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BERESHIT ELOHIM MINISTERIO

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UN INSTRUMENTO DE JUICIO

18.08.2014 16:12

 

“Y Elías se fue" (II Reyes 1:4). Siguiendo el mandato de su Señor, el profeta salió a encontrar a los siervos de Ocozías, entregó el mensaje que Jehová le habla dado y los mandó de nuevo a su rey, alejándose de ellos. Al partir no lo hizo con el propósito de esconderse, sino para volver a la comunión con Dios. Se retiró a “la cumbre del monte" (v. 9) que era un tipo de la separación moral y de elevación por encima del mundo. Hemos de acudir "al abrigo del Altísimo" si queremos morar "bajo la sombra del Omnipotente" (Salmo 91:1), y ello es lejos de las muchedumbres veleidosas y alborotadas; Su voz se oye en el trono de misericordia (Números 7:89). En una ocasión anterior vimos a Elías dirigirse a la cumbre del monte tan pronto como terminó su trabajo (I Reyes 18:42). Qué lección hay aquí para todos los siervos de Cristo: después de haber pronunciado el mensaje, deben retirarse de la vista de los hombres para estar a solas con Dios, como solía hacer el Salvador. "La cumbre del monte" es también un lugar de observación y visión; ojalá convirtamos nuestra habitación en un observatorio espiritual.

No hay nada en el relato sagrado que indique la nacionalidad de esos mensajeros de Ocozías. Si eran israelitas no podían ignorar la identidad del profeta cuando se les apareció repentinamente y les anunció de modo tan dramático el final trágico de su señor. Si eran extranjeros, traídos de Tiro por Jezabel, no es probable que conocieran al poderoso tisbita, por cuanto hablan pasado algunos años desde su última aparición pública. Quienesquiera que fuesen, les impresionó tanto su dominante personalidad y su tono autoritario, les atemorizó tanto su declaración y el conocimiento que tenía de la misión de ellos, que abandonaron en seguida su propósito y regresaron a palacio. El que conocía lo que Ocozías pensaba y decía podía, evidentemente, predecir el resultado de la enfermedad: así pues, no se atrevieron a proseguir su viaje a Ecrón. Ello ilustra un principio importante. Cuando un siervo de Dios recibe la energía del Espíritu, su mensaje lleva convicción y llena de terror los corazones de los oyentes; lo mismo que Herodes “temía" a Juan el Bautista (Marcos 6:20) y Félix se espantó ante Pablo (Hechos 24:25). Pero no es el hablar a los impíos del amor de Dios lo que producirá estos efectos; y los aduladores que tal hacen no recibirán bendición del cielo. Más bien reconocerá el Señor a quienes declaran, como Elías a Ocozías: “morirás ciertamente”.

“Y como los mensajeros se volvieron al rey, él les dijo: ¿Por qué pues os habéis vuelto?" (v. 5). Cuando sus siervos aparecieron tan inesperadamente, el rey debla de tener una sorpresa y un sobresalto, por cuanto sabía que no había transcurrido bastante tiempo para que fueran a Ecrón y regresaran. Su pregunta indica enojo, una reprensión por su negligencia en el cumplimiento de su deber. Los reyes de aquel tiempo estaban acostumbrados a recibir de sus súbditos una obediencia ciega, y ¡ay de aquel que se opusiera a la voluntad real! Ello sirve para poner más de manifiesto el efecto que la aparición y las palabras de Elías hicieron en ellos. Por el siguiente versículo sabemos que el profeta les habla mandado, diciendo: "Id, y volveos al rey que os envió” y repetidle mi mensaje. Y aunque el hacerlo significaba poner sus vidas en peligro, cumplieron, no obstante, la orden del profeta. Qué vergüenza para los miles que, profesando ser los siervos de Cristo, durante años han ocultado a sus oyentes lo que más necesitaban oír y lo han substituido de modo criminal por un mensaje de “paz, paz”, cuando no habla paz para ellos, y lo hicieron cuando el proclamar la verdad con fidelidad no hubiera puesto sus vidas en peligro. En verdad, esos mensajeros de Ocozías se levantarán en juicio contra tales contemporizadores infieles.

