LA HUIDA
Al pasar del capítulo 18 al 19 de I Reyes, nos encontramos con una transición extraña. Es como si el sol brillara en un ciclo claro y, de repente, sin aviso alguno, éste se cubriera de negras nubes y una tormenta sacudiera la tierra. Los contrastes que ofrecen estos dos capítulos son violentos y sobrecogedores. Al final del uno, “la mano de Jehová fue sobre Elías mientras corría delante del carruaje de Acab; al principio del otro, está ocupado en sí mismo, tratando de "salvar su vida”. En el primero vemos lo mejor del profeta; en el último lo peor. Allí era fuerte en la fe, ayudando a su pueblo; aquí está lleno de temor y abandona su pata. En el uno se enfrenta intrépidamente a los cuatrocientos profetas de Baal; en el otro huye lleno de pánico a causa de las amenazas de una mujer. De la cumbre del monte se va al desierto, y de suplicar a Jehová que vindicara y glorificara su grande nombre pasa a implorarle que le mate. ¿Quién podía esperar semejante tragedia?
En estos contrastes tan marcados tenernos una prueba sorprendente de la inspiración de las Escrituras. La naturaleza humana se pinta en la Biblia en sus verdaderos colores: el carácter de los héroes está descrito fielmente, los pecados de los personajes notables están registrados con franqueza. Es verdad que de humanos es el errar, pero es igualmente cierto que el esconder las faltas de aquellos a los que admirarnos más es muy humano, también. Si la Biblia hubiera sido un producto de los hombres, si hubiese sido escrita por historiadores no inspirados, estos habrían exaltado las virtudes de los hombres más lustres de sus respectivos países, e ignorado sus faltas; y si las hubieran mencionado, sería disculpándolos e intentando atenuarlas. Si un admirador humano hubiera escrito la historia de Elías, hubiese omitido su triste fracaso. El hecho de que está, de que no se pretende excusarlo, es una evidencia de que los personajes de la Biblia están pintados en colores verdaderos y reales, y de que no fueron trazados por manos humanas, sino por escritores que estaban dirigidos por el Espíritu Santo.
"Y la mano de Jehová fue sobre Elías, el cual ciñó sus lomos. y vino corriendo delante de Acab hasta llegar a Jezreel” (I Reyes 18:46). Ello es maravilloso. La expresión "la mano del Señor se usa a menudo en las Escrituras para describir su poder y bendición. Por ello, Esdras dijo: "La mano de nuestro Dios fue sobre nosotros, el cual nos libró de mano de enemigo (8:31); "La mano del Señor era con ellos; y creyendo, gran número se convirtió al Señor" (Hechos 11:21). El hecho de que estas palabras se encuentren en este versículo sirve de secuela instructiva a lo que se nos dice en el versículo 42. Allí vimos al profeta postrado en tierra y humillado ante Dios; aquí vemos a Dios honrando y sosteniendo milagrosamente a su siervo. Si queremos tener el poder y disfrutar de la bendición de Dios, debemos humillarnos ante É1. En esta ocasión, la "mano del Señor" transmitió poder sobrenatural y ligereza de pies al profeta, hasta el punto de que recorriera casi veintinueve kilómetros más rápidamente que el carruaje del rey; de este modo, Dios honró aun más a quien le habla honrado, al mismo tiempo que proporcionaba a Acab una prueba más de lo divino del cometido de Elías. Esto ilustraba la naturaleza de los caminos del Señor: cuando un hombre desciende al polvo delante del Altísimo, bien pronto verá el mundo que un poder mayor que el suyo es el que le da vigor,
"Ciñó sus lomos, y vino corriendo delante de Acab hasta llegar a Jezreel." Todos los detalles contienen una enseñanza importante para nosotros. El poder de Dios que había en Elías no le hizo descuidado y negligente de su propio deber: recogió sus ropas para que no entorpecieran sus movimientos. Y si nosotros queremos correr con paciencia la carrera que nos es propuesta, hemos de dejar "todo el peso" (Hebreos 12:1). Si queremos estar "firmes contra las asechanzas del diablo", debemos tener "ceñidos nuestros lomos de verdad" (Efesios 6:14). Al correr "delante de Acab", Elías tomó el lugar de un humilde lacayo, lo que habla de mostrar al monarca que su celo contra la idolatría no estaba movido por el desacato a su persona, sino sólo por su fidelidad a Dios. Al pueblo del Señor se le requiere "honrar al rey” en todas las cuestiones civiles, y aun en ello, el deber de los ministros es dar ejemplo. La conducta de Elías en esta ocasión puso de nuevo a prueba el carácter de Acab: si hubiera tenido respeto alguno al siervo de Dios, le hubiera invitado a subir a su carruaje, como el etíope ilustre hizo con Felipe (Hechos 8:31), pero no fue éste el caso de este hijo de Belial.
