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BERESHIT ELOHIM MINISTERIO

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LAS MUJERES RECIBIERON SUS MUERTOS POR RESURRECCIÓN

09.03.2014 17:20

 

Hemos de considerar ahora uno de los incidentes más notables que se registran en el Antiguo Testamento, esto es, la restauración de la vida del hijo de la viuda de Sarepta. Es un incidente desconcertante para el incrédulo; sin embargo, para el que conoce por experiencia al Señor no hay en él dificultad alguna. Cuando Pablo se defendía ante Agripa, preguntó: “¡Qué! ¿Juzgase cosa increíble entre vosotros (no sólo que un muerto vuelva a la vida, sino) que Dios resucite los muertos?" (Hechos 26:8). Ahí es donde el creyente pone todo el énfasis: en la absoluta suficiencia de Aquél con el cual trata. Recurrid al Dios vivo, y no importa lo drástica y desesperada de la situación; todas las dificultades desaparecen en seguida, porque no hay nada imposible para Él. El que implantó la vida al principio, y el que puso nuestra alma en vida (Salmo 66:9), puede reavivar a los muertos.

El infiel moderno (como los antiguos Saduceos) puede burlarse de la verdad divinamente revelada de la resurrección, pero el cristiano no. ¿Por qué? Porque ha experimentado en su propia alma el poder vivificador de Dios: fue llevado espiritualmente de la muerte a la vida. Aunque Satanás inyecte dudas viles en su mente, y haga tambalear por un tiempo su confianza en la resurrección del Señor Jesús, recobrará pronto el equilibrio; conoce la bendición de aquella gran verdad, y cuando la gracia le ha librado de nuevo del poder de las tinieblas, exclama con el apóstol: "Cristo vive en mi". Además, cuando nació de nuevo, le fue plantando un principio sobrenatural en el corazón -el principio de la fe- que hace que reciba la Escritura Santa con confianza plena de que es, en verdad, la Palabra del que no puede mentir, y por consiguiente, cree todo lo que los profetas dijeron.

Aquí está la razón de que lo que desconcierta y hace tropezar al sabio, sea llano y simple para el cristiano. La preservación de Noé y su familia en el arca; el paso de Israel por el Mar Rojo sin mojarse; el que Jonás sobreviviera en el vientre de la ballena, son hechos que no presentan dificultad alguna para él. Sabe que la Palabra de Dios es infalible, porque la verdad que contiene la ha verificado por propia experiencia. Al haber comprobado por si mismo que el Evangelio de Cristo es “potencia de Dios para salud”, no tiene motivo para dudar de nada de lo que las Escrituras registran acerca de los prodigios de Su poder en el reino material. El creyente tiene seguridad plena en que nada es demasiado difícil para el Creador de cielos y tierra. No es que sea un bobalicón intelectual, que acepta crédulamente lo que es completamente contrario a la razón, sino que, en el cristiano, la razón es restaurada a su funcionamiento normal: asegurad que Dios es todopoderoso, y el obrar sobrenatural de Su mano síguese necesariamente.

 

El tema entero de los milagros se reduce, así, a su factor más simple. Se ha escrito gran cantidad de jerga erudita sobre este tema: las leyes de la naturaleza, su suspensión, el actuar de Dios contrario a las mismas, y la naturaleza precisa de un milagro. Por nuestra parte, definimos el milagro como algo que sólo Dios puede efectuar. Al hacerlo así, no desestimamos el poder que Satanás posee, ni dejamos de considerar pasajes tales como Apocalipsis 16:14 y 19:20. Al que esto escribe, le basta lo que la Sagrada Escritura afirma acerca del Señor: “Al solo que hace grandes maravillas" (Salmo 136:4). En cuanto a las “señales grandes y prodigios” dados por los falsos cristos y los falsos profetas, su naturaleza y designio son el “engañar” (Mateo 24:24), por cuanto son "milagros mentirosos” (II Tesalonicenses 2:9), como también sus predicaciones son fal4as. En esto descansamos: sólo Dios hace grandes maravillas; y por ser Dios, esto es lo que la fe espera de Él.

En el último capítulo nos ocupábamos de la amarga aflicción que sobrevino a la viuda de Sarepta con la muerte repentina de su hijo, y el efecto inmediato que tuvo sobre ella. Profundamente agitada se volvió a Elías y le acusó de ser la causa de su tremenda pérdida. El profeta no replicó ásperamente a la acusación dura e injusta, sino que, por el contrario, dijo con calma: "Dame acá tu hijo”. Fijémonos que no impuso sus manos sobre el muerto de modo autocrático, sino que, cortésmente, pidió que se le trajera el cuerpo. Creemos que el propósito de Elías era calmar la pasión de ella y hacer que creyera “en esperanza contra esperanza” (Romanos 4:18), como Abraham habla hecho mucho antes cuando creyó a Dios, “el cual da vida a los muertos”, por cuanto fue (en parte) en respuesta a su fe que ella recibió a su muerto por resurrección (Hebreos 11:35).

