EL SILBO APACIBLE Y DELICADO
“Y Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; mas Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; mas Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; mas Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado" (I Reyes 19:11,12). Elías fue llamado a ser testigo de una manifestación extraordinaria y terrible del poder de Dios. La descripción que aquí se nos da de la escena, aunque breve, es tan gráfica que lo que pudiéramos decir sólo serviría para empañar su fuerza. Lo que deseamos hacer no es más que descubrir el significado y el mensaje de esta manifestación de Dios: su mensaje para Elías, para Israel y para nosotros. Ojalá nuestros ojos fueran ungidos para discernirlo, nuestro corazón inclinado para apreciarlo, nuestros pensamientos controlados por el Espíritu Santo, y nuestra pluma dirigida para la gloria del Altísimo y la bendición de su amado pueblo.
Al tratar de descubrir el significado espiritual de lo que el profeta vio en el monte, hemos de meditar acerca de la escena en relación con lo que precede, tanto por lo que se refiere a la historia de Israel, como a la experiencia de Elías. Hemos de considerarlos, después, en relación a lo que sigue inmediatamente, por cuanto no hay duda de que existe una relación estrecha entre las escenas asombrosas relatadas en los versículos 11 y 12, y el solemne mensaje que se contiene en los versículos del 15 al 18, siendo éstos interpretación de aquellos. Finalmente, hemos de examinar este incidente sorprendente a la luz de la analogía de la fe, y de toda la Escritura, por cuanto una parte de ella sirve para explicar la otra. Es al conocer mejor "los caminos" de Dios, tal como se revelan en su Palabra, que podemos adentrarnos más inteligentemente en el significado de sus “obras” (Salmo 103:7).
Así pues, ¿cómo hemos de considerar esta manifestación de Dios en el monte por lo que toca a Elías? En primer lugar, el Señor obraba hacia él con gracia. Esto se pone de manifiesto en el contexto. Por él hemos visto la respuesta conmovedora dc Dios al fracaso de su siervo. Lejos de dejarle en la hora de la debilidad y la necesidad, el Señor se mostró del modo más tierno hacia él, ilustrando aquella promesa preciosa: "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Y Elías temía al Señor; y aunque su fe se había eclipsado momentáneamente, £1 no le volvió por ello la espalda. Recibió el sueño reparador; un ángel le proveyó de comida y bebida; y le fue infundida fortaleza sobrenatural para su cuerpo, la cual le permitió pasar cuarenta días y cuarenta noches sin alimentos. Y al llegar a la cueva, Cristo mismo, el "Verbo" eterno, se le apareció en una teofanía. ¡Cuán grandes favores eran éstos! ¡Qué pruebas de que Él es “el Dios de toda gracia”!
Puede que alguien, después de haber leído lo que acabamos de decir, diga: Sí, pero, entonces Elías menospreció esa gracia; en vez de afectarle debidamente, permaneció indiferente y displicente; en vez de confesar su fracaso, intentó justificar el haber abandonado su deber. Aun así, ¿qué es ello? ¿No enseñó Dios la necesaria lección al reacio profeta? ¿No se le apareció de un modo aterrador con el propósito de reprenderle? Esta no es la manera en que entendemos este incidente. Los que adoptan semejante punto de vista no tienen mucho conocimiento experimental de la maravillosa gracia de Dios. Él no es voluble y variable como nosotros; no nos trata en una ocasión según su compasión bondadosa, y en otra según nuestros propios deméritos. Cuando Dios comienza tratando a uno de 3us elegidos con gracia, continúa tratándole con gracia, y nada que haya en la criatura puede impedir que su misericordia se derrame sobre ella.
