LA PARTIDA DE ELIAS
La partida de Elías de este mundo fue aun más asombrosa que su entrada en la escena de la vida pública; empero, el carácter sobrenatural de su partida no fue sino el fin apropiado de su meteórica carrera. Esta no fue una carrera común, y ningún final diferente al que fue hubiera parecido el adecuado. Dondequiera que fue le acompañaron milagros diversos, y fue un milagro, también, lo que se produjo el día de su salida de la escena. Había servido durante tiempos tenebrosos; una y otra vez hizo descender juicios divinos sobre los obradores de maldad, y al fin un "torbellino” le arrebató a él de esta tierra. En respuesta a su oración "cayó fuego de Jehová” sobre el monte Carmelo, y de nuevo sobre los que procuraban matarle (II Reyes 1:12); y cuando llegó el fin, "un carro de fuego con caballos de fuego" le apartó de Eliseo. Al principio de su dramática carrera, declaró: "Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy" (I Reyes 17:1); y al final de la misma fue arrebatado de modo misterioso para estar en Su presencia sin pasar por los portales de la muerte. Antes de mirar de modo más detenido a esta salida sobrecogedora, repasemos brevemente su vida, hagamos un sumario de sus rasgos principales, y tratemos de hallar sus lecciones más sobresalientes.
La vida de Elías no fue la carrera de un ser sobrenatural que habitó entre los hombres por breve tiempo: no era una criatura angélica en forma humana. Es cierto que no se registra nada acerca de sus padres, de su nacimiento o de su juventud; pero el concepto de que tuviera un origen sobrehumano está completamente excluido por aquella expresión del Espíritu Santo: "Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros" (Santiago 5:17), También él era un descendiente caldo de Adán, acosado por las mismas inclinaciones depravadas, sujeto a las mismas tentaciones, abrumado por el mismo diablo, enfrentado a las mismas pruebas y oposición que tienen que experimentar tanto el que esto escribe como el que lo lee. Así, confió en el mismo Salvador, caminó por la misma fe, y tuvo todas sus necesidades suplidas por el mismo Dios misericordioso y fiel que nosotros. El estudio de su vida es particularmente pertinente en el día de hoy, por cuanto nos toca vivir tiempos que se parecen mucho a los suyos. Las lecciones a las que su, vida sirvió de ejemplo e ilustración, son diversas y valiosas; las principales de las cuales hemos procurado señalar en este libro. Nuestra presente tarea es hacer un sumario de los puntos más importantes.
- Elías fue un hombre que caminó por fe y no por vista, y caminar por fe no es una cosa nebulosa o mística, sino una experiencia intensamente práctica. La fe hace mucho más que descansar en la letra de la Escritura: trae al Dios vivo a una escena de muerte, y capacita al que la tiene a sufrir “viendo al Invisible”. Cuando la fe está en ejercicio de modo real, mira más allá de las circunstancias penosas y perturbadoras y se ocupa de Aquel que regula todas las cosas. Fue la fe en Dios lo que capacitó a Elías a permanecer junto al arroyo de Querit donde fue alimentado por los cuervos. El escéptico cree que la fe es una mera credulidad o una especie de fanatismo religioso, porque no conoce el fundamento en el cual descansa. El Señor habla dicho a su siervo: "Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer", y el profeta "creyó ser fiel el que lo había prometido", y por lo tanto no fue confundido. Y esto está registrado para nuestro aliento. La fe mira más allá de la promesa, al que la hace, y Dios nunca deja a aquellos que confían en V solamente y dependen por completo de Él.
Fue la fe lo que movió a Elías a morar con la viuda abandonada de Sarepta, cuando ella y su hijo estaban a punto de morir de hambre. Para el instinto natural parecería cruel el imponer su presencia allí; para la razón carnal parecería una conducta suicida. Pero Jehová había dicho: "Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”, y el profeta no dudó de la promesa de Dios. La fe mira y depende en el Dios vivo, para quien nada es demasiado difícil. Nada, querido lector, honra tanto a Dios como la fe en P-I, y nada le deshonra tanto como nuestra incredulidad. Fue por fe que Elías regresó a Jezreel y arrancó las barbas del león en su misma guarida, diciendo a Acab cuál iba a ser su trágico fin y anunciándole el juicio terrible que caería sobre su mujer. "La fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17): Elías oyó, creyó y obró. SI, obró, por cuanto una fe sin obras no es más que una fe muerta y sin valor. La obediencia no es más que fe en ejercicio, dirigida por la autoridad divina, respondiendo a la voluntad divina.