El rey impío se apresuró a ir a Jezreel donde su vil esposa le esperaba. Para Jezabel, el día debla de ser largo y penoso, porque hablan transcurrido muchas horas desde que su marido saliera a encontrarse con Elías en el Carmelo. El mandato perentorio que había recibido del siervo de Jehová de reunir todo el pueblo de Israel y los profetas de Baal, daba a entender que había llegado el momento de la crisis. Por consiguiente, debla de estar, ansiosa de saber cómo hablan ido las cosas. Sin duda alguna, acariciarla la esperanza de que sus sacerdotes habían triunfado, y al contemplar las nubes que cubrían el cielo, debla de atribuir, el hecho feliz a alguna grandiosa intervención de Baal en respuesta a sus súplicas. Si era así, todo iba bien: los deseos de su corazón iban a realizarse, sus planes serían coronados por el éxito, los indecisos israelitas serían ganados para su régimen idólatra y los últimos vestigios de culto a Jehová serían eliminados. Toda la culpa del hambre penosa era de Elías; pero ella y sus sacerdotes iban a atribuirse la gloria de que hubiera terminado. Es muy probable que éstos fueran los pensamientos que ocupaban su mente durante la espera.
Mas ahora la incertidumbre había acabado: el rey llegó y se apresuró a darle las nuevas. "Y Acab dio la nueva a Jezabel de todo lo que Elías había hecho, de cómo había muerto a cuchillo a todos los profetas" (19:1), Lo primero que nos llama la atención acerca de estas palabras es tina omisión notable: el Señor estaba excluido por completo. No dicen nada de las maravillas que Él habla obrado en ese día; de cómo habla hecho descender fuego del cielo que consumiera, no sólo el sacrificio, sino aun las piedras del altar y el agua de la reguera que lo rodeaba; y cómo, en respuesta a la oración del profeta, había enviado lluvia en abundancia. No, no hay lugar para Dios en los pensamientos de los impíos sino que, por el contrario, hacen los máximos esfuerzos para desterrarle de sus mentes. Y aun aquellos que, por algún interés personal, adoptan la religión, y hacen profesión de fe y asisten a los cultos, hablar de Dios y sus maravillosas obras a su esposa en su hogar, es lo último que harían. Para la inmensa mayoría de los que profesan ser cristianos, la religión es como sus ropas domingueras: algo que se lleva en ese día pero que se guarda durante el resto de la semana.
"Y Acab dio la nueva a Jezabel de todo lo que Elías había hecho." Al no ocupar Dios el pensamiento de los impíos, éstos atribuyen a las causas secundarías o al instrumento humano aquello que el Señor hace. No 'Importa que Dios juzgue o que bendiga; el incrédulo pierde de vista su Persona y sólo ve los medios que emplea o los instrumentos que usa. Cuando un hombre de ambición insaciable es el instrumento en las manos de Dios para castigar las naciones cargadas de pecado, ese instrumento se convierte en el objeto del odio universal, pero no hay humillación alguna por parte de las naciones ante Aquél que empuña la vara del juicio. Si se levanta un Whitefield o un Spurgeon para predicar la Palabra con poder y bendición extraordinarios, las masas de gentes religiosas le adoran y los hombres hablan de sus habilidades y de sus convertidos. Así fue en el caso de Acab: primero, achacó la sequía y el hambre al profeta -"¿Eres tú el que alborotas a Israel?" (18:17), en vez de percibir que era el Señor quien tenía un pleito con la nación culpable, y que era él, Acab, el principal responsable por la condición en que se encontraban; y ahora está todavía ocupándose de "lo que Elías habla hecho". "Y Acab dio la nueva a Jezabel de todo lo que Elías había hecho.” Debía de relatarle cómo se había burlado de los profetas, lacerándolos con su ironía mordiente, y convirtiéndolos en el escarnio de todo el pueblo. Le explicaría de qué modo los había avergonzado con su reto, y cómo él, como por arte de magia, había hecho descender fuego del cielo. Debla de extenderse en detalles de la victoria del tisbita, del éxtasis producido en el pueblo y de cómo hablan caldo sobre sus rostros diciendo: “¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios!" Que todo esto se lo explicó, no para convencer a Jezabel de su error, sino para encender su furor contra el siervo de Dios, se pone de manifiesto en su clímax intencionado: “cómo había muerto a cuchillo a todos los profetas.” ¡Cómo revela ello una vez más el terrible carácter de Acab! Del mismo modo que la sequía anunciada y el hambre consiguiente no habían hecho que se volviera al Señor, tampoco la misericordia divina que se manifestó al enviar la lluvia le llevó al arrepentimiento. Ni los juicios divinos ni las bendiciones, de por si, regenerarán al inconverso: sólo un milagro de gracia soberana puede hacer que las almas se vuelvan del poder del pecado y Satanás al Dios vivo.