Nadie puede examinar las maravillas que tuvieron lugar en Horeb, sin ver en Elías una referencia a la espantosa solemnidad del Sinaí, con sus "truenos y relámpagos” cuando el Señor descendió sobre él "en fuego”... y todo el monte se estremeció en gran manera” (Éxodo 19:16,18). Aun así, no apreciaremos todo el peso de la alusión a menos que consideremos detenidamente las palabras: “Jehová no estaba en el viento”, “Jehová no estaba en el terremoto”, "Jehová no estaba en el fuego". Dios no trataba con Elías sobre la base del pacto legal. En esta triple nación, el Espíritu nos dice que Elías no se habla “llegado al monte que se podía tocar, y al fuego encendido, y al turbión, y a la oscuridad, y a la tempestad” (Hebreos 12:18). La voz que hablaba al profeta era la del "silbo apacible y delicado", lo que mostraba que se había llegado al monte de Sión” (Hebreos 12:22), el monte de la gracia. El que Jehová se revelara de esta forma a Elías, era una señal del favor divino que le confería la misma distinción que Moisés habla recibido en ese mismo lugar, cuando el Señor hizo descender su gloria e hizo que todas sus misericordias pasaran ante él.
En segundo lugar, el método que el Señor empleó en esta ocasión, estaba designado para la instrucción de su siervo. Elías estaba desalentado debido al fracaso de su misión. Había sido celoso por el Señor Dios de los ejércitos, mas ¿qué se habla hecho de su celo? Habla orado como quizá nadie lo hizo antes; sin embargo, aunque sus oraciones fueron contestadas con milagros, aquello que le era más querido no lo habla logrado. A Acab no le afectaba en lo más mínimo todo lo que había presenciado. La nación no habla sido llevada de nuevo a Dios. Jezabel se mantenía tan retadora como siempre. Elías parecía estar completamente solo y sus esfuerzos eran inútiles. A pesar de todo el enemigo aun triunfaba. Por consiguiente, el Señor da a su siervo una lección a través de lo que sucede. Recuerda a Elías, por medio de un despliegue de su gran poder, que no está limitado a un medio determinado para llevar a cabo Sus designios. Los elementos están a Su disposición cuando se complace en emplearlos; y, si tal es Su voluntad, un medio más suave y delicado.
Elías había aparecido con toda la vehemencia de un grande y poderoso viento, y por lo tanto, era muy natural que hubiese llegado a la conclusión de que él era quien había de hacer toda la obra; que, con la ayuda de Dios, todos los obstáculos hablan de ser barridos, la idolatría abolida y el pueblo llevado de nuevo a la adoración de Jehová. Pero el Señor, en su gracia, hizo saber al profeta que P11 tiene otras armas en su arsenal que usará a su debido tiempo. El “viento”, el “terremoto”, el “fuego”, habían de jugar sus respectivos papeles y preparar el camino de modo más distinto y efectivo para el ministerio más suave del “silbo apacible y delicado”. Elías no era sino un agente entre muchos. "Uno es el que siembra, y otro es el que siega” (Juan 4:37). Elías había desempeñado su parte e iba a ser premiado pronto por su fidelidad. Y aunque no había trabajado en vano, otro que no era él iba a proseguir sus labores. ¡Qué lleno de gracia es el Señor al hacer participes de sus secretos a sus siervos!
“No hará nada el Señor Jehová, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Eso fue precisamente lo que ocurrió en Horeb. Dios reveló el futuro a Elías por medio de lo que podríamos llamar una parábola panorámica. En ello podemos descubrir la relación de este notable incidente con Israel. En los versículos que siguen a los que estamos considerando, hallamos al Señor mandando a Elías que ungiera a Hazael, por rey de Siria, a Jehú por rey sobre Israel, y a Eliseo para ser profeta en lugar suyo, asegurándole que “el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará”.(v. 17). En la obra de esos hombres podemos percibir el significado profético del fenómeno solemne que Elías presenciaba: eran símbolos de las calamidades horribles con las que Dios iba a castigar a la nación apóstata. Así el gran “viento” era una figura de la obra de juicio que Hazael realizó en Israel cuando pegó fuego a sus fortalezas y mató a cuchillo a sus mancebos (II Reye3 8:12); el “terremoto” lo era de la revuelta de Jehú, quien destruyó completamente la casa de Acab (II Reyes 9:7-10); y el "fuego”, de la obra de juicio acabada por Elíseo.
