LA CUEVA DE HOREB
Hay dos cosas prominentes en los primeros versículos de 1 Reyes 19, y la una realza a la otra: los frutos amargos del pánico del profeta y la gracia superabundante del Señor hacía su siervo descarriado. El mensaje amenazador que la furiosa Jezabel envió, llenó a Elías de consternación, y en sus acciones subsiguientes nos es dado ver los efectos que un corazón lleno de incredulidad y temor produce. En lugar de exponer ante su Señor la naturaleza del mensaje que había recibido, Elías obró por su cuenta; en vez de esperar pacientemente en Él, obró llevado por un impulso precipitado. Primero, abandonó su puesto y huyó de Jezreel a donde le habla llevado "la mano de Jehová”. Segundo, preocupado solamente por su propia suerte, "fuese por salvar la vida”, sin que le importara ya la gloria de Dios ni el bien de su pueblo. Tercero, estaba lleno de locura, por cuanto al huir a Beerseba penetró en el territorio de Josafat, de cuyo hijo "una hija de Acab fue su mujer”; ni siquiera el sentido común” regula las acciones de los que no tienen comunión con Dios.
Elías no se atrevió a permanecer en Beerseba, y por consiguiente, "se fue por el desierto un día de camino", lo que ilustra el hecho de que, cuando la incredulidad y el temor toman posesión del alma, ésta se llena de un espíritu de desasosiego que la hace incapaz de estar quieta ante Dios. Por último, cuando su energía febril se consumió, el profeta se lanzó bajo un enebro y pidió le fuera quitada la vida. Estaba ahora en el lodazal de la desesperación y sentía que la vida no valla la pena de ser vivida. Y es con ese fondo que vemos las glorias de la gracia divina brillando de modo bendito. En la hora de la desesperación y la necesidad, el Señor no abandonó a su pobre siervo. Por el contrario, Él dio a su amado, en primer lugar, el sueño reparador de sus destrozados nervios. En segundo lugar, envió a un ángel para que le sirviera. En tercer lugar, proveyó de un refrigerio para su cuerpo. Ello era verdaderamente abundante gracia, no sólo inmerecida sino también inesperada para el tisbita. Los caminos de Aquél a quien hemos de dar cuenta son en verdad maravillosos, y Él es paciente para con nosotros.
¿Y cuál fue la respuesta de Elías a estas muestras de la asombrosa misericordia de Dios? ¿Quedó anonadado ante el favor divino? ¿Se enterneció ante semejante amor? ¿No puede contestar el cristiano por propia y triste experiencia? Cuando os habéis apartado del sendero de la justicia y Él ha sufrido vuestro extravío, y en vez de visitar vuestra trasgresión con su vara ha continuado derramando sus bendiciones temporales sobre vosotros, ¿os ha llevado al arrepentimiento el sentido de su bondad, o mientras estabais aún en un estado caído habéis aceptado los beneficios de Dios como cosa natural y sin que os conmovieran sus más tiernas mercedes? Tal es la naturaleza humana caída en todo el mundo y en todas las edades: "Como un agua se parece a otra, así el corazón del hombre al otro” (Proverbios 27:19). Y Elías no era una excepción, por cuanto se nos dice que "comió y bebió, y volvióse a dormir” (v. 6) sin dar muestra alguna de arrepentimiento por el pasado, ni indicación de gratitud por las bondades presentes, ni ejercicio del alma para los futuros trabajos.
Hay aun otro efecto producido cuando el corazón cede a la incredulidad y el temor, y que, vemos en el cuadro que se nos ofrece, es decir, la insensibilidad del alma. Cuando el corazón se aparta de Dios, cuando el yo se convierte en el centro de todos nuestros intereses, se apodera de nosotros una dureza y una insensibilidad que nos hace sordos a las llamadas del amor del Señor. Se ofusca nuestra vista y somos incapaces de ver los beneficios derramados sobre nosotros. Ello nos hace indiferentes y empedernidos. Descendemos al nivel de las bestias, que comen lo que se les da, sin pensar en la fidelidad del Creador. Hay una frase muy corta que resume la vida de los no regenera "Comen y beben, y se vuelven a dormir”; sin pensar en Dios, ni en sus almas ni en la eternidad. Y éste es, también, el caso del creyente caído: desciende al nivel de los que están sin Dios, porque Él ya no ocupa el centro en su corazón ni en sus pensamientos.
