LA RESTAURACIÓN DE ELÍAS
El fracaso de Elías había sido de naturaleza distinta al de Jonás. No parece haber nada malo en que saliera de Jezreel; por el contrario, su conducta parece ajustarse a lo que Cristo dijo a sus discípulos: "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra" (Mateo 10:23). No habían de exponerse a peligros innecesarios, sino que, si podían hacerlo de modo honorable, debían evitarlos a fin de estar preparados para emprender otros servicios; y ello es lo que hicieron algunos de nuestros Reformadores y muchos miembros de sus rebaños al refugiarse en otros países durante el reinado de la impla reina Maria. Dios no habla ordenado de modo explícito a Elías permanecer en Jezreel y continuar la obra de reforma, por tanto, “donde no hay ley, tampoco hay trasgresión" (Romanos 4:15). Era más bien que el Señor probaba a su siervo por medio de “circunstancias”, abandonándole a si mismo, y permitiéndole usar su propio discernimiento y seguir sus propias inclinaciones, para mostrarnos lo que habla en su corazón. Si hubiera habido algo más que esto, si el profeta hubiera sido culpable de desobediencia deliberada, el Señor le habría tratado en Horeb de modo muy diferente de como lo hizo.
No hemos dicho lo que antecede con el propósito de excusar a Elías, sino para mirar su tropiezo con una perspectiva justa. Algunos han exagerado su falta de modo poco razonable acusándole de lo que en justicia no fue culpable. Creemos, en verdad, que cometió una equivocación lamentable al abandonar el puesto al cual le habla llevado “la mano del Señor" (I Reyes 18:46), por cuanto éste no le había dicho que lo hiciera.
Tampoco podemos justificar su impaciencia cuando, estando bajo el enebro, pidió al Señor que le quitara la vida, por cuanto ello es algo que sólo Dios puede decidir, jamás nosotros. Además, la pregunta que se le hizo por dos veces en Horeb: “¿Qué haces aquí, Elías?”, implicaba de modo evidente una suave reprensión; con todo, habla cometido un error de apreciación más que un pecado del corazón. Se consideró libre de usar su propia iniciativa y de obrar según los dictados de sus sentimientos. Dios permitió esto a fin de que sepamos que las personalidades más fuertes se convierten en débiles en el mismo momento en que Él retira de ellas su mano sustentadora.
Hemos visto ya el modo tan tierno como Jehová trató a su siervo errante en el desierto; veamos ahora y admiremos la gracia que tuvo con él en Horeb. Lo que vamos a considerar nos recuerda mucho la experiencia del salmista: el Señor, que era su Pastor, no sólo le había hecho yacer en lugares de delicados pastos, sino que había confortado su alma (23:2,3), como él mismo reconocía. El que habla confortado y alimentado a su siervo bajo el enebro, le libra ahora de su aflicción infructuosa, de sus descarríos, y le eleva a una posición de honor en su servicio. Elías era incapaz de restaurarse a si mismo y no había ser humano que pudiera librarle de la desesperación en que se hallaba; así pues, cuando no había para él mirada de compasión alguna, el Señor le tuvo compasión. ¿No es así, en una ocasión u otra, en la experiencia de todos los siervos de Dios y del pueblo suyo en general? El que nos libró al principio del hoyo espantoso sigue cuidando de nosotros, y cuando nos apartamos de Él, restaura nuestra alma y nos dirige de nuevo a los senderos de justicia.