En tercer lugar, este incidente estaba designado para la consolación de Elías. Los juicios que habían caído sobre la nación culpable eran, en verdad, terribles; con todo, en la ira, Jehová recordaría ser misericordioso. La nación escogida no sería exterminada de modo total, y por ello el Señor, en su gracia, aseguró a su desalentado siervo: “Yo haré que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se encorvaron a Baal, y bocas todas que no lo besaron" (v. 18). Así como el "grande y poderoso viento”, el “terremoto”, y el “fuego" eran portentos simbólicos de los juicios que Dios iba a enviar en breve sobre su pueblo idólatra, el “silbo apacible y delicado” que siguió a éstos, miraba hacia la misericordia que tenía reservada para cuando su “extraña obra” fuera cumplida. Por cuanto leemos que, cuando Hazael hubo afligido a Israel todo el tiempo de Joacaz, "Jehová tuvo misericordia de ellos, y compadecióse de ellos, y mirólos, por amor de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob; y no quiso destruirlos ni echarlos de delante de si hasta ahora” (II Reyes 13:23). Decimos una vez más, cuán lleno de gracia fue el Señor al mostrar a Elías "lo que ha de venir”, y de este modo hacerle saber cuál seria la secuela de sus esfuerzos.
Si consideramos a la luz de todas las Escrituras los hechos extraordinarios que tuvieron lugar en Horeb, descubriremos que ellos indican e ilustran uno de los principios generales del gobierno divino de este mundo. El orden de las manifestaciones divinas que Elías presenciaba era análogo al tenor general M proceder de Dios. Tanto por lo que toca a un pueblo o a un individuo, por regla general las misericordias divinas están precedidas por manifestaciones terribles del poder de Dios y de su desagrado hacia el pecado. Primero las plagas de Egipto y la destrucción de Faraón y su hueste en el mar Rojo y después la liberación de los hebreos. La majestad y el poder de Jehová fueron desplegados en el Sinaí, y después la proclamación bendita: “Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado" (Éxodo 34:6,7).
En cuarto lugar, el método que el Señor adoptó en esta ocasión estaba designado a capacitar a Elías para un servicio Posterior. El “silbo apacible y delicado”, "hablando con él blandamente”, estaba designado a calmar y apaciguar su espíritu agitado. Evidenciaba de nuevo la bondad y ternura del Señor, que quería mitigar el disgusto de. Elías y alentar su corazón. Cuando el alma del siervo recibe de nuevo la seguridad del amor de su Señor, es fortalecida para enfrentarse a nuevos peligros y oposición por Su causa, y para llevar a cabo cualquier tarea que ÉL se digne asignarle. Así fue, también, cómo obró con Isaías: primero humillándole con la visión de Su gloria que le trajo la conciencia de su total pecaminosidad e insuficiencia, y luego asegurándole la remisión de sus pecados; por ello, Isaías emprendió la más ingrata de las misiones (1saías 6:1-12). Lo que siguió demuestra que las medidas de Dios fueron igualmente efectivas en el caso de Elías; recibió un nuevo encargo, y lo cumplió con obediencia.