¿Cómo correspondió el Señor a la gran ingratitud de su siervo? ¿Se alejó de él con disgusto y como si no mereciera ya consideración alguna? Podía haberlo hecho así, por cuanto el despreciar la gracia no es un pecado ordinario. Aun así, a pesar (le que la gracia no considera el pecado como cosa leve -como se desprende de lo que sigue-, si el pecado pudiera contrarrestar la gracia, ésta dejaría de ser gracia. La gracia no puede ser atraída por los méritos ni repelida por la falta de ellos. Y Dios obraba con gracia, con gracia soberana, para con el profeta. Por ello leemos que "volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, tocóle, diciendo: Levántate, come; porque gran camino te resta" (I Reyes 19:7). Podemos exclamar, en verdad, con el salmista: "Porque no menospreció ni abominó la aflicción del pobre, ni de él escondió su rostro” (22:24). ¿Por qué? Porque Dios es amor, y el amor "es sufrido, es benigno... no se irrita... todo lo soporta” (II Corintios 13:4-7).
"Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez." ¡Qué maravillosa es la paciencia del Señor! “Una vez habló Dios” y ello debería bastarnos, mas pocas veces es así; por consiguiente se añade: "dos veces he oído esto: que de Dios es la fortaleza" (Salino 62:11). La primera vez que cantó el gallo, Pedro no prestó atención; pero, "cantó la segunda vez”, y entonces Pedro "se acordó de las palabras que Jesús le había dicho... Y pensando en esto, lloraba” (Marcos 14:72). Qué torpes somos para responder a la voz divina: "Y volvió la voz hacia él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 10:15). "Gozaos en el Señor siempre"; parece que el cristiano no debería necesitar que se le recordara un mandamiento como éste; mas el apóstol sabia muy bien que habla de hacerlo, y por ello dice: “otra vez digo: Que os gocéis (Filipenses 4:4). Qué discípulos más torpes somos: “Porque debiendo ser ya maestros a causa del tiempo, tenéis necesidad de volver a ser enseñados” (Hebreos 5:12), y ha de ser "mandamiento tras mandamiento, línea sobre línea”.
"Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez.” muy probable que, cuando el ángel fue a Elías por primera vez y le dijo que se levantara y comiera, era el atardecer, porque se nos dice que habla ido por el desierto "un día de camino" cuando se sentó debajo de un enebro. Después de haber participado del refrigerio que le proveían manos tan angostas, Elías se había echado de nuevo a dormir> y la noche habla cubierto con su manto la arena ardiente. Cuando el ángel vino y le tocó por se había amanecido ya; el mensajero celestial había vigilado y guardado el sueño del cansado profeta durante las horas de oscuridad. El amor de Dios nunca cambia: "no se trabaja, ni se fatiga con cansancio.” La oscuridad no le afecta ni hace que pierda de vista el objeto amado. El amor eterno guarda al creyente durante las horas en que está insensible a su presencia. “Como habla amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin”; hasta el fin de sus extravíos e indignidad.
“Diciendo: Levántate, come; porque gran camino te resta.” ¿Qué camino? No se le había ordenado que emprendiera ninguno. El camino que había emprendido era el que había decidido él mismo; era producto de su propia voluntad. Era un camino que le alejaba de la escena del deber en el que debería haber estado ocupado en, aquellos momentos. Era como si el mensajero celestial le dijese: Ve los resultados de tu obstinación y del obrar por tu propia voluntad; te ha reducido a la debilidad y la inanición. No obstante, Dios se ha apiadado de ti y te ha provisto de un refrigerio; no quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo que humeare. El Señor está lleno de compasión; ti ve las demandas que van a hacerse de tu energía, así pues, "levántate come”. Elías tenía fijo en su mente el distante Horeb, y por ello, Dios previó sus necesidades a pesar de que eran las de un siervo inconstante y de un hijo rebelde.
Hay aquí una enseñanza práctica para cada uno de nosotros, aun para aquellos a los que la gracia ha librado de caer. "Gran camino te resta." No sólo la vida en su totalidad, sino aun cada porción diaria de la misma requiere más de lo que está al alcance de nuestro poder y posibilidades. La fe que se requiere, el valor que se exige, la paciencia que se necesita, las pruebas que hay que resistir y los enemigos a los que vencer, son demasiado grandes para la carne y la sangre. Así pues, comencemos el día como lo comenzó Elías: "Levántate, come". Si no Razas el trabajo del día sin proveer de comida y bebida a tu cuerpo ¿esperas que el alma sea capaz de pasar sin su alimento? Dios no te pide que tú te proveas de comida espiritual, sino que en su gracia, la ha colocado a tu cabecera. Lo único que te pide es: "Levántate, come"; aliméntate del maná celestial para que tus fuerzas sean renovadas; comienza el día participando del Pan de Vida para que estés debidamente provisto para las demandas que se harán a las gracias que están en ti.