"Y dijole Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco" (I Reyes 19:15). “El profeta estaba lamentando el fracaso de todos sus esfuerzos para glorificar a Dios y la determinación obstinada del pueblo de seguir en la apostasía. Así pasaba el tiempo en la cueva de Horeb alimentando su desilusión y lacerándose a si mismo al meditar sobre la conducta del pueblo. Los lugares solitarios en los que no hay nada que hacer, pueden agradar al hombre que se halla en esta condición; pero tales lugares, lejos de curarla, alimentarán esta disposición. Así pues, Elías estaba en peligro de sucumbir a una melancolía crónica o a una locura furiosa. La única esperanza para las personas que se hallan en circunstancias como éstas es salir de sus escondites solitarios y ocuparse de modo activo en alguna cosa útil y benéfica. Ésta es la mejor medicina contra la melancolía: hacer algo que requiera esfuerzo muscular y que, al mismo tiempo, beneficie a otros. De ahí que Dios hiciera que Elías abandonara su solitaria morada, la cual no hacía más que aumentar la tristeza y la exasperación de su espíritu; y por ello le dio un encargo que habla de cumplir en un lugar lejano" (John Simpson).
"Y díjole Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco” (v. 15). Ésta es la medida que Dios adopta al restablecer el alma de alguno de sus hijos descarriados, haciéndoles desandar su camino y regresar a su puesto. Cuando Abraham salió de Egipto, a donde habla “descendido” cuando había grande hambre (Génesis 12:10), leemos que "volvió por sus jornadas de la parte del Mediodía hacia Betel, hasta el lugar donde había estado antes” (Génesis 13:3). Cuando la iglesia de Efeso dejó su primer amor, el mensaje de Cristo para ella fue: "Recuerda por tanto de dónde has caldo, y arrepiéntete, y haz las primeras obras” (Apocalipsis 2:4,5). Así pues, Elías ha de volverse por el camino que ha venido, a través del desierto de Arabia, el cual era parte del curso que cruzaría en su camino hacia Damasco. Esta es aún la voz del Señor hablando a sus ovejas descarriadas: “Vuélvete, oh, rebelde Israel, dice Jehová; no haré caer mi ira sobre vosotros, porque misericordioso soy Yo” (jeremías 3:12).
Cuando Pedro se arrepintió de su gran pecado, el Señor no sólo le perdonó sino que le encargó de nuevo: “Apacienta mis ovejas" (Juan 21:16). Lo mismo hizo el Señor aquí: no sólo restauró el alma del profeta, sino que, además, le dio nuevo trabajo en su servicio. "Y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria” (v. 15). El honor que Jehová confería sobre Elías era muy grande, tanto como el que habla concedido a Samuel (I Samuel 16:13). Cuán lleno de gracia es nuestro Dios; con qué paciencia sobrelleva nuestras flaquezas. Observad que estos pasajes enseñan que no es por el pueblo sino por Dios que los reyes reinan (Proverbios 8:16). "No hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas”, y por lo tanto se requiere que "toda alma se someta a las potestades superiores" (Romanos 13:1). En esta era de "democracia" es necesario que los ministros del Evangelio proclamen esta verdad: "Sed pues sujetos a toda ordenación humana por respeto a Dios, ya sea al rey como superior, ya a los gobernadores, como de él enviados para venganza de los malhechores” (I Pedro 2:13,14). Dijo el apóstol a Tito: “Amonéstales que se sujeten a los príncipes y potestades,” que obedezcan” (3:1).
"Y a Jehú hijo de Nimsi, ungirás por rey sobre Israel" (versículo 16). Sólo puede reinar aquél a quien Dios hace rey, y ello sólo durante el tiempo que Él quiere. Esta unción proclama ski designación divina a tal oficio y la calificación con la que hablan de estar dotados para su labor. El Señor Jesús, al cual "le ungió Dios de Espíritu Santo” (Hechos 10:38), reunía en si mismo los oficios de profeta, sacerdote y rey, las únicas personas que, según las Escrituras, hablan de ser ungidas. Los infieles han puesto objeción al versículo que estamos considerando, y señalado que Jehú no fue ungido por Elías sino por un profeta joven bajo la dirección de Eliseo (II Reyes 9:1-6). Esta objeci6n puede contestarse de dos modos. Primero, que Jehú podía ser ungido dos veces, como David (I Samuel 16:13; 11 Samuel 2:4); o que, así como "Jesús hacia y bautizaba más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos)" (Juan 4:1,2), de la misma manera, se dice que Elías ungió a Jehú porque lo que tuvo lugar en II Reyes 9 fue ordenado por él.