"Y cuando lo oyó Elías,- cubrió su rostro con su manto, y salió, y paróse a la puerta de la cueva” (v. 13). Esto es algo extraordinario. Por lo que se deduce del relato inspirado, Elías permaneció impasible ante las diversas manifestaciones del poder de Jehová, a pesar de lo terribles que eran; y ello es, sin duda, una prueba palpable de que su conciencia no estaba abrumada por el peso de la culpa. Pero cuando sonó el silbo apacible y delicado, éste le afectó en seguida. El Señor se dirigió a su siervo, no de modo airado y severo, sino con delicadeza y ternura, para mostrarle lo compasivo y lleno de gracia que era el Dios al que habla de dar cuentas; y ello enterneció su corazón. La palabra hebrea traducida aquí “apacible” es la misma que se emplea en el Salmo 107:29: "Hace parar la tempestad en sosiego”. El que se cubriera el rostro con su manto denotaba dos cosas: su reverencia por la majestad divina, y el sentido de su propia indignidad -del mismo modo que los serafines estaban representados cubriéndose el rostro en la presencia del Señor (Isaías 6:2,3)-. Cuando Abraham se vio en la presencia de Dios, dijo: “Soy polvo y ceniza” (Génesis 18:27). Cuando Moisés se acercó a la zarza que ardía y en la que se hallaba la presencia del Señor, “cubrió su rostro” (Éxodo 3:6).
Las lecciones que podemos sacar de este hecho extraordinario son muchas y provechosas. En primer lugar, percibimos en él que el modo de obrar de Dios es hacer lo inesperado. Si preguntásemos a los que nos rodean qué creen más probable, que Dios hablara a Elías por medio del gran viento, del terremoto o del silbo apacible, estamos seguros que la gran mayoría diría que por medio del primero. ¿No es así, también, en nuestra experiencia espiritual? Le pedimos con fervor que nos conceda una certeza más definida y firme de que somos aceptos en Cristo, y entonces buscamos su respuesta como si fuera una especie de sacudida eléctrica impartida a nuestras almas o una visión extraordinaria; cuando, en realidad, el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios con voz suave y delicada. Pedimos, también, a Dios que crezcamos en la gracia, y entonces esperamos su respuesta en forma de un mayor goce de su presencia; mientras que lo que Él nos da de modo suave es el ver mejor la depravación que se esconde en nuestros corazones. SÍ, a menudo Dios obra de modo inesperado en su trato con nosotros.
En segundo lugar, la preeminencia de la Palabra. Si hubiéramos de definir con una sola palabra el fenómeno variado que Elías presenció en el monte, diríamos que el Señor le habló. Cuando se nos dice que “Jehová no estaba en” el viento, el terremoto ni el fuego, hemos de entender que Él no se dirigió al corazón del profeta por medio de ellos, sino por medio del silbo apacible y delicado”. Al considerar este último como el símbolo de la Palabra, hallamos confirmación en el hecho sorprendente de que la palabra hebrea para “delicado” es la misma que se usa en Éxodo 16:14: "una cosa menuda, redonda"; y casi no hace falta añadir que el maná con el que el Señor alimentó a Israel en el desierto era un tipo del alimento que Él ha provisto para nuestras almas. Aunque en la creación se despliegan el gran poder y la maravillosa sabiduría de Dios, no es por medio de la naturaleza que podemos entender y conocer a Dios, sino por medio de su Palabra aplicada por su Espíritu.
En tercer lugar, en los fenómenos que tuvieron lugar en el monte podemos percibir una ilustración asombrosa del vívido contraste que existe entre la ley y el Evangelio. El viento destructor, el terremoto y el fuego eran figuras de la ley que producía pavor (como vemos en el hecho de que se produjeran en el Sinaí), mas el “silbo apacible y delicado” era un símbolo apropiado del "evangelio de paz” que calma el pecho turbado. Así como el arado y la grada son necesarios para quebrantar la tierra dura y prepararla para la semilla, así también, el sentido de la majestad, la santidad y la ira de Dios es el heraldo que nos prepara para apreciar verdaderamente su gracia y su amor. El que duerme ha de ser despertado, el alma ha de darse cuenta del peligro, y la conciencia ha de ser convicta de 12 pecaminosidad del pecado, antes de que podamos volvernos a Dios huyendo de la ira que vendrá. Con todo, ésas no son experiencias salvadoras; lo único que hacen es preparar el camino del mismo modo que el ministerio de Juan el Bautista capacitó a los hombres a mirar al Cordero de Dios.