“Levantóse pues, y comió y bebió" (v. 8). Aunque su tan triste, "él era el único culpable". No se burló de las provisiones que se le ofrecían ni despreció el usar los medios. A pesar de que no vemos en él señal alguna de gratitud ni de que diera las gracias al Dador bondadoso, Elías cumplió con obediencia la orden del ángel. Aunque habla obrado por su no desafió al ángel en la cara. Del mismo modo que, a pedir que Dios le quitara la vida, había rehusado quitársela sí mismo, así también, ahora, no perecer deliberadamente de hambre, sino que comió lo que se le ofrecía. El justo puede caer, pero "cuando cayere, no quedará postrado”. Puede que el pabilo no arda con mucha fuerza; con todo, el humo atestiguará que no está completamente apagado. La vida del creyente puede descender a un nivel muy bajo; aun así, tarde o temprano dará pruebas de que todavía existe.
“Y caminó con la fortaleza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios, Horeb” (v. 8). El Señor, en su gracia, pasa por alto las flaquezas de aquellos cuyo corazón es recto delante de Él y que le aman sinceramente, aunque en ellos haya aún lo que siempre trata de oponerse a Su amor. Este detalle que tenemos ante nosotros es muy bendito: Dios no sólo renovó las energías debilitadas de su siervo, sino que hizo que la comida que había comido le proporcionara fuerzas para mucho tiempo. Si el escéptico pregunta cómo pudo una sola comida alimentar al profeta durante casi seis semanas, nos bastará con pedirle que nos explique cómo puede la comida proporcionarnos energías para un solo día. El más grande filósofo no puede explicar el misterio, mas el creyente más sencillo sabe que es por el poder y la bendición de Dios sobre ella. No importa cuánto comamos o qué comamos; si no la acompaña la bendición de Dios, no puede alimentarnos lo más mínimo. El mismo Dios que puede hacer que una comida nos fortifique durante cuarenta minutos, puede hacer que lo haga durante cuarenta días, si ésa es su voluntad.
"El monte de Dios, Horeb.” Era en verdad extraño que Elías se dirigiera a él, por cuanto no hay lugar en la tierra donde la presencia de Dios fuera más manifiesta que allí, al menos durante los días del Antiguo Testamento. Fue allí donde Jehová se apareció a Moisés en medio de una zarza ardiendo (Éxodo 3:1-4). Fue allí donde Israel recibió la Ley (Deuteronomio 4:15), bajo aquel fenómeno atemorizador. Fue allí donde Moisés estuvo en comunión con Dios durante cuarenta días y cuarenta noches. Aun así, aunque los profetas y los poetas de Israel solían encontrar la inspiración más sublime en los esplendores y los terrores de aquella escena, es extraño el notar que la Escritura no registra ni un solo caso de algún israelita que visitara ese santo monte desde el día en que fue dada la ley, hasta que Elías fue allí huyendo de Jezabel. No sabemos si era su intención el dirigirse allí cuando salió de Jezreel, ni podemos estar seguros de por qué lo hizo. Quizás, como Matthew Henry sugirió, fue para dar rienda suelta a su melancolía y decir, como jeremías: “¡Oh quién me diese en el desierto un mesón de caminantes, para que dejase mi pueblo, y de ellos me apartase!” (Jeremías 9:2).
Aunque parezca extraño, hay quienes creen que el profeta se encaminó a Horeb a través del desierto siguiendo las instrucciones del ángel. Pero lo que sigue niega, en verdad, tal punto de vista; el Señor se dirigió dos veces al profeta increpándole con palabras penetrantes: "¿Qué haces aquí, Elías?", cosa que no habría hecho si hubiera ido obedeciendo al mensajero celestial. No dudamos que sus pasos fueron guiados divinamente, por cuanto era propio que él, como reformador legal, encontrara a Jehová en el lugar donde habla sido promulgada la ley -recuérdese que Moisés y Elías aparecieron con Cristo en el monte de la transfiguración-. Aunque Elías no fue a Horeb por mandato de Dios, fue dirigido allí por la providencia secreta de Dios: “El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos” (Proverbios 16:9). Y, ¿cómo? Por medio de un impulso secreto que brota del interior y que no destruye la libertad de acción. “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová: a todo lo que quiere lo inclina” (Proverbios 21:1); las aguas fluyen libremente, empero el cielo determina su curso.
