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BERESHIT ELOHIM MINISTERIO

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UN MENSAJE ATERRADOR

04.08.2014 16:18

 

"Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío? Y él respondió: Hete encontrado, porque te has vendido a mal hacer delante de Jehová” (I Reyes 21:20). Hemos considerado ya la pregunta de Acab y la primera parte de la respuesta del profeta; llegamos ahora a la acusación solemne que dirigió al rey. "Porque te has vendido a mal hacer delante de Jehová.” Debemos observar, en este punto, cuán indispensable es que consideremos por separado cada una de las palabras de las Sagradas Escrituras; ya que, si leemos este versículo sin la debida atención, dejaremos de diferenciarlo de una expresión que se encuentra en el Nuevo Testamento, la cual, aunque semejante en apariencia, tiene un significado muy distinto. En Romanos 7:14, el apóstol declara: "Mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado.” Esta afirmación ha confundido a no pocos, y algunos han entendido tan mal su sentido que lo ha relacionado con la terrible acusación del profeta contra Acab. Puede que sea una divagación, pero estamos seguros que muchos de los lectores recibirán bien unos pocos comentarios expositivos sobre la diferencia de significado entre las dos expresiones.

Se observará que Romanos 7:14 comienza con la afirmación: “Porque sabemos que la ley es espiritual", que entre otras cosas equivale a decir que legisla para el alma además de para el cuerpo, y que sus exigencias alcanzan, no sólo al mero acto visible, sino también a la causa que lo motivó y al espíritu en el r---1se realiza; en una palabra, requiere conformidad y pureza interiores. Fue al mirar a los requisitos altos y santos de la ley de Dios que el apóstol declaró: “Yo soy carnal". No lo dijo a modo de excusa, ni para justificarse por quedar tan lejos del modelo divino que presenta ante nosotros, sino como condenación propia por no ser conforme al mismo. Esta es la confesión triste que hace todo cristiano sincero. "Yo soy carnal”, expresa lo que todo creyente es por naturaleza: nacido de arriba, mas sin que la “carne” que mora en él haya mejorado en lo más mínimo. Y ello no sólo es verdad cuando el creyente ha sufrido alguna caída: él es siempre "carnal”, por cuanto no puede librarse de este hecho humillante. Cuanto más crece el cristiano en la gracia, más se da cuenta de su carnalidad y de que la “carne" contamina sus acciones mejores y más santas.

"Vendido a sujeción del pecado.” Ello no quiere decir que el santo se entregue para ser el esclavo voluntario del pecado, sino que se ve en el caso y con la experiencia de un esclavo; de uno cuyo amo le obliga á hacer cosas contra sus propias inclinaciones. La traducción literal del griego es: "habiendo sido vendido bajo pecado", es decir, en la calda, en cuyo estado continuamos hasta el fin de nuestra carrera terrenal. "Vendido" para estar bajo el poder del pecado, por cuanto la vieja naturaleza jamás es hecha santa. El apóstol habla de lo que él mismo experimenta, de lo que es ante Dios, no de lo que parecía ante los ojos del mundo. Su “viejo hombre” se oponla por completo a la ley de Dios. Habla un principio malo en él contra el cual luchaba, del que deseaba ser librado, pero que seguía ejerciendo su terrible poder. A pesar de la gracia que habla recibido, se veía lejos, muy lejos de la perfección, e incapaz en todos los sentidos de alcanzarla, aunque deseándola. Fue al medirse con la ley, que requiere amor perfecto, cuando se dio cuenta de lo lejos que estaba de ella.

"Vendido a sujeción del pecado”; es decir, la corrupción interior retiene al creyente. Cuanto más progreso espiritual le es dado hacer, más descubre sus impedimentos. Es como un hombre que camina cuesta arriba con una gran carga sobre sus espaldas: cuanto más asciende, más se da cuenta de ese peso. Pero, ¿cómo armoniza esto con el versículo que dice: "el pecado no se enseñoreará de vosotros” (Romanos 6:14)? De la forma siguiente: aunque el pecado que mora en él tiraniza al creyente, en ninguna manera  prevalece contra él de modo total y absoluto. El pecado reina en el pecador y tiene un dominio completo e indiscutible sobre él; pero no así en el santo. Aun así, es una plaga que le impide alcanzar la perfección a la que ansia (véase Filipenses 3:12). Desde el punto de vista de la nueva naturaleza y según Dios le ve en Cristo, el creyente es espiritual; pero desde el punto de vista de la vieja naturaleza y según Dios le ve en sí mismo, es "carnal”. Como hijo de Adán, está "vendido a sujeción del pecado”; como hijo de Dios, “según el hombre interior”, se deleita en la ley de Dios (Romanos 7:22). Las acciones de un esclavo son, en verdad, sus propias acciones; así y todo, al no ser cometidas con el consentimiento pleno de su voluntad y deleite de su corazón, no son una prueba justa de su disposición y deseos.

