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BERESHIT ELOHIM MINISTERIO

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FRENTE AL PELIGRO

16.03.2014 17:10

 

Para alguien tan lleno de celo por el Señor y de amor para Su pueblo como Elías, la prolongada inactividad a la cual se veía forzado a someterse había de resultar una prueba severa. Un profeta tan enérgico y valiente debla de estar ansioso de aprovechar la aflicción que sufrían sus compatriotas; debía de desear despertarles a sentir sus graves pecados, y urgirles a tornarse al Señor. En vez de ello -los caminos de Dios son tan distintos de los nuestros- se le pedía que permaneciera en su retiro un mes tras otro, año tras año. Sin embargo, su Señor tenía un designio sabio y de gracia al tratar de disciplinar a su siervo. A lo largo de su estancia junto al arroyo de Querit, Elías había probado la suficiencia y la fidelidad del Señor, y había ganado no poco en su estancia descrita en Sarepta. Como revela el apóstol en II Corintios 6:4 y en 12:12, la señal primordial de un siervo de Cristo aprobado es la gracia de la paciencia” espiritual, y ésta se desarrolla por medio de "la prueba de la fe” (Santiago 1:3).

Los años que Elías pasó en Sarepta estaban lejos de ser tiempo perdido, porque fue durante su estancia en casa de la viuda que obtuvo la confirmación de su llamamiento divino por el sello notable dado a su ministerio. Fue allí donde obtuvo su aprobación en la conciencia de su huésped: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (17:24). Era de gran importancia que el profeta tuviera un testimonio semejante de la procedencia divina de su misión, antes de emprender la parte más difícil y peligrosa de la misma que tenla ante sí. Su corazón fue confirmado de modo bendito, y así ya estaba capacitado para comenzar de nuevo su carrera pública con la seguridad de ser un siervo de Jehová, y de que la Palabra del Señor estaba verdaderamente en su boca. Semejante sello a su ministerio (la vuelta a la vida del niño muerto) y la aprobación en la conciencia de la madre eran motivos de estimulo al ir a hacer frente a la gran crisis y el conflicto del Carmelo.

¡Qué mensaje se contiene aquí para muchos ministros ardorosos de Cristo a quienes la Providencia ha retirado por un tiempo del ministerio público! Están tan deseosos de hacer bien y de extender la gloria de su Maestro en la salvación de los pecadores y en la edificación de los santos, que sienten que su obligada inactividad es una prueba severa. Pero, que tengan la seguridad de que el Señor tiene alguna buena razón al imponer esa limitación sobre ellos, y por lo tanto, que deben procurar celosamente la gracia necesaria para no inquietarse ni obrar por si mismos buscando forzar la salida de tal situación, ¡Meditad el caso de Elías! No dejó escapar queja alguna ni se aventuró a salir del retiro al que Dios le había enviado. Esperó pacientemente a que el Señor le dirigiera, a que le libertara, a que extendiera su esfera de servicio. Entre tanto, por su ferviente intercesión, fue hecho bendición grande para los de aquella casa.

"Pasados muchos días” (I Reyes 18:1). Atendamos a esta expresión del Espíritu bendito. No dice "pasados tres años” (como fue en realidad), sino “pasados muchos días”. Hay ahí una importante lección para nuestro corazón, si atendemos a la misma: deberíamos vivir los días uno a uno, y contar nuestras vidas por días. "El hombre nacido de mujer, corto de días, y harto de sinsabores; que sale como una flor y es cortado” (Job 14:1,2). Tal era la visión de la vida del anciano Jacob, por cuanto, cuando Faraón preguntó al patriarca por su edad, contestó: "Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años” (Génesis 47:9). Bienaventurados aquellos cuya oración es: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría" (Salmo 90: 12). Empero, qué propensos somos a contar por años. Esforcémonos, a vivir cada día como si fuera el último de nuestra vida.

"Pasados muchos días, fue”; es decir, el predeterminado consejo de Jehová se llevaba a cabo. El cumplimiento del propósito divino no podemos retrasarlo ni forzarlo. Ni nuestra petulancia ni nuestras oraciones pueden apresurar a Dios. Tenemos que esperar la hora por É1 designada, y cuando llega, Él obra; es tal como Él lo ha predeterminado. El espacio preciso de tiempo que su siervo tiene que permanecer en un lugar determinado fue predestinado por el Señor en la eternidad. “Pasados muchos días", esto es, más de mil desde que la sequía comenzó fue palabra de Jehová a Elías". Dios no había olvidado a su siervo. El Señor nunca olvida a ninguno de sus hijos, porque P-1 ha dicho: "He aquí que en las palmas te tengo esculpida; delante de mi están siempre tus muros” (Isaías 49:16). Ojalá nunca le olvidemos, sino que podamos decir: "A Jehová he puesto siempre delante de mí" (Salmo 16:8).