"Y ellos le respondieron: Encontramos un varón que nos dijo: Id, y volveos al rey que os envió, y decidle: Así ha dicho Jehová. ¿No hay Dios en Israel, que tú envías a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por tanto, del lecho en que subiste no descenderás, antes morirás de cierto” (v. 6). Al omitir su nombre y referirse a Elías como "un varón”, parece claro que esos mensajeros del rey ignoraban la identidad del profeta. Pero estaban tan amedrentados por su apariencia y por la gravedad de sus maneras, y estaban tan convencidos de que lo que habla anunciado se verificarla, que se creyeron justificados a abandonar su viaje y regresar a su amo. Así pues, dieron cuenta sin tapujos de lo que habla acaecido e informaron fielmente del anuncio de Elías. Sabían perfectamente bien que semejante mensaje no seria bien recibido por el rey, pero, aun así, no trataron de suavizarlo ni alterar el tono con que habla sido pronunciado. No dudaron en contar a Ocozías en su cara la sentencia de muerte que había sido pronunciada contra él. Decimos otra vez que estos hombres son una afrenta para el predicador contemporizador, cobarde, que busca agradar a sus oyentes. Cuán a menudo se encuentra más sinceridad y fidelidad entre los mundanos que entre los que tienen pretensiones espirituales elevadas.

"Entonces él les dijo: ¿Qué hábito era el de aquel varón que encontrasteis, y os dijo tales palabras?” (v. 7). Sin duda el rey estaba convencido de la identidad del hombre que se habla atrevido a cruzarse en su camino y enviarle semejante mensaje; pero quería estar bien seguro y, por ello, mandó a sus siervos que le describieran el misterioso personaje: ¿cuál era su apariencia, cómo iba vestido y de qué modo se dirigió a vosotros? Eso ilustra uno de los rasgos característicos de los no regenerados: no era el mensaje lo que preocupaba a Ocozías, sino el hombre que lo pronunció; aunque su propia conciencia habla de prevenirle de que un mero hombre no podía ser el autor de semejante mensaje. Esa es la tendencia común a todos los inconversos: en vez de hablar de lo que se dice, ponen su atención en quien lo dice. Así es la pobre naturaleza caída de los hombres. Cuando un verdadero siervo de Dios es enviado a llevarles palabras escudriñadoras, la gente trata de evadirlas ocupándose de su personalidad, su elocuencia, su denominación, su filiación, cualquier cosa secundaria que sirva para excluir lo que verdaderamente tiene importancia. Pero cuando el cartero les entrega una carta importante, no se ocupan de la apariencia del cartero.

“Y ellos le respondieron: Un varón velloso, y ceñía sus lomos con un cinto de cuero” (v. 8). Refiriéndose a Juan el Bautista, quien iba “con el espíritu y virtud de Elías” (Lucas 1:17), está escrito que “tenía su vestido de pelos de camello3, y una cinta de cuero alrededor de sus lomos” (Mateo 3:4). Por ello entendemos que la vestidura de Elías era de pieles (véase Hebreos 11:37), ceñida con un cinto de cuero. De la lectura de Zacarías 13:4 se desprende que los profetas llevaban un atavío que les distinguía, ya que, hablando de los falsos profetas, dice que se vestían “de manto velloso para mentir”, es decir, para engañar al pueblo. En aquel tiempo, cuando se instruía a las gentes tanto por medio de la vista como del oído por símbolos y sombras, ese tosco vestido denotaba mortificación al mundo por parte del profeta, y expresaba la inquietud y el pesar del mismo por la idolatría e iniquidad del pueblo, del mismo modo que el ponerse un vestido de saco significaba humildad y dolor. Para otras referencias del significado simbólico del vestido de los profetas, véase I Reyes 11:28-31; Hechos 21:10-11.