El caso de Acab era infinitamente diferente del que acabamos de bosquejar: lejos de ser cautivo en contra de su voluntad, se había “vendido a mal hacer delante de Jehová”. Acab se dio de modo deliberado y sin límite a toda clase de maldad a despecho del Altísimo. Lo mismo que Balaam "amó el premio de la maldad" (II Pedro 2:15), y por consiguiente se dejó sobornar por Balac para maldecir al pueblo de Dios; así como Judas codició la plata de los príncipes de los sacerdotes, fue a encontrarles y convino con ellos en traicionar al Salvador (Mateo 26:14,15), así también, este rey apóstata se vendió “a mal hacer” sin remordimiento ni reserva algunos. El crimen horrible que cometió contra Nabot no era un acto aislado, contrario al tenor general ni al curso de su vida -como lo había sido el de David en el asunto de Urías, sino simplemente una muestra de su rebelión continuada contra Dios. "Habiéndose vendido a mal hacer delante de Jehová, despreciándole y desafiándole, estaba empleado en los negocios de su amo como un esclavo, de modo abierto, constante y diligente” (Thomas Scott).

 “Te has vendido a mal hacer delante de Jehová.” Su decadencia comenzó cuando se casó con Jezabel (v. 25), pagana e idólatra; y las consecuencias de esa unión terrible están registradas para nuestra instrucción. Se levantan como una luz roja, una señal de peligro y un aviso solemne para el pueblo de Dios en nuestros días. La ley prohibía de modo expreso a un israelita casarse con una gentil; y el Nuevo Testamento prohíbe de modo igualmente explícito al cristiano el casarse con una mundana. "No os juntéis en yugo con los infieles; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas?” (II Corintios 6:14). El cristiano corre gran peligro si de modo premeditado pisotea este mandamiento divino, por cuanto la desobediencia deliberada no puede hacer otra cosa que incurrir en el desagrado notorio de Dios. Si un hijo suyo se une a una mujer que no es creyente, es como si hiciera que Cristo tuviera concordia con Belial (II Corintios 6:15). Cuando un cristiano se casa con una infiel, un hijo de Dios se une a una hija de Satanás. ¡Qué combinación más terrible!

Elías denunció a Acab en tonos inequívocos por su unión desafiadora con Jezabel y por todos los males que esa unión habla producido. "Te has vendido a mal hacer delante de Jehová.” El deber primordial del siervo de Dios es éste: dar a conocer la indignación y el juicio del cielo contra el pecado. Dios es el enemigo del pecado. Él "está airado todos los días contra el impío” (Salmo 7:11). Su ira se manifiesta contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Romanos 1:18). Esa ira es el antagonismo de la santidad contra el mal, del fuego consumidor contra todo lo que es incapaz de detenerlo. El deber de todo siervo de Dios es declarar y dar a conocer la situación y la suerte terribles del pecador; que los que no están con Cristo están contra Él, que el que no camina con: Él está luchando contra Él, y que el que no se rinde a Su servicio está sirviendo al diablo. Dijo el Señor Jesús: “Aquel que hace pecado, es siervo de pecado” (Juan 8:34), está cumpliendo las órdenes de su amo y es el esclavo de sus concupiscencias, pero es un esclavo voluntario que se deleita en ello. No es un servicio que le ha sido impuesto contra sus deseos, sino que él mismo se ha vendido al mal y en él permanece por su propia voluntad. Y por consiguiente, es una servidumbre culpable por la cual ha de ser juzgado.