"Fue palabra de Jehová. a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y Yo daré lluvia sobre la haz de la tierra” (I Reyes 18:1). Para que podamos entender mejor la tremenda prueba del valor del profeta que se contenía en este mandato, tratemos de hacernos una idea del estado de ánimo en que debía encontrarse el rey impío. Comenzamos el estudio de la vida de Elías meditando en las palabras: "Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (17:1). Ahora hemos de considerar la secuela de estos hechos. Hemos visto cómo le fue a Elías durante este largo intervalo; ahora hemos de ver cómo estaban las cosas para Acab, su corte, y sus súbditos. El estado de cosas, cuando se cierran los cielos y no hay rocío durante tres años, ha de ser en verdad espantoso. "Habla a la sazón grande hambre en Samaria” (18:2).

"Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias” (v. 5). Se nos presenta aquí el perfil más simple, pero no es difícil imaginar los detalles. Israel habla pecado gravemente contra el Señor, y por ello se le hacia sentir el peso de la vara de su justa ira. Qué cuadro más humillante de¡ pueblo favorecido de Dios; ver al rey buscando hierba, si quizá hallarla alguna para poder salvar la vida a las bestias que aún le quedaban. ¡Qué contraste con la abundancia y la gloria de los días de Salom6n! Pero, Jehová habla sido deshonrado groseramente, y su verdad rechazada. La vil Jezabel había contaminado la tierra con la influencia pestilente de sus ' falsos profetas y sacerdotes. Los altares de Baal hablan suplantado los del Señor, y, por consiguiente, como que Israel había sembrado vientos, tenía que segar tempestades.

¿Y qué efecto produjo en Acab y sus súbditos el severo juicio del cielo? "Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias”. ¡No hay aquí ni una sola sílaba acerca de Dios, ni una palabra acerca de los terribles pecados que habían causado Su desagrado! Las fuentes, los arroyos y la hierba era todo lo que ocupaba los pensamientos de Acab; todo lo que le preocupaba era el alivio de la aflicción divinamente enviada. Siempre es éste el caso de los reprobados. Este fue el de Faraón: a cada plaga que descendía sobre Egipto, llamaba a Moisés y le pedía que rogase que cesara, y tan pronto como cesaba, endurecía su corazón y seguía desafiando al Altísimo. A menos que Dios tenga a bien santificar directamente sus castigos en nuestra alma, no nos aprovechan. No importa cuán severos sean sus juicios o por cuánto tiempo se prolonguen; el hombre nunca se ablanda a menos que Dios lleve a cabo una obra de gracia en él. "Y se mordían sus lenguas de dolor; y blasfemaron del Dios del cielo por sus dolores, y por sus plagas, y no se arrepintieron de sus obras”, (Apocalipsis 16:10,11).

En ninguna parte se pone de manifiesto la terrible depravaci6n de la naturaleza humana de modo más grave que en este punto. En primer lugar, los hombres consideran todo período prolongado de sequía como un fenómeno de la naturaleza que debe soportarse, negándose a ver en ello la mano de Dios. Más tarde, si se les hace ver que están bajo el juicio divino, adoptan un espíritu de desafío que sostienen descaradamente. Un profeta posterior de Israel se lamentaba de que el pueblo manifestaba su carácter vil: “Oh Jehová, ¿no miran tus ojos a la verdad? Azotástelos, y no les dolió; consumístelos, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra” (Jeremías 5:3). Podemos ver en ello lo absolutamente absurdo y erróneo de la doctrina deL purgatorio de los romanistas, y del infierno de los universalistas. "El fuego imaginario del purgatorio y los tormentos reales del infierno no poseen efecto purificador alguno, y el pecador, en la angustia de sus sufrimientos, aumentará continuamente su impiedad, y acumulará ira por toda la eternidad” (Thomas Scott).

“Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias. Y partieron entre sí el país para recorrerlo: Acab fue de por sí por un camino, y Abdías fue separadamente por otro” (vs. 5 y 6). ¡Qué cuadro presentan estas palabras! No sólo no había lugar en sus pensamientos para el Señor, sino que Acab no dijo nada acerca de su pueblo, quien, después de Dios, debla ser su principal interés. Su corazón malo parecía incapaz de elevarse más allá de los caballos y las acémilas: esto era lo que le importaba en el día del espantoso azote de Israel. Qué contraste entre el bajo y vil egoísmo de este miserable, y el noble espíritu del hombre según el corazón de Dios. "Y David dijo a Jehová cuando vio al ángel que hería al pueblo: Yo pequé, yo hice maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Ruégote que tu mano se torne contra mi, y contra la casa de mi padre” (II Samuel 24:17), éste era el lenguaje de un rey regenerado cuando su pueblo temblaba bajo la vara de Dios que castigaba su pecado.

Es fácil imaginar cómo aumentaban, a medida que continuó la sequía, y sus efectos desoladores se hicieron más agudos, el resentimiento amargo y la furiosa indignación de Acab y su vil consorte contra el que habla pronunciado el terrible interdicto. Tan encolerizada, estaba Jezabel, que destruyó a los profetas de Jehová (v. 4); y tan enfurecido estaba el rey, que buscó diligentemente a Elías por todas las naciones fronterizas, requiriendo un juramento de sus gobernantes de que no estaban prestando asilo al hombre que consideraba su peor enemigo y la causa de todos sus males. ¡Y ahora, la Palabra del Señor fue a Elías diciendo: "Ve, muéstrate a Acab"! Si se requería de él mucho valor cuando fue llamado a anunciar la terrible sequía, qué intrepidez necesitaba ahora para hacer frente al que le buscaba con rabia despiadada.

“Pasados muchos días, fue palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab”. Los movimientos de Elías estaban todos ordenados por Dios: no era "suyo”, sino siervo de otro. Cuando el Señor le dijo: "escóndete” (17:3), hubo de retirarse, y cuando le dijo: “ve, muéstrate”, había de cumplir la voluntad divina. A Elías no le faltó coraje, porque "el justo está confiado como un leoncillo” (Proverbios 28:1). No declinó la presente comisión, sino que fue sin murmurar y sin dilación. Hablando humanamente, era en extremo peligroso para el profeta regresar a Samaria, por cuanto no podía esperar ser bien recibido por aquellos que se encontraban en semejante apuro, ni misericordia alguna del rey. Pero cumplió las órdenes de su Señor con la misma resuelta obediencia que le había caracterizado previamente. Como el apóstol Pablo, no estimaba su vida preciosa para sí mismo, sino que estaba preparado para ser torturado y muerto, si ésta era la voluntad de Dios para él.

"Y yendo Abdías por el camino, top6se con Elías” (v. 7). Algunos extremistas (“separatistas “) han interpretado el carácter de Abdías de modo desconsiderado, acusándole de transigir deslealmente y de procurar servir a dos señores. Pero el Espíritu Santo no ha dicho que hiciera mal en permanecer al servicio de Acab, ni ha sugerido que su vida espiritual sufriera en consecuencia; más bien nos ha dicho- claramente que “Abdías era en grande manera temeroso de Jehová (v. 3), lo cual constituye el más alto encomio que podía tributársele. A menudo, Dios ha dado a los suyos favor a los ojos de amos idólatras (como a José y Daniel), y ha magnificado la suficiencia de su gracia preservando sus almas en los ambientes menos propicios. Sus santos se hallan en los lugares más inesperados, como en casa de César (Filipenses 4:22).

No hay nada malo en que un hijo de Dios ocupe una posíci6n influyente, si puede hacerlo sin sacrificar sus principios. Y, ciertamente, ello puede permitirle rendir un servicio valioso a la causa de Dios. ¿Qué hubiese sido de Lutero y la Reforma, hablando humanamente, si no hubiera sido por el Elector de Sajonia? ¿Y cuál hubiera sido la suerte de Wycliffe sí John of Gaunt no lo hubiese puesto bajo su tutela? Como mayordomo del palacio de Acab, Adías estaba sin duda en la más difícil y peligrosa de las situaciones; empero, lejos de doblar su rodilla a Baal, fue el instrumento que valió la vida a muchos de los siervos de Dios. Se mantuvo integro a pesar de estar rodeado de tantas tentaciones. Debe observarse con atención que, cuando Elías lo encontró, no pronunci6 palabra alguna de reproche contra Abdías. No nos precipitemos a cambiar de ocupación, por cuanto el diablo puede asaltarnos tan fácilmente en un lugar como en otro.