- Elías fue un hombre que caminó en separación manifiesta del mal que le rodeaba. La conducta prevaleciente hoy en la cristiandad es caminar del brazo del mundo, para aparecer sociables" a fin de ganar a los jóvenes. Se arguye que no podemos esperar que asciendan a un plano espiritual; así que el único modo de que el cristianismo pueda ayudarles es descendiendo al de ellos. Pero este razonamiento de "hagamos males para que vengan bienes" no tiene apoyo en la Palabra de Dios, sino más bien una refutación enfática y condenatoria. "No os juntéis en yugo con los infieles” (II Corintios 6:14); "no comuniquéis con las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11), son sus demandas perentorias. "¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4), es tan verdad en este siglo veinte como lo era en el primero, por cuanto jamás el hacer lo malo será recto. Dios no ha llamado a su pueblo para "ganar el mundo para Cristo”; por el contrario, les requiere a que, por sus vidas, testifiquen contra él.
Lo más notable de Elías fue su separación intransigente del mal que prevalecía alrededor suyo. No le encontramos nunca confraternizando con las degeneradas gentes de aquellos tiempos, sino reprendiéndoles constantemente. Era, en verdad un “extranjero y peregrino” No hay duda de que muchos le tacharon de egoísta, de insociable, y de que adoptaba una actitud que daba a entender que se consideraba mejor que los demás. Pero, lector, no podemos esperar que los religiosos nominales, los que mantienen una profesión de fe vacía, entiendan tus móviles y tu modo de obrar: “el mundo no nos conoce" (I Juan 3:1). Dios deja a su pueblo en este mundo para que testifique de Cristo. Por ello se nos exhorta a salir "a É1 fuera del real, llevando su vituperio” (Hebreos 13:13); no podemos andar con Cristo a menos que estemos donde está su Espíritu, es decir, alejados de todo lo que le deshonra y de las multitudes apostatas que repudian al Señor Jesús, y ello implica de modo inevitable el llevar su vituperio.
- Elías era un hombre de una notable elevación de espíritu. Nos referimos al hecho de que encontremos al profeta una y otra vez "en el monte”. La primera referencia que tenemos de él se encuentra en 1 Reyes 17:1, donde se nos dice que era "de los moradores de Galaad”, una región montañosa. Su victoria memorable sobre los falsos profetas tuvo lugar en el monte Carmelo. Después de matarlos a cuchillo en el arroyo de Cisón y de hablar con el rey, se nos dice que "Acab subió a comer y a beber”, mientras que Elías “subió a la cumbre del Carmelo” (18:42), lo que revelaba sus respectivos caracteres. Cuando el Señor hizo que se recobrara de su tropiezo, leemos que "caminó con la fortaleza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios, Horeb” (19:8). Después que hubo entregado su mensaje a Ocozías, está escrito: "Y he aquí que él estaba sentado en la cumbre del monte” ,II Reyes 1:9). Así pues, Elías era con toda propiedad el hombre del monte. Hay un significado místico y espiritual en esta verdad que es claro para el ojo ungido y al que hemos calificado de elevación de espíritu.
Por elevación de espíritu queremos decir mente celestial; que el corazón se levanta por encima de las cosas vanas de este mundo y que los afectos son puestos en las cosas de arriba. Este es siempre uno de los efectos o frutos del caminar por fe, por cuanto la fe tiene como causa a Dios, y V mora en las alturas. Cuanto más ocupados están nuestros corazones en Aquél cuyo trono está en el cielo, más se elevan nuestros espíritus por encima de la tierra. Cuanto más se ocupen nuestras mentes en las perfecciones del que es deleitoso, menos poder tendrán las cosas temporales para atraernos. Cuando más- moremos al abrigo del Altísimo, menos nos seducirán las fruslerías de los hombres. Este fue un rasgo prominente de la vida de Cristo: Él fue, también, un hombre del monte. Su primer sermón lo predicó en uno. Allí pasó noches enteras. Fue transfigurado en el “monte santo”. Ascendió desde el monte de los Olivos. "Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas” (Isaías 40:31); sus cuerpos en la tierra, sus corazones en el cielo.