"Entonces él dijo: Elías tisbita es” (v. 8). No había lugar a duda: el rey sabía ahora quién era el que le había enviado mensaje tan solemne. Pero, ¿qué efecto produjo en él? ¿Sintió temor y humillación? ¿Lamentó sus pecados y clamó a Dios por misericordia? Ni muchísimo menos. El terrible fin de su padre no le había enseñado nada. La aflicción terrible que sufría no le ablandó. Ni aun la proximidad de la muerte le hizo cambiar. Se encolerizó contra el profeta y tomó la determinación de destruirle. Si Elías le hubiera enviado palabras mentirosas y aduladoras las hubiera aceptado, pero no podía tolerar la verdad. Qué parecido a las gentes entre las que nos toca vivir, las cuales preferirían morir en su lugar de diversión a ser hallados sobre sus rostros ante Dios. Ocozías era joven y arrogante, y no estaba dispuesto a sufrir la reprensión ni a tolerar que nadie se opusiera a su voluntad; no, ni aun Jehová mismo. El mensaje de Elías, aunque dado en el nombre de Dios y por su expreso mandato, enfureció hasta lo sumo al monarca, quien decidió al instante que el profeta debla morir, como si éste hubiera hecho algo que no fuera cumplir con su deber.

 

"Y envió luego a él un capitán de cincuenta con sus cincuenta, el cual subió a él; y he aquí que él estaba sentado en la cumbre del monte. Y é1 le dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho que desciendas" (v. 9). Ocozías no tuvo dificultad en encontrar hombres malvados, dispuestos a llevar a cabo las órdenes más perversas e implas. Esa compañía de soldados se puso en marcha con prontitud para prender al siervo de Dios. Lo encontraron sentado tranquilamente en una cima. El capitán puso toda el alma en el cumplimiento de su misión, lo que se manifestó por el modo insolente en que se dirigió a Elías como "varón de Dios", término usado a modo de escarnio e insulto. Equivalía a decir: Tú apelas a Jehová como Señor tuyo; nosotros venimos en nombre de un rey mayor que Él: ¡el rey Ocozías dice que desciendas! ¡Qué afrenta y qué blasfemia más terribles! No era sólo un insulto a Elías sino también al Dios de Elías; un insulto que no podía dejar de ser recusado. Cuántas veces en el pasado los impíos se han mofado de cosas sagradas y han convertido los términos por los cuales Dios designa a su pueblo en epítetos peyorativos, hablando de ellos con desprecio como “los elegidos”, “los santos”, etcétera. El que ya no lo hagan es debido a. que el oro fino se ha ennegrecido; la santidad ya no es una realidad y una reprensión para los impíos. ¿A quién se le ocurriría designar a la mayoría de los clérigos como "hombres de Dios”? Éstos prefieren que se les conozca como "hombres sociables”, hombres de mundo.

“Elías respondió, y dijo al capitán de cincuenta: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta” (v. 10). En la respuesta terrible de Elías no había venganza personal, sino un celo consumidor por la gloría de Dios a quien el capitán habla insultado de modo tan descarado. El agente real que se habla burlado del hecho de que fuera un "varón de Dios”, iba a recibir prueba concluyente de que el Creador del cielo y de la tierra reconocía al profeta como siervo suyo. La insolencia y la impiedad de ese hombre que habla insultado a Jehová y a su embajador, iban a recibir juicio sumarlo. "Y descendió fuego del ciclo, que lo consumió a él y a sus cincuenta” (v. 10). He aquí una prueba cierta de que Elías no habla obrado movido por un espíritu de venganza, porque de haber sido así Dios no hubiera respondido a su clamor. En una ocasión anterior, el “fuego de Jehová” cayó y consumió el holocausto (1 Reyes 18:38); pero, en esta ocasión, cayó sobre unos pecadores que hablan despreciado aquel sacrificio. Así será, también, cuando "se manifestará el Señor Jesús del cielo con los ángeles de su potencia, en llama de fuego, para dar el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (II Tesalonicenses 1:7,8).