"Entonces él lo tomó de su-regazo, y llevólo a la cámara donde él estaba, y púsole sobre su carne” (I Reyes 17:19). Ésta era, evidentemente, una habitación superior reservada para el uso personal del profeta, como Eliseo tenía la suya en otro lugar (II Reyes 4:10). Se fue allí, pues, en busca de soledad, como Pedro fue a la azotea, y Cristo al huerto. El profeta debía de estar muy oprimido y desconcertado ante el hecho triste que había ocurrido a su anfitriona. Por muy rígido que fuera Elías en el cumplimiento de su deber, tenía un tierno espíritu (como los hombres así de serios tienen por regla general), lleno de benignidad y sensible a las miserias ajenas. Es evidente por lo que sigue, que Elías estaba apenado de que alguien que habla sido tan bondadoso para con él hubiera de ser tan duramente afligido cuando é1 estaba en su hospitalaria morada; y que ella pensara que era responsable de la pérdida que sufría, no haría más que aumentar su tristeza .

No debe perderse de vista que esta dispensación oscura constituyó una prueba real para la fe de Elías. Jehová es el Dios de la viuda y el galardonador de los que favorecen a Su pueblo, sobre todo de los que muestran benevolencia para con Sus siervos. ¿Por qué, pues, habla de venir semejante mal sobre la que le ofrecía albergue? ¿No había venido por propio mandato de] Señor como mensajero de misericordia para su casa? Es verdad, y habla demostrado serlo; empero, ella lo había olvidado bajo el peso de su prueba presente, ya que ahora lo consideraba emisario de la ira, azote de su pecado, y verdugo de su único hijo. Y, peor aún, ¿no pensaría él que el honor de su Señor estaba también empeñado? ¡Que fuera escandalizado el nombre del Señor! ¿No preguntaría la viuda si es así cómo recompensa Dios a aquellos que favorecen a Sus siervos?

Es una bendición el observar la manera como Elías reaccionó ante la prueba. Cuando la viuda preguntó si la muerte de su hijo era debida a su presencia, no se dio a especulaciones carnales, ni intentó resolver el profundo misterio que ahora tenía ante si y ante ella. En lugar de esto, se retira a su cámara para poder estar solo con Dios y presentarle su perplejidad. Este es el curso que deberíamos seguir siempre, porque el Señor no sólo es "nuestro pronto auxilio en las tribulaciones", sino que su Palabra requiere que le busquemos primeramente, (Mateo 6:33). "Alma mía, en Dios solamente reposa” es aplicable doblemente en el tiempo de la perplejidad y la tristeza. Vana es la ayuda del hombre; sin valor las conjeturas carnales. En la hora de la prueba más aguda, el Salvador se retiró de sus discípulos, y vertió en secreto su corazón al Padre. A la viuda no le era permitido presenciar los ejercicios más hondos del alma del profeta ante su Señor.

"Y clamando a Jehová, dijo (v. 20). Hasta entonces, el profeta no había comprendido el significado de ese misterio, pero sí sabia qué hacer ante esa dificultad. Acudió a su Dios y presentó su lamento ante él.. Buscó alivio con gran sinceridad y porfía, razonando humildemente acerca de la muerte del niño. Pero notemos su reverente lenguaje. No preguntó: ¿Por qué has infligido esta funesta disposición sobre nosotros?; sino que dijo: “Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa yo estoy hospedado has afligido, matándole su hijo?” (v. 20). El porqué de ello no era de su incumbencia. No podemos objetar a los caminos del Altísimo ni inquirir con curiosidad en sus consejos secretos. Bástenos saber que el Señor no se equivoca nunca, y que siempre hay un motivo por todo lo que hace; por lo tanto, debemos someternos con mansedumbre a su voluntad soberana. El preguntar "¿Por qué?” es altercar con Dios (Romanos 9:19, 20).