"Y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehula, ungirás para que sea profeta en lugar de ti” (V. 16). El que disfrutara del favor especial de ordenar a su sucesor' constituía un nuevo privilegio que se concedía a Elías. Lo que ahogaba el espíritu del tisbita era el fracaso que habla acompañado a sus esfuerzos: parecía que no habían dejado huella alguna sobre la nación idólatra; sólo él semejaba estar interesado en la gloria de Jehová Dios, y ahora aun su propia vida parecía estar en peligro. Qué consuelo debía de llevar a su corazón la aseveración divina de que había sido designado el que proseguiría la misión que él trató de llevar a cabo de modo tan celoso. Hasta entonces, no había habido nadie que le ayudara, pero cuando más desesperado estaba, Dios le proveyó de un compañero y sucesor apropiado. Para los hombres de Dios y para sus rebaños ha sido siempre de gran consuelo el pensar que el Señor jamás carecerá de medios para llevar a cabo su obra; que cuando ellos desaparezcan, otros vendrán a llenar el vacío. Uno de los rasgos más tristes y solemnes de esta era degenerada es que las filas de los justos están casi vacías y apenas se levanta ninguno para llenarlas. Esto es lo que hace que el futuro aparezca doblemente oscuro.
"Y será, que el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará” (v. 17). Elías habla obrado de modo fiel, pero Israel había de ser tratado con otros medios: los tres hombres a los que se le mandaba ungir traerían el juicio sobre la nación. Dios es infinitamente más celoso de su honra de lo que sus siervos puedan ser, y no iba a abandonar su causa o permitir que sus enemigos triunfaran, como temía el profeta. Pero notemos la diversidad de los instrumentos que empleó: Hazael, rey de Siria; Jehú, el capitán rudo de Israel; y Eliseo, el joven campesino. Qué diferencias más notables. Con todo, cada uno era necesario para un trabajo especial relacionado con la nación idólatra de aquel tiempo. “Ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester; ni asimismo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros" (I Corintios 12:21). Del mismo modo que los miembros más pequeños y frágiles del cuerpo llevan a cabo las funciones más útiles, así también, a menudo, los hombres más ignorantes y aparentemente más faltos de preparación son los que Dios usa para realizar las mayores hazañas en su reino.
Podemos ver aquí, también, el modo en que Dios ejerce su gran soberanía en los medios que usa. Ni Hazael ni Jehú eran hombres piadosos: el primero ascendió al trono asesinando traidoramente a su predecesor (II Reyes 8:15), mientras leemos del último que "Jehú no cuidó de andar en la ley de Jehová Dios de Israel con todo su corazón, ni se apartó de los pecados de Jeroboam” (II Reyes 10:31). Él suele hacer uso de los impíos para castigar a los que, habiendo gozado de sus favores, los han despreciado después. Es verdaderamente extraordinario ver cómo el Altísimo lleva a cabo sus propósitos por medio de unos hombres cuyo único afán es satisfacer los deseos de su propia carne. Es cierto que el hecho de que cumplan los decretos del cielo no disminuye ni disculpa su pecado; es más, ellos son totalmente responsables por el mal que cometen; con todo, sólo hacen lo que la mano y el consejo de Dios determinaron de antemano que se haría y sirven como medios suyos para infligir los juicios que merece su pueblo apóstata.