Era de esperar que semejante intervención de Dios sirviera para disuadir, si no al rey abandonado, si a sus sirvientes, y que éstos desistirían de intentar prender a Elías. Pero no fue así: "Volvió el rey a enviar a él otro capitán de cincuenta con sus cincuenta; y hablóle, y dijo: Varón de Dios, el rey ha dicho así: Desciende presto” (v. 11). Es difícil decir qué era, en esta ocasión, más notable, si la locura del herido Ocozías al recibir el informe del hecho terrible, o la presunción de este oficial y sus soldados. Este segundo capitán no tuvo en cuenta lo que le había acontecido a su predecesor y su tropa. ¿Atribuyó a la casualidad el azote que les sobrevino -a que algún rayo les consumió por accidente-, o estaba decidido a desafiarlo todo? Lo mismo que el que le precedió, se dirigió al profeta con lenguaje lleno de desprecio insultante, aunque usando unos términos más perentorios: “Desciende presto”. Ved una vez más cómo el pecado endurece al corazón y lo sazona para el juicio. ¿Y quién te ha hecho a ti diferente? ¡A qué extremos más desesperados hubiéramos llegado si la misericordia de Dios no se hubiera interpuesto y detenido nuestra loca carrera! ¡Bendita sea la gracia soberana que me arrancó como un ascua del fuego encendido!

 

"Y respondióle Elías, y dijo: Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta" (v. 12). Se habían dado pruebas de que Jehová era omnisciente (v. 4), y era necesario que supieran que también es omnipotente. ¿Qué es el hombre en las manos de su Creador? Un rayo, y los cincuenta y un enemigos se convirtieron en rastrojo quemado. Y si todos los ejércitos de Israel, mejor dicho, la raza humana entera, se hubiera reunido allí, no se hubiera necesitado otro poder. Qué locura que resista al Todopoderoso, aquel que tiene "aliento de espíritu de vida en sus narices": “¡Ay del que pleitea con su Hacedor!” (Isaías 45:9). Algunos han condenado a Elías por haber destruido a aquellos hombres, olvidando que él no podía hacer descender fuego del cielo. Elías no hizo otra cosa que anunciar lo que Dios mismo había determinado hacer. Y el Señor no obró así para complacer al profeta, o para satisfacer algún sentimiento vengativo propio, sino para mostrar su poder y justicia. No puede decirse que aquellos soldados fueran inocentes, por cuanto no estaban cumpliendo ningún deber militar, sino luchando abiertamente contra el cielo, como indica el lenguaje del tercer capitán. Esto ha quedado registrado como aviso perenne para todas las generaciones los que se burlan y persiguen a los siervos fieles de Dios no escaparán a su castigo. Por otro lado, los que les ayudan y reciben no perderán su recompensa, "Y volvió a enviar el tercer capitán de cincuenta con sus cincuenta” (v. 13). Qué obstinación más terrible. Endureciendo deliberadamente su corazón, Ocozías se esforzó contra el Todopoderoso e hizo un intento más para herir al profeta. Aunque estaba en su lecho de muerte y sabia del juicio divino que había caldo sobre dos compañías de sus soldados (como parece indicarlo el v. 14), persistió en extender su mano contra el ungido de Jehová y expuso a ser destruidos a otro de sus capitanes con sus hombres. Cuán veraces son aquellas palabras de la Escritura: “Aunque majes al necio en un mortero entre granos de trigo a pisón majados, no se quitará de él su necedad" (Proverbios 27:22). ¿Por qué? Porque "el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal, y de enloquecimiento en su corazón durante su vida” (Eclesiastés 9:3). En vista de tales declaraciones inequívocas, y de los ejemplos de Faraón, Acab y Ocozías, no debería sorprendernos lo más mínimo lo que vemos y leemos que tiene lugar en el mundo en estos días. Entristecidos y apenados sí que hemos de estarlo, pero jamás perplejos y azarados.

“Y subiendo aquel tercer capitán de cincuenta, hincóse de rodillas delante de Elías, y rogóle, diciendo: Varón de Dios, ruégote que sea de valor delante de tus ojos mi vida, y la vida de estos tus cincuenta siervos. He aquí ha descendido fuego del cielo, y ha consumido los dos primeros capitanes de cincuenta, con sus cincuenta; sea ahora mi vida de valor delante de tus ojos” (vs. 13,14). Este hombre tenía una disposición distinta de la de los dos que le precedieron: Dios tiene un remanente, según la elección de gracia, aun en las fuerzas armadas. Sin atreverse a hacer nada contra Elías, usó de sumisión humilde y súplicas fervientes con marcado respeto. Era una apelación conmovedora, una verdadera oración. Atribuyó la muerte de las dos compañías anteriores a su verdadera causa, y parece que tenía un sentido temeroso de la justicia de Dios. Reconoce que sus vidas yacen en las manos del profeta y pide que les sean salvadas. De este modo Jehová proveyó, no sólo de seguridad, sino también de honor a Elías, como lo había hecho con Moisés cuando Faraón amenazó con matarle (Éxodo 11:8). La súplica de ese capitán no fue en vano. Nuestro Dios está siempre presto a perdonar al que suplica humildemente, por rebelde que haya sido; y el modo de prevalecer ante Él es inclinarnos ante Él.