En las palabras de Elías a Dios hallamos, primero, de qué modo se acogió a la relación especial que el Señor sostenía con él: “Jehová Dios mío”, clamó. Ello era una apelación a su interés personal en Dios, por cuanto esas palabras son siempre la expresión de una relación basada en un pacto. Poder decir "Jehová Dios mío” es de más valor que el oro o los rubíes. En segundo lugar, buscó la razón de la calamidad en su causa original: “¿Aun a la viuda en cuya casa yo estoy hospedado has afligido? (v. 20); vio que la muerte hería por mandato divino: “¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?” (Amós 3:6). Qué consuelo cuando podemos darnos cuenta de que ningún mal puede sobrevenir a los hijos de Dios sino el que É1 les envía. En tercer lugar, alegó la severidad de la aflicción: este mal ha venido, no sólo sobre una mujer, ni siquiera sobre una madre, sino sobre una “viuda”, a quien Tú has socorrido de modo especial. Además, es aquella "en cuya casa yo estoy hospedado”: mí bondadosa bienhechora.

"Y midióse sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová” (v. 21). ¿Era ésta una prueba de la humildad del profeta? ¡Qué notable que un hombre tan grande gastara tanto tiempo y pensara tanto en esa figura débil, y se pusiera en contacto inmediato con lo que, ceremonialmente, contaminaba! ¿Era tina indicación de su propio afecto por el niño, y para mostrar cuán profundamente le habla afectado su muerte? ¿Era una muestra del fervor de su apelación a Dios, como si quisiera, si podía, poner vida en su cuerpo de la vida y el calor del suyo? ¿No parece indicarlo el hecho de que lo hiciera tres veces? ¿Era una señal de lo que Dios haría por su poder y lo que lograría por su gracia al traer a los pecadores de la muerte a la vida, con el Espíritu Santo haciéndoles sombra e impartiéndoles su propia vida? Si así es, ¿no hay aquí algo más que una indicación de que los que Dios usa como instrumentos en la conversión deben venir a ser como niños, descendiendo al nivel de aquellos a los que sirven, en vez de estar sobre un pedestal como si fueran seres superiores?

"Y clamó a Jehová, y dijo: Jehová Dios mío, ruégote que vuelva el alma de este niño a sus entrañas” (v. 21). Qué prueba de que Elías estaba acostumbrado a esperar bendiciones maravillosas de Dios en respuesta a sus súplicas, considerando que nada era demasiado difícil para Él, nada demasiado grande para conceder en respuesta a la oración. Sin duda, esta petición estaba movida por el Espíritu Santo; con todo, el que el profeta esperara la restauración de la vida al niño era un efecto maravilloso de su fe, por cuanto la Escritura no dice que alguien hubiera sido levantado de los muertos antes de ese tiempo. Y recuerda, lector cristiano, que esto está escrito para nuestra instrucción y aliento: la oración eficaz y ferviente del justo puede mucho. Cuando vamos al trono de la gracia, nos allegamos a un gran Rey; así pues, traigamos peticiones grandes. Cuanto más confía la fe en el poder infinito y en la suficiencia del Señor, más honrado es Él.

"Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a sus entrañas, y revivió” (v. 22). Qué prueba de que “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones" (1 Pedro 3:12). Qué demostración del poder y la eficacia de la oración. El Dios nuestro oye y contesta la oración: por tanto recurramos a Él cualquiera que sea nuestra angustia. Por desesperado que sea nuestro caso para la ayuda humana, nada es demasiado difícil para el Señor. É1 es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos. Pero, pidamos “en fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra. No piense pues, el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor4 (Santiago 1:6,7). “Ésta es la confianza que tenemos en V, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, 111 nos oye” (1 Juan 5:14). En verdad necesitamos todos clamar más fervientemente: "Señor, enséñanos a orar”. A menos que éste sea uno de los efectos producidos por la consideración del hecho que tenemos ante nosotros, nuestro estudio del mismo nos servirá de poco.

No basta con que clamemos: “Señor, enséñanos a orar”; debemos también meditar cuidadosamente las porciones de su Palabra que relatan casos de intercesión triunfante, a fin de que aprendamos los secretos de la oración que es contestada, En este caso podemos notar siete aspectos. Primero, que Elías se retiró a su cámara para estar solo con Dios. Segundo, su fervor: él "clamó a Jehová”, no fueron meras palabras. Tercero, su dependencia en su interés personal en el Señor, declarando la relación basada en el pacto: “Jehová Dios mío”. Cuarto, que se confortó en los atributos de Dios; en este caso, en la soberanía divina y en su supremacía: “aun a la viuda... has afligido”. Quinto, su sinceridad e insistencia, puesta de manifiesto al medirse sobre el niño nada menos que tres veces. Sexto, su apelación a la misericordia tierna de Dios: “la viuda en cuya casa estoy hospedado”. Finalmente, lo definido de su petición: “que vuelva el alma de este niño a sus entraña?