“Y será, que el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará." Esto es muy solemne. Aunque Dios soporta “con mucha mansedumbre” los vasos de ira preparados para muerte, aun así, su paciencia tiene un limite: "El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado; ni habrá para él medicina" (Proverbios 29:1). Dios habla soportado durante largo tiempo ese insulto terrible a su majestad, mas los adoradores de Baal iban a descubrir en breve que su ira era tan grande como su poder. Hablan sido amonestados fielmente: durante tres años y medio hubo una terrible sequía y el hambre con siguiente sobre el país. En el Carmelo había tenido lugar un milagro notable, pero sólo produjo una impresión pasajera en el pueblo. Y ahora Dios anunciaba que el “cuchillo” haría una obra terrible, no con suavidad sino de modo pleno y total, hasta que la nación fuera librada de este terrible mal. Y ello ha quedado registrado para que las generaciones sucesivas lo pudieran meditar. El Señor no ha cambiado: aun en el mismo momento en que escribimos vemos sus juicios sobre casi todo el mundo. Ojalá las naciones atendieran a su voz antes de que sea demasiado tarde.
"Y yo haré que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se encorvaron a Baal, y bocas todas que no lo besaron" (v. 18). Sobre este versículo presentamos una objeción decidida a la interpretación que dan la mayoría de los comentaristas, quienes ven en él una reprensión divina al pesimismo del profeta, y suponen que es la respuesta de Dios a su desaliento expresado en la frase "Yo solo he quedado", cuando, en realidad, había una verdadera muchedumbre de personas que no habían consentido en unirse a la idolatría general. No podemos aceptar este punto de vista por diferentes razones. ¿Es posible que hubiera miles de personas en Israel que permaneciesen leales a Jehová, y que el profeta desconociera por completo su existencia? No es extraño que un escritor notable diga: "A menudo me ha extrañado el hecho de que aquellos siete mil discípulos secretos pudieran serlo tanto que pasaran desapercibidos a su gran 1ider; la fragancia de las flores revelará siempre su presencia, por muy escondidas que se encuentren". Mas ello crea un problema; este punto de vista está en desacuerdo con el contexto ¿por qué, después de conceder un honor al profeta, había de reprenderle el Señor de,' repente?
El lector atento notará que no dice que estos siete mil existieran, sino que dice: "Yo haré que queden”. El Señor, en su misericordia, estaba confortando a su siervo desalentado. En primer lugar, Jehová informó al profeta de que otro iba a ocupar su lugar y proseguir su misión. Luego, le declaró que no era en absoluto indiferente a aquella situación terrible, sino que iba a emprender en breve una obra de juicio. Y, por último, le aseguraba que, aunque Israel sufriría un juicio sumario, con todo no iba a ser el fin del pueblo, sino que Él preservaría para sí un remanente. Y Romanos 11:4 no choca en absoluto con ello, siempre que substituyamos la palabra "respuesta" por “oráculo" (como requiere el griego), por cuanto Dios no estaba respondiendo a una objeción, sino que estaba dando a conocer a Elías lo que había de venir.
Se comprobará que adoptamos un punto de vista totalmente distinto de la interpretación general, no sólo del versículo 18, sino del pasaje entero. Todos los escritores que hemos consultado consideran estos versículos como expresando el desplacer de Dios contra su refractario siervo, a quien juzgó apartándole de la posición de honor que había ocupado, y nombrando a Eliseo en su lugar. Pero, a excepción de la reprensión suave que se contiene en la pregunta: "¿Qué haces aquí, Elías?”, no hay nada que indique enojo por parte del Señor, sino todo lo contrario. Consideremos, más bien, estos versículos como el relato de la respuesta consoladora de Dios al desaliento del profeta. Elías sentía que las fuerzas del mal hablan triunfado; mas el Señor le anuncia que el culto a Baal seria completamente destruido (v. 17; véase 11 Reyes 10:25-28). Elías se afligía porque él solo habla quedado; el Señor declara: "Yo haré que queden en Israel siete mil". La situación era muy apurada, ya que procuraban quitar la vida de Elías; el Señor le promete que Eliseo acabará su labor. De este modo, Jehová acalló con ternura sus temores y volvió el ánimo a su corazón.