No es difícil imaginar el efecto producido por el informe de Acab en la altiva, dominante y feroz Jezabel: debía de herir su amor propio y encender su irascibilidad de tal modo que sólo podía calmarla la eliminación inmediata del objeto de su resentimiento. “Entonces envió Jezabel a Elías un mensaje, diciendo: Así me hagan los dioses, y así me añadan, si mañana a estas horas yo no haya puesto tu persona como la de uno de ellos” (v. 2). El corazón de Acab permaneció impasible por lo que había acontecido en el Carmelo, e insensible a Dios; pero el de su esposa pagana aun más. Él era sensual y materialista, no importándole nada los asuntos religiosos; mientras tuviera abundancia de comida y bebida, y sus caballos y acémilas estuvieran bien cuidados, era feliz. Pero Jezabel era un caso distinto; era tan resoluta como débil era él. Era astuta, sin escrúpulos, despiadada; Acab no era más que un instrumento en sus manos para satisfacer sus deseos de placer, y en ello, como indica Apocalipsis 2:20, era la sombra de la mujer sentada sobre la bestia bermeja (Apocalipsis 17:3). La crisis era de la máxima trascendencia, y actuó con prontitud movida tanto por la indignación como por la política que perseguía. Si no se ponía fin a esa reforma nacional, destruirla aquello por lo que había trabajado durante años.
"Así me hagan los dioses, y así me añadan, si mañana a estas horas yo no haya puesto tu persona como la de uno de ellos” (es decir, sus profetas muertos a cuchillo). He aquí la enemistad horrible e implacable contra Dios del alma que Él ha abandonado. Su corazón, completamente incorregible, era insensible por entero a la presencia y el poder divinos. Observad el modo en que se expresa el odio: incapaz de herir a Jehová, su maldad se desborda contra el siervo. Siempre ha sido ésta la actitud de aquellos a quienes Dios entregó a una mente depravada. Egipto sufrió una plaga tras otra; con todo, lejos de deponer las armas de rebelión, Faraón, luego que el Señor habla sacado a Su pueblo con mano poderosa, declaró: “Perseguiré, prenderé, repartiré despojos; mi alma se henchirá de ellos; sacaré ¡ni espada, destruirlos ha mi mano” (Éxodo 15:9). Cuando los miembros del Sanedrín pusieron los ojos en Esteban y “vieron su rostro como el rostro de un ángel", resplandeciente de gloria celestial, en vez de recibir su mensaje, “regañaban de sus corazones, y crujían los dientes contra él", y como locos furiosos, “dando grandes voces, se taparon sus oídos, y arremetieron unánimes contra él; y echándolo fuera de la ciudad, le apedreaban” (Hechos 7:54-58).
Guárdate de resistir a Dios y de rechazar su Palabra, no sea que te abandone y permita que tu locura te lleve a tu propia destrucción. Cuanto más manifiesto era que Dios estaba con Elías, tanto más exacerbada estaba contra él. Cuando oyó que había matado a los sacerdotes, se volvió como una leona a quien han quitado su cría. Su furor no conoció límites; Elías habla de morir inmediatamente. Pronunció una imprecación terrible contra sí misma, jurando con jactancia por sus dioses, si Elías no, sufría la misma suerte que los falsos profetas. La resolución de Jezabel muestra la dureza de su corazón e ilustra con toda gravedad el hecho de que la impiedad aumenta en el alma humana. Los pecadores no llegan a semejantes extremos de desafío en un momento, sino que, a medida que la conciencia se resiste a las convicciones y rechaza una y otra vez la luz, aun las cosas que deberían ablandarla y humillarla la endurecen y la hacen más insolente; y cuanto más claro sea el modo en que Dios se presenta ante los ojos, mayor será el resentimiento en la mente y la hostilidad en el corazón. Y entonces, esa alma no está lejos de ser destinada al fuego eterno.