“Y el alma del niño volvió a sus entrañas, y revivió” (v. 22). Estas palabras son importantes porque establecen claramente la distinción definida que existe entre el alma y el cuerpo, una distinción tan real como la que existe entre la casa y el que la habita. La Escritura nos dice que, en el día de la creación, el Señor Dios formó el cuerpo del hombre “del polvo de la tierra”; y luego, que “alentó en su nariz soplo de vida”, y sólo entonces se convirtió en "alma viviente” (Génesis 2:7). El lenguaje empleado en esta ocasión ofrece clara prueba de que el alma es diferente del cuerpo, de que no muere con el cuerpo, de que existe en un estado separado después de la muerte del cuerpo, y de que nadie sino Dios puede restaurarla a su habitación original (véase Lucas 8:55). Por cierto, podemos observar que la petición de Elías y la respuesta del Señor ponen claramente de manifiesto que el niño estaba realmente muerto.

Hablando relativamente, aunque en un sentido muy real, la era de los milagros ha cesado, por lo que no podemos esperar que a nuestros muertos les sea devuelta la vida sobrenaturalmente. Con todo, el cristiano puede y debe esperar con seguridad cierta reunirse de nuevo con los queridos familiares y amigos que partieron de aquí estando en Cristo. Sus espíritus no están muertos, ni siquiera dormidos como algunos aseguran erróneamente, sino que han vuelto a Dios que los dio (Eclesiastés 12:7), y están ahora en un estado "mucho mejor” (Filipenses 1:23), lo cual no podría ser si estuvieran privados de comunión consciente con su Amado. Aunque están ausentes del cuerpo, están "presentes al Señor” (II Corintios 5:8), y en Su presencia hay "hartura de alegrías” (Salmo 16:11). En cuanto a Sus cuerpos, esperan el gran Día en que serán hechos a la semejanza del cuerpo glorioso de Cristo.

"Tomando luego Elías al niño, trájolo de la cámara a la casa, y diólo a su madre, y díjole Elías: Mira, tu hijo vive” (v. 23). ¡Qué gozo debió de llenar el corazón del profeta al presenciar la milagrosa respuesta a su intercesión! ¡Qué exclamaciones de ferviente alabanza a Dios debieron salir de sus labios por esta nueva manifestación de Su bondad al librarle de su dolor! Pero no había tiempo que perder; tenla que calmar la pena y la ansiedad de la pobre viuda. Elías, por consiguiente, tomó al niño con prontitud y lo dio a su madre. ¿Quién puede imaginar su alegría al verlo devuelto a la vida? Cómo nos recuerda la conducta del profeta en esta ocasión, la acción del Señor después del milagro de la resurrección del hijo único de la viuda de Naín, cuando, así que se levantó y comenzó a hablar, se nos dice que el Salvador “diólo a su madre" (Lucas 7:15).

“Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú tres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (v. 24). Esto es muy bendito, En lugar de dar salida a sus emociones naturales, parece haber estado absorbida enteramente en el poder de Dios que descansaba sobre Su siervo, el cual entonces estableció firmemente su convicción de la misión divina y la seguridad de Elías en la verdad que proclamaba. Se había dado una demostración plena de que era verdaderamente un profeta de Dios, y de que su testimonio era fiel. No debe olvidarse que se había presentado al principio como "varón de Dios" (véanse las palabras de la mujer en el v. 18), y, por lo tanto, era indispensable que estableciera su derecho a tal título. Y ello se hizo por medio de la vuelta a la vida del niño. ¡Ah, lector!, nosotros declaramos ser hijos del Dios viviente; pero, ¿mantenemos nuestra profesión? Só1o hay un modo concluyente de hacerlo: andando en "novedad de vida”, evidenciando que somos nuevas criaturas en Cristo.

Observemos que lo que estamos considerando nos proporciona aun otra característica de la vida doméstica de Elías. Al examinar el modo en que se condujo en el hogar de la viuda, notamos, en primer lugar, su contentamiento sin murmurar por la humilde comida que se le ponía delante, En segundo lugar, su delicadeza, rehusando contestar a las palabras injustas con un réplica mordaz. Y ahora, vemos el efecto bendito que el milagro obrado en respuesta a sus oraciones trajo a su anfitriona. Su confesión: "Ahora conozco que tú eres varón de Dios”, era un testimonio personal de la realidad y el poder de una vida santa. ¡Ojalá viviésemos con la energía del Espíritu Santo, a fin de que los que se relacionan con nosotros pudieran percibir el poder de Dios obrando en y por nosotros! Así fue cómo el Señor venció el dolor de la viuda, convirtiéndolo en un bien espiritual, estableciendo su fe en la veracidad de Su palabra.

 


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