Nos gusta relacionar los versículos que tenemos ante nosotros con aquellas palabras de Cristo a sus apóstoles: "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias” (Juan 15:15); lo cual indica la relación intima que gozaban con Él. Así era también con Elías. El Señor de los ejércitos habla condescendido a hacerle notorias las cosas que hablan de acontecer, lo cual no habría sido así si el profeta hubiera estado apartado de Dios. Es como lo que leemos en Génesis 18:17: "Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a, Abraham lo que voy a hacer?” No; É1 no lo hizo por cuanto Abraham era “amigo de Dios” (Santiago 2:23). Qué bendición ver el modo en que el Señor restituyó el alma de Elías a una comunión íntima con Él lo sacó de su tristeza y lo reintegró a su servicio.
“Y partiéndose él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de si; y él era uno de los doce gañanes. Y pasando Elías por delante de él,: echó sobre él su manto” (v. 19). Aquí tenemos buena evidencia de que el Señor había restablecido el alma de su siervo. Elías no presentó objeción alguna ni se retrasó un momento, sino que respondió con prontitud. La obediencia será siempre la prueba real de nuestra relación con Dios: "Si me amáis, guardad mis mandamiento? (Juan 14:15). En esta ocasión requería un viaje difícil de unos doscientos cincuenta kilómetros -la distancia entre Horeb y Abel-mehula (v. 16; véase 4:12)-, la mayor parte a través del desierto; pero, cuando Dios lo ordena es para que lo cumplamos. No sentía resentimiento celoso por el hecho de que otro fuera a ocupar su lugar; tan pronto como encontró a Eliseo, Elías echó sobre él su manto, lo cual indicaba que era investido con el oficio profético, y era una señal amistosa de que le tomarla bajo su cuidado e instrucción. Y así fue cómo lo entendió el joven labrador, como se desprende de su respuesta: "Entonces dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elías, y dijo: Ruégote que me dejes besar mi padre y mi madre, y luego te seguiré” (v. 20). El Espíritu de Dios le movió a aceptar la llamada, de modo que abandonó al momento todos sus proyectos humanos. Ved qué fácilmente puede el Señor llevar a los hombres a emprender su trabajo a pesar de los grandes motivos de desaliento. "Si hubiera escuchado la voz de la carne y la san-re, hubiera estado poco dispuesto a encontrarse en la, situación de Elías, de tal modo perseguido en aquellos tiempos peligrosos, y cuando no podía esperarse nada sino persecución. Con todo, Eliseo prefirió ser el, siervo de un profeta antes que el dueño de una gran hacienda, y alegremente lo dejó todo por Dios. La oración llena de gracia divina puede hacer desaparecer todas las objeciones y vencer todos los prejuicios” (Robert Simpson). "Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo?” (v. 20). Qué hermoso es ello: no había en él sentido de la propia importancia, sino renuncia total. Lo mismo que Juan el Bautista -quien fue con su espíritu (Lucas 1:17)- fue enviado para introducir a otro, y su modo de hablar equivalía a decir: "A él le conviene crecer y a mí menguar”. ¡Bendita humildad!
“Y volvióse de en pos de él, y tomó un par de bueyes, y matólos,y con el arado de los bueyes coci6 la carne de ellos, y dióla al pueblo que comiesen. Después se levantó, y fue tras Elías, y serviale” (V. 21). Qué final más hermoso para el relato. En verdad, Elíseo no consideró a Elías como alguien a quien el Señor había rechazado. Qué consuelo para el tisbita tener por compañero a uno tan respetuoso y lleno de afecto; y qué privilegio para este joven el estar bajo tutor tan eminente. La siguiente referencia que tenemos en las Escrituras niega por completo la idea general de que Dios le había descartado de su servicio: "Entonces fue palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo: Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel” (I Reyes 21:17,18). Está bien claro que fue restaurado y gozaba de nuevo de la misma relación con su Señor que habla disfrutado anteriormente. Este es el motivo por el cual hemos titulado este capitulo “La Restauración de Elías".