Aquí se ve la mano poderosa de Dios. Jezabel, en vez de mandar a sus oficiales que dieran muerte al profeta en el acto, envió a un mensajero que le anunciara la sentencia dictada contra él. Con qué frecuencia la pasión loca desbarata sus propios fines, haciendo que la furia desenfrenada ofusque la razón de modo que deje de obrarse con prudencia y cautela. Es más que probable que se sintiera tan segura de su presa que no temiera el anunciarle sus propósitos. Empero, el futuro no está en las manos de los hijos de los hombres, cualquiera que sea la autoridad que tenga en este mundo. Es muy posible que pensara que Elías era tan valiente que no era probable que intentara escapar; pero en esto estaba equivocada. Dios, a menudo, "prende a los sabios en la astucia de ellos” (Job 5:13), y entontece el consejo de los Ahitofeles (II Samuel 15:31). Herodes abrigaba intenciones criminales contra el infante Salvador, pero sus padres, "siendo avisados por revelación en sueños”, le llevaron a Egipto (Mateo 2:12). Los judíos "hicieron entre sí consejo” de matar al apóstol Pablo, mas “las asechanzas de ellos fueron entendidas de Saulo”, y los discípulos le libraron de las manos de ellos (Hechos 9:23-25). Así fue, también, en esta ocasión: antes de que Jezabel descargara su cólera sobre Elías, le fue dado aviso a éste.
Esto nos lleva a la parte más triste de la narración. El tisbita recibe aviso de la determinación de la reina de matarle; ¿cuál fue su reacción? Era el siervo del Señor, mas ¿fue a Él en busca de instrucciones? Hemos visto que, en el pasado, una y otra vez "fue a él palabra de Jehová" (17:2,8; 18:1), diciéndole lo que tenla que hacer; ¿buscaría en esta ocasión la guía necesaria del Señor? En vez de exponer su caso ante Dios, tomó el asunto en sus propias manos; en vez de esperar con paciencia en Él, obró por un impulso precipitado, desertó de su deber y huyó de quien procuraba destruirle. "Viendo pues el peligro, levantóse y fuese por salvar su vida, y vino a Beerseba, que es en Judá, y dejó allí su criado” (v. 3). Observad con atención las palabras, "viendo pues el peligro, levantóse y fuese por salvar su vida”. Sus ojos estaban fijos en la reina malvada y enfurecida; su mente estaba ocupada en su poder y en su furor, y por consiguiente, su corazón se llenó de terror. La fe es lo único que puede librar del temor carnal: "He aquí Dios es salud mía, aseguráreme, y no temeré"; "Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado” (Isaías 12:2; 26:3). El pensamiento de Elías ya no perseveraba en Jehová, y en consecuencia, el temor se apoderó de él.
Hasta aquí Elías se había sostenido por la visión de la fe en el Dios vivo, pero ahora había perdido de vista al Señor y sólo veía la mujer cruel. Cuántos avisos solemnes contienen las Escrituras de las consecuencias desastrosas del andar por vista. "Alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego” (Génesis 13:10), y eligió según esto; pero está escrito que, poco después, "fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma". El informe de la mayoría de los doce hombres que Moisés mandó a espiar la tierra de Canaán fue: "Vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes; y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y as' les parecíamos a ellos" (Números 13:34). Como consecuencia de ello, “toda la congregación alzaron grita, y dieron voces; y el pueblo lloró aquella noche”. El andar por vista exagera las dificultades y paraliza la actividad espiritual. Fue “viendo el viento fuerte", que Pedro “ tuvo miedo" y comenzó a hundirse (Mateo 14:30). Qué contraste más grande el que ofrece en esta ocasión Elías con Moisés, quien "por le dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al invisible” (Hebreos 11:27), porque sólo la fe constantemente fija en Dios puede capacitarnos para sostenernos".
"Viendo pues el peligro, levantóse y fuese por salvar su vida” -no por Dios, ni por el bien de su pueblo, sino porque sólo pensó en si mismo. El hombre que había hecho frente a los cuatrocientos cincuenta profetas falsos, huía ahora de una mujer; el que hasta entonces habla sido tan fiel en el servicio del Señor, desertaba de su deber en el momento cuando su presencia era más necesaria para que el pueblo viera fortalecidas sus convicciones, y para que la obra de reforma fuera llevada adelante y establecida de modo firme. ¡así es el hombre! De la manera que a Pedro le faltó el valor en la presencia de una sirvienta, así también Elías se vio sin fuerzas ante las amenazas de Jezabel. ¿Exclamaremos: "Cómo han caído los valientes"? No, por cierto; ello seria una concepción carnal y errónea. La verdad es que "sólo cuando Dios otorga su gracia y su Espíritu Santo puede el hombre caminar con rectitud. La conducta de Elías en esta ocasión muestra que el espíritu y el valor que había manifestado anteriormente eran del Señor, y no suyos propios; y que, si los que hacen gala del mayor celo y valentía por Dios y su verdad fueran abandonados a su propia suerte, vendrían a ser débiles y timoratos” (John Gill).