En cuarto lugar, en este hecho podemos ver una figura del modo en que Dios suele tratar con las almas, por cuanto Él acostumbra a usar la ley antes que el Evangelio. A pesar de lo mucho que se dice en contra en nuestros días, el que esto escribe cree aún que el Espíritu suele herir antes de curar, sacudir el alma con la visión del infierno antes de comunicarle la esperanza del cielo, hacer que el corazón desespere antes de llevarle a Cristo. Para que el corazón se llene de un sentido profundo de su propia necesidad, la complacencia y la justicia propias han de ser destruidas. Antes de que pudieran ser librados de Egipto, los hebreos hubieron de sufrir el látigo de sus amos y gemir en los hornos de cocer ladrillos. El hombre ha de sentirse completamente perdido antes de que pueda implorar salvación. El viento y el fuego han de hacer su obra antes de que podamos aclamar a Dios (Salmo 89:15). Ha de dictarse sentencia de muerte contra nosotros antes de que nos volvamos a Cristo en busca de perdón.
En quinto lugar, éste es, a menudo, el modo en que Dios contesta la oración. Los cristianos suelen esperar que Dios conteste sus oraciones con señales asombrosas y maravillas espectaculares, y porque no les son dadas en una forma señalada y permanente, llegan a la conclusión de que ÉL no las atiende. Pero la presencia y el poder de Dios no pueden medirse por las manifestaciones anormales y las visitaciones extraordinarias. Las maravillas de Dios se producen pocas veces con ruidos y vehemencia. ¿Quién puede oír el sonido del rocío? La vegetación crece en silencio, pero no por ello menos constantemente. Dios hace su obra de gracia, lo mismo que la de la naturaleza, de modo suave, delicado, imperceptible, excepto en los efectos producidos. La mayor fidelidad y devoción a Dios no se encuentran donde prevalecen la excitación y el sensacionalismo. La bendición de Dios acompaña al uso discreto y perseverante de los medios que te ha establecido y que no atraen la atención de los hombres vulgares y carnales.
En sexto lugar, la escena de Horeb contiene un mensaje oportuno para los predicadores. Cuántos ministros del Evangelio hay que se han desalentado por completo con menos motivos que Elías. Han sido incansables en su trabajo, celosos por el Señor y fieles en predicar su Palabra, y sin embargo, no han visto fruto ni resultados y todo ha parecido en vano. Aun así, suponiendo que éste sea el caso, ¿qué de ello? Procura asirte de nuevo a la gran verdad de que los propósitos del Señor no dejarán de cumplirse y que ese propósito incluye el día de mañana lo mismo que el presente. El Altísimo no está limitado a un solo medio. Elías pensó que toda la obra habla de hacerse a través de su instrumentalidad, pero hubo de aprender que él no era más que un medio entre muchos. Cumple tu deber allí donde Dios te ha puesto; ara la tierra barbechada y siembra la semilla, y aunque no haya fruto en tus días, ¿quién sabe si no habrá un Eliseo que te siga y lleve a cabo la obra de la siega?
En séptimo lugar, hay un aviso solemne para los no salvos. Dios no será burlado impunemente. Aunque es lento para la ira, su paciencia tiene un límite. Aquellos que no se aprovecharon, en el día de su visitación y oportunidad, del ministerio de Elías, hubieron de sentir cuán terrible es el tratar con desprecio las amonestaciones divinas. A la misericordia siguió el juicio drástico y devastador. Las fortalezas de Israel cayeron y sus mancebos murieron a cuchillo. ¿Va a ser ésta la terrible suerte de la presente generación? ¿Está destinada a ser destruida por Dios? Parece más y más que así sea. Las muchedumbres se dan a un espíritu loco. Los portentos más solemnes de la tormenta que se avecina son menospreciados de modo impío. Las palabras de los siervos de Dios sólo encuentran oídos sordos. Lector que no eres salvo, ve a Cristo sin más dilación antes de que el diluvio de la ira de Díos te alcance.