han acallado los acentos de la devoción. El altar ha caído, la sombra tenebrosa del pecado descansa sobre esta casa. Y no puede haber acercamiento a Dios entretanto que el pecado no es confesado."Los que encubren sus pecados no pueden prosperar (Proverbios 28:13). Ha de confesarse el pecado antes de que Dios pueda responder con fuego santo. Y ha de confesarse de hecho así como de palabra: el altar ha de ser levantado de nuevo, El cristiano ha de volver al lugar de antes. Véase Génesis 13:14; Apocalipsis 2:4,5.