Cuando Elías se dirigía a confrontarse con Acab, se encontró con el piadoso mayordomo del palacio del rey. “Y yendo Abdías por el camino, topóse con Elías; y como le conoció, postróse sobre su rostro, y dijo: ¿No eres tú mi señor Elías?” (V. 7). Abdías reconoció a Elías, mas, con todo, no podía creer lo que vela. Era sorprendente que el profeta hubiera sobrevivido el ataque despiadado de Jezabel contra los siervos de Jehová; y más increíble todavía era verle ahí, solo, encaminándose a Samaria. La búsqueda tan diligente que habla tenido lugar tiempo antes habla sido en vano, y ahora aparece inesperadamente. ¿Quién puede concebir los sentimientos opuestos de temor y deleite de Abdías al ver al varón de Dios, por cuya palabra la terrible sequía y la penosa hambre hablan desolado el país casi por completo? Abdías le mostró enseguida el mayor respeto y reverencia. "Como habla mostrado la ternura de un padre para los hijos de los profetas, así también mostró la reverencia de un hijo para el padre de los profetas, y por ello puso de manifiesto que era, en verdad, temeroso en gran manera del Señor” (Matthew Henry).

“Y él respondió: Yo soy; ve, di a tu amo: He aquí Elías” (V. 8). Al profeta no le faltó el valor. Había recibido de Dios la orden de mostrarse a Acab, y, por consiguiente, no trató de ocultar su identidad al ser interrogado por el mayordomo. No temamos declarar valientemente que somos discípulos de Cristo cada vez que se nos requiere.

"Y él respondió: Yo soy; ve, di a tu amo: He aquí Elías. Pero él dijo: ¿En qué he pecado, para que tú entregues a tu siervo en mano de Acab para que me mate?” (vs. 8,9). Era natural que Abdías quisiera ser relevado de misión tan peligrosa. Primero, pregunta en qué había ofendido al Señor o a su profeta para que se pida de él que sea mensajero de nuevas tan desagradables al rey, ¡lo cual es una prueba cierta de que su conciencia estaba limpia! Segundo, hace saber a Elías con qué afán su soberano habla tratado de seguir sus pasos y descubrir su escondite: “Vive Jehová tu Dios, que no ha habido nación ni reino donde mi señor no haya enviado a buscarte" (v. 10). Empero, a pesar de todo su empeño, no pudieron encontrarle: tal era la eficacia con que Dios le habla puesto a salvo de su maldad. Es totalmente inútil que el hombre trate de esconderse cuando el Señor le busca; y es igualmente inútil que el hombre busque lo que Dios quiere es0conder de él.

“¿Y ahora tú dices: Ve, di a tu amo: Aquí está Elías?” (v. 11). No hablas en serio al pedirme semejante cosa. ¡No sabes que las consecuencias serán fatales para mi si no puedo probar mi afirmación? "Y acontecerá que, luego que yo me haya partido de ti, el espíritu de Jehová te llevará donde yo no sepa; y viniendo yo, y dando las nuevas a Acab, y no hallándote él, me matará; y tu siervo teme a Jehová desde su mocedad” (v. 12). Temía que Elías desapareciese otra vez de modo misterioso, y que su amo se airara por no haber arrestado al profeta; se pondría verdaderamente furioso si, al llegar a aquel lugar, se vela engañado no pudiendo hallar ni rastro de Elías. Finalmente, pregunta: "¿No ha sido dicho a mi señor lo que hice, cuando Jezabel mataba a los profetas de Jehová, que escondí cien varones de los profetas de Jehová de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los mantuve a pan y agua?” (v. 13). Abdías no se refirió a estos hechos nobles y atrevidos suyos con espíritu jactancioso, sino con el propósito de atestiguar su sinceridad. Elías le tranquilizó en el nombre de Dios, y Abdías cumplió con obediencia el requerimiento: “Y díjole Elías: Vive Jehová de los ejércitos, delante del cual estoy, que hoy me mostraré a él. Entonces Abdías fue a encontrarse con Acab, y dióle el aviso; y Acab vino a encontrarse con Elías” (vs. 15,16).