- Elías fue un poderoso intercesor. Sólo el que anda por fe, el que está separado totalmente del mal que le rodea y el que se caracteriza por su elevación de espíritu, está calificado para este trabajo santo. El hecho de que la intercesión de Elías prevaleciese está registrado no sólo para causarnos admiración sino para que lo emulemos. No hay nada mejor para animar y estimular al cristiano cuando se acerca al trono de la gracia que recordar el modo en que unas criaturas tan frágiles y limitadas como él, pecadores indignos e inútiles, suplicaron a Dios en la angustia y obtuvieron respuestas milagrosas. Dios se deleita en que le pongamos a prueba, y por ello ha dicho: "Al que cree todo es posible” (Marcos 9:23). La vida de Elías constituyó un ejemplo maravilloso de ello, y lo mismo debería ser la nuestra. Pero nunca tendremos poder en la oración si cedemos a un corazón malo e incrédulo o fraternizamos con hipócritas religiosos, o estamos absortos en las cosas temporales y de los sentidos. La fe, la fidelidad y la espiritualidad son requisitos necesarios.
En respuesta a la intercesión de Elías, los cielos se cerraron y no llovió en absoluto durante tres años y medio. Ello nos enseña que el motivo supremo de, todas nuestras súplicas ha de ser la gloria de Dios y el bien de su pueblo -las principales lecciones que Cristo inculcó en la oración modelo-. Nos enseña, también, que hay ocasiones cuando el siervo de Dios puede pedir a su Señor que administre juicio a sus enemigos. Las enfermedades graves requieren medicinas fuertes. Hay ocasiones en que es justo y necesario que el cristiano pida a Dios que haga descender la vara de su castigo sobre su pueblo caldo y apartado de Él. Leemos que Pablo entregó a Satanás algunos que habían naufragado en la fe para que aprendiesen a no blasfemar (1 Timoteo 1:20). Jeremías pidió al Señor: "Derrama tu enojo sobre las gentes que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre” (10:25). El Señor Jesús intercedió, no sólo en favor de los suyos”, sino también contra judas y su familia (Salmo 109).
Pero hay un aspecto más agradable de la eficacia de la intercesión de Elías que el que hemos considerado en el párrafo último. Fue en respuesta a su oración que el hijo de la viuda volvió a la vida (1 Reyes 17:19-22). Qué prueba más grande de que no hay nada demasiado difícil para el Señor; de que puede y quiere cambiar la situación que parece más desesperada, en respuesta a las súplicas de fe. ¡Qué posibilidades abre ello a la oración confiada e insistente! La necesidad más extrema del hombre es, en verdad, la oportunidad de Dios: la de mostrarse fuerte a nuestro favor. Pero no olvidemos que tras la intercesión del profeta había un motivo más elevado que el de consolar el corazón de la viuda: que su Señor fuera glorificado y que fueran vindicadas las demandas del profeta. Este punto, aunque a menudo pasado por alto, es muy, importante. Los padres cristianos están deseosos de que sus hijos sean salvos y oran a diario por ello. ¿Por qué? ¿Es sólo para tener el consuelo que proporciona la certidumbre de que sus seres queridos han sido librados de la ira que vendrá? ¿0 es para que Dios sea glorificado por su regeneración?
Fue en respuesta a la intercesión de Elías que descendió fuego del cielo que consumió el holocausto. También esta petición se basaba en el deseo de que el Señor reivindicara su grande y santo nombre delante de la vasta muchedumbre de su pueblo vacilante y de paganos idólatras: "Sea hoy manifiesto que Tú eres Dios en Israel” (I Reyes 18:36). Como señalábamos en uno de los capítulos anteriores, ese “fuego del Señor" ÉI, no sólo un símbolo solemne de la ira divina que hería a Cristo, sobre quien recaían los pecados de su pueblo, sino también una sombra dispensacional de la venida del Espíritu Santo en forma visible en el día de Pentecostés, atestiguando la aceptación por parte de Dios del sacrificio de su Hijo. Así pues, la lección práctica para nosotros es tener fe al orar pidiendo más poder y bendición del Espíritu, para que podamos ser favorecidos con más manifestaciones de su presencia con y en nosotros. Podemos pedir de esa forma, como lo demuestran aquellas palabras del Señor: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de Él?” (Lucas 11:13). Pedid fe para apropiaros de esta promesa.