“Y allí se metió en una cueva, donde tuvo la noche" (Y. 9) Por fin, el profeta se sintió satisfecho de la distancia que le separaba de la que había jurado vengar la muerte de estos profetas; allí, en aquel monte remoto, escondido en una cueva oscura rodeada de precipicios, se sintió seguro. No se nos dice a qué se dedicó. Podemos estar ciertos de que, si se dio a la oración, no gozó de libertad y menos aun de deleite en ella. Lo más probable es que se sentara y reflexionara acerca de sus problemas. Si su conciencia le hubiera acusado de haber obrado demasiado precipitadamente al huir de Jezreel, de que no debía haber cedido a sus temores, sino más bien haber confiado en Dios y procedido a instruir a la nación, habría acallado semejantes convicciones humillantes en vez de confesar su fracaso a Dios, como lo indica lo que sigue después. “De sus caminos será harto el apartado de, razón" (Proverbios 14:14). A la luz de este pasaje, ¿quién puede dudar de que Elías se ocupara en compadecerse y vindicarse a sí mismo, en reflexionar acerca de la ingratitud de sus compatriotas, afligiéndose por el trato injusto de Jezabel?
“Y fue a él palabra de Jehová" (v. 9). Dios le había hablado en anteriores ocasiones. La palabra del Señor le habla ordenado esconderse en el arroyo de Querit (17:2,3). Había llegado de nuevo hasta él, diciéndole que se marchara a Sarepta (17:8,9). Y otra vez le había dicho que se mostrara a Acab (18: 1). Pero nos parece que aquí hay algo distinto de las ocasiones mencionadas. En ésta era algo más que un mensaje divino lo que se comunicaba al oído del profeta; nada menos que la visita de una persona divina es lo que recibió el profeta. Era nada menos que la segunda Persona de la Trinidad, la “Palabra” eterna (Juan 1:1), la que interrogó al descarriado tisbita. Esto se ve claramente en la cláusula siguiente: “El cual le dijo”. Qué extraño y solemne es ello.
“El cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías" (v. 9). Elías se habla alejado del sendero del deber, y su Señor lo sabía. El Dios vivo sabe dónde están sus siervos, lo que hacen y lo que no hacen. Ninguno puede escapar a su mirada omnisciente, porque sus ojos están en todo lugar (Proverbios 15:3). La pregunta del Señor constituía un reproche, una palabra severa dirigida a su conciencia. Como no sabemos qué palabra en particular acentuó el Señor, haremos énfasis en cada una por separado. “¿Qué haces?”; es bueno o malo, por cuanto el hombre no puede estar totalmente inactivo ni en cuerpo ni en mente. “¿Qué haces?”; ¿estás usando el tiempo en la gloria de Dios y el bien de su pueblo, o lo estás malgastando en quejas quisquillosas? “¿Qué haces aquí?”; lejos de la tierra a de Israel, lejos de la obra de reforma. "¿Qué haces aquí, Elías?"; tú que eres el siervo del Altísimo y que has sido honrado de tal manera; tú que has recibido pruebas de su ayuda que has dependido en el Señor para ti: protección.
“Y él respondió: Sentido he vivo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas; y yo solo be quedado, y me buscan para quitarme la vida" (v. 10). Al meditar estas palabras nos encontramos en desacuerdo con los comentaristas, la mayoría de los cuales critican severamente al Profeta por pretender excusarse y echar la culpa a los demás. Lo que impresiona más a quien esto escribe es, en primer lugar, la ingenuidad de Elías; no presentó evasivas ni equivocaciones, sino una explicación franca y simple de su conducta. Es verdad que sus palabras no Justificaban su huida; con todo, eran la declaración veraz de un corazón honrado. Ojalá pudiéramos nosotros dar cuenta de nuestra conducta del mismo modo ante el Santo. Si fuéramos tan sinceros y francos con el Señor como Elías, podríamos esperar ser tratados con la misma gracia con que él lo fue; por cuanto, fíjate bien, el profeta no recibió represión alguna del Señor en respuesta a su franqueza.
“Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos" era la exposición de un hecho cierto: no había rehusado el servicio más difícil y peligroso por su Señor y Su pueblo. No fue debido a que su celo se hubiera enfriado que huyó de Jezreel. "Porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas.” Elías había sido afligido profundamente al ver de qué modo más grave la nación que llevaba Su nombre deshonraba al Señor La gloria de Dios estaba muy dentro de su corazón, y le afectaba de Elías leyes quebrantadas, su autoridad despreciada, su culto profanado, y de qué ¡nodo el pueblo tributaba homenaje a los ídolos y daba su consentimiento tácito al asesinato de Sus siervos. "Y yo solo he quedado.” Habla trabajado mucho, con peligro de su vida, para poner fin a la idolatría de Israel y para domeñar la nación; pero todo habla sido en vano. Por lo que podía ver, habla trabajado inútilmente y malgastado sus esfuerzos. “Y me buscan para quitaré la vida; ¿de qué me sirve que me consuma a mí mismo en favor de un pueblo tan obstinado e irresponsable?