"Entonces el ángel de Jehová dijo a Elías: Desciende con él; no hayas de él miedo" (v. 15). Ello demuestra claramente que Elías obraba por un impulso divino que le guiaba en las ocasiones anteriores en que tan severo se mostró. Ni Dios ni su siervo podían disfrutar quitando la vida a quienes se acercaran a ellos de un modo apropiado. Los otros habían sido heridos para castigar su escarnio e impiedad. Pero este capitán acudió con temor y temblor, no con malevolencia hacia el profeta ni desprecio hacia el Señor. Por consiguiente, halló misericordia y favor: no sólo sus vidas fueron preservadas, sino que el capitán tuvo éxito en su misión, ya que Elías fue con él al rey. Los que se humillan serán ensalzados, mientras que los que se ensalzan serán humillados. Aprendamos del ejemplo de Elías para tratar de modo benigno a aquellos que pueden haber sido usados contra nosotros, cuando evidencian su arrepentimiento y nos piden clemencia. Observad que fue "el ángel del Señor” quien se dirigió de nuevo al profeta; ¡pero qué prueba más grande de su obediencia y valor! El profeta había exasperado grandemente a Jezabel y a sus partidarios, y ahora su hijo debla de estar furioso contra él. Con todo, por cuanto el Señor le había mandado que fuera, asegurándole "no hayas de él miedo”, podía aventurarse a ir a la presencia de sus enemigos furibundos. Estos no podían mover ni un dedo en contra suyo sin el permiso de Dios. El pueblo de Dios está a salvo en sus manos, y por la fe puede apropiarse las palabras triunfales del Salmo 27:1-3.

“Y él se levantó, y descendió con él al rey” (v. 15), con presteza y confianza, sin temor a su ira. No puso ninguna objeción ni demostró temor alguno por su seguridad personal: aunque el rey estaría lleno de rabia y rodeado por numerosos cortesanos, se puso en las manos del Señor y se sintió seguro bajo su promesa y protección. Qué prueba más asombrosa de la fe del profeta y de su obediencia a Dios. Pero Elías no fue a enfrentarse al rey hasta que el Señor le mandó hacerlo, enseñando a Sus siervos a no obrar de modo temerario ni a exponerse al peligro descuidada e innecesariamente; mas, tan pronto como el Señor se lo ordenó, fue con prontitud, alentándonos a seguir la guía de la Providencia con confianza en Dios en el cumplimiento del deber, diciendo: "El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me hará el hombre” (Hebreos 13:6).

“Y dijole: Así ha dicho Jehová”, etc. (v. 16). Elías repitió al rey, sin modificarlo, lo que había dicho a sus servidores. Sin temor, y sin tratar de atenuar sus palabras, el profeta habló las de Dios de modo llano y fiel; en el nombre de Aquel en cuyas manos están la vida y la muerte, reprochó al rey sus pecados y pronunció sobre él la sentencia. Qué mensaje más terrible el que recibió: que iría de su cama al infierno. El tisbita, después de cumplir su encargo, se alejó sin ser molestado. A pesar de lo furiosos que estaban Jezabel y sus seguidores, el rey y sus siervos, quedaron tan mansos como corderos y tan silenciosos como estatuas. El profeta entró y salió de entre ellos sin ser tocado, sin recibir mayor daño que Daniel el ser echado al foso de los leones, porque confiaba en Dios. Ojalá ello hiciera que nosotros saliéramos a cumplir con nuestra misión con firmeza y humildad. "Y murió conforme a la palabra de Jehová que había hablado Elías” (v. 17).

 


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