Así también, fue en respuesta a la intercesión del profeta que terminó la sequía terrible: “Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto" (Santiago 5:18). El significado espiritual y la aplicación de ello es obvia. Las iglesias han estado en una condición seca y languideciente durante muchos años. Esto se puso de manifiesto en los recursos a los que llegaron en sus intentos de "reavivarlas” y fortalecerlas. Aun en aquellos casos en los que no se usaron medios carnales con el objeto de atraer a las gentes, fueron llamados los "especialistas" religiosos en forma de “evangelistas fructuosos” y “maestros renombrados de la Biblia”, para ayudar con reuniones especiales -un signo seguro de la mala salud de las iglesias es que se llame al médico-. Pero los estimulantes artificiales pierden pronto su eficacia, y a menos que la salud sea restablecida por medios naturales, el paciente se sentirá peor que antes. Así ha sido con las iglesias, hasta tal punto que su condición muerta y seca es aparente aun para ellas mismas. Así y todo, a menos que llegue el fin del mundo, aún descenderán lluvias de bendición (aunque quizá en partes del mundo distintas de las anteriores), y llegarán a su hora establecida en respuesta a la oración de algún Elías.
- Elías era un hombre de un valor intrépido, por lo cual no queremos decir valentía natural, sino audacia espiritual. Esta distinción es muy importante, aunque reconocida muy raramente. Hay pocos hoy día que estén capacitados para diferenciar entre lo que es de la carne y lo que es fruto del Espíritu. Sin duda alguna, la costumbre actual de definir los términos bíblicos por medio del diccionario en vez de hacerlo por el uso que de ellos se hace en las Sagradas Escrituras, no hace más que aumentar el confusionismo. Tomad como ejemplo la gracia de la paciencia espiritual: cuán a menudo se confunde con un temperamento suave y plácido; y muchos hijos de Dios, al no poseer una predisposición natural como ésta, imaginan que no tienen paciencia. La paciencia que es fruto del Espíritu Santo no es una serena ecuanimidad que nunca se irrita ante los contratiempos, ni tampoco es aquella dócil afabilidad que los insultos y las ofensas sin venganza y aún sin queja. Ello se parece más bien a la mansedumbre. Cuántos se han extrañado de las palabras: “corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta” (Hebreos 12:1). Se crean dificultades al suponer que la "paciencia" es una gracia pasiva y no activa.
La "paciencia" cristiana no es una virtud pasiva sino una gracia activa; no una prenda natural sino un fruto sobrenatural. Tiene como consecuencia la resistencia; es lo que capacita a los santos a perseverar frente al desaliento, a mantenerse en el camino a pesar de toda oposición. Del mismo modo el “valor” cristiano no es una prenda que forme parte de é1, naturaleza, sino un don del cielo: no es una cualidad natural, sino algo sobrenatural. "Huye el impío sin que nadie lo persiga (porque le llena de terror su conciencia culpable); mas el justo está confiado como un leoncillo” (Proverbios 28:1). El que teme a Dios de veras, no siente temor alguno del hombre. Ese valor espiritual, esa audacia, ha brillado en muchas mujeres débiles, tímidas y cobardes. Muchas que hubieran temblado ante la idea de pasear a solas por un cementerio en una noche oscura, no temen confesar a Cristo aunque hacerlo les exponga a una muerte atroz. La audacia de Elías al acusar a Acab en la cara y al enfrentarse solo a un ejército de falsos profetas, no debe atribuirse a su temperamento natural sino a la obra del Espíritu Santo.
- Elías fue un hombre que experimentó una caída triste, lo cual está registrado, también, para nuestra instrucción; no como excusa en la que escudarnos, sino como un aviso solemne que debemos tener muy en cuenta. Son, en verdad, pocos los lunares del carácter de Elías; sin embargo, no alcanzó en este mundo la perfección. A pesar del modo tan notable como habla sido honrado por su Señor, el pecado no fue extirpado de su ser. El tesoro que llevaba era verdaderamente glorioso; no obstante, a Dios le pareció bien manifestarlo en un “vaso de barro”. Aunque parece asombroso, fueron su fe y su valor los que le abandonaron, ya que apartó su vista del Señor por un momento y huyó de una mujer lleno de terror. Cómo prueba ello la verdad de aquellas palabras: "Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga” (1 Corintios 10:12). Dependemos por completo de Dios tanto para el mantenimiento como para la concesión de las gracias espirituales. Pero aunque cayó, Elías no fue abatido del todo. La gracia divina lo buscó, lo libró de su desaliento, lo restableció en el camino de la justicia y renovó en él el hombre interior de tal modo que fue tan fiel y valiente como lo había sido antes de su caída.
- Elías fue un hombre que dejó este mundo de un modo sobrenatural. Este va a ser el tema de nuestro próximo y último capítulo.