“Esta era, pues, la prueba que esperaba a Elías, y es, en esencia, la que espera a todo siervo de Cristo- en el día presente. Era portador de un mensaje desagradable. Se requería de é1 que se enfrentara al rey impío y que le dijese en la cara exactamente lo que era a los ojos de un Dios que odia el pecado. Es una tarea que requiere firmeza de carácter y corazón valeroso. Una tarea que requiere que la gloria de Dios ponga a un lado todas las consideraciones sentimentales. Una tarea que pide el apoyo y la cooperación de todo el pueblo de Dios. Que nadie diga ni haga nada que pueda desanimar al ministro en el cumplimiento fiel de su deber. Lejos de ellos esté el decir: "No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras” (Isaías 30:10). Que el pueblo de Dios ore fervientemente para que haya en sus ministros el espíritu de Elías, para que les sea dado “que con toda confianza" hablen la palabra (Hechos 4:29), y para que no rehuyan el anunciar todo el consejo de Dios (Hechos 20:20,27). Que procuren sustentar sus manos para que no desmayen en el d1a de la batalla (Éxodo 17:12). Qué diferencia más grande cuando el servidor de Dios sabe que le apoya un pueblo que ora. ¿Qué responsabilidad alcanza a los que se sientan en los bancos por el estado en que se halla la predicación actual?

"He aquí yo traigo mal sobre ti” (v. 21). El siervo de Dios, no sólo tiene el deber de pintar en sus colores verdaderos la senda que el pecador ha escogido, sino que ha de dar a conocer, también', el fin inevitable al que tal senda conduce. En primer lugar, y en un aspecto negativo, los que se han vendido a mal hacer delante del Señor, han sido vendidos “de balde” (Isaías 52:3). Satán les ha asegurado que, al entrar a su servicio, saldrán ganando en gran manera y que, si dan rienda suelta a sus concupiscencias, estarán alegres y gozarán de la vida. Pero, como Eva descubrió en el principio, él es mentiroso. Podríamos preguntar a los que se venden a mal hacer: "¿Por qué gastáis el dinero no en pan, y vuestro trabajo no en hartura?" (Isaías 55:2).

El dar gusto a la carne no produce satisfacción a la mente, ni paz a la conciencia, ni alegría real para el corazón, sino que más bien arruina la salud y acumula desdicha. Qué negocio más ruinoso es vendernos "de balde”. Despilfarrar nuestro caudal en una vida disoluta y, luego, caer en la necesidad más calamitosa. Prestar obediencia completa a los dictados del pecado y recibir a cambio sólo golpes y reveses. ¡Qué locura servir a semejante dueño!

Pero el siervo de Dios tiene un deber aun más doloroso que cumplir, el cual es anunciar el aspecto positivo de las consecuencias de vendernos a mal hacer delante del Señor. El pecado tiene una paga terrible, querido lector. Eso es lo que hace en el momento presente de la historia del mundo. Los horrores de la guerra, con todo el sufrimiento y la angustia incalculables que lleva consigo, es la paga del pecado que reciben ahora las naciones; y las naciones que han pecado contra la luz más clara y los privilegios mayores son las que están recibiendo la paga más durai.,¿No es justo que sea así? Sí, una “justa paga de retribución” (Hebreos 2:2), es como la designa la Palabra de Verdad. Y el mismo principio es aplicable al individuo; a todo el que se vende a mal hacer delante del Señor, Él le dice: "He aquí ya traigo mal sobre ti”, juicio espantoso que anonadará y consumirá totalmente. Este es, también, el deber del siervo de Dios: declarar con toda solemnidad a todo ser rebelde contra Dios, no importa cuál sea su rango: "Impío, de cierto morirás” (Ezequiel 33:8); y el mismo versículo sigue diciendo que Dios dirá al atalaya que ha faltado a su deber: “Su sangre Yo la demandaré de tu mano.” Ojalá podamos decir con el apóstol Pablo: "Yo soy limpio de la sangre de todos” (Hechos 20:26).

"Y yo pondré' tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahias; por la provocación con que me provocaste a ira, y con que has hecho pecar a Israel. De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en la barbacana de Jezreel. El que de Acab fuere muerto en la ciudad, perros le comerán; y el que fuere muerto en el campo, comerlo han las aves del cielo” (versículos 22-24). El molino de Dios muele despacio, pero lo hace de modo extremadamente fino. Acab había desafiado a Jehová durante muchos años, pero el día de la retribución estaba cerca, y cuando amaneciera, el juicio divino iba a caer no sólo sobre el rey apóstata y su vil mujer, sino también sobre toda su familia; de esta forma su casa malvada sería exterminada de modo total. ¿No está escrito que "el nombre de los impíos se pudrirá” (Proverbios 10:7)? Se nos da aquí una ilustración terrible de aquel principio solemne en el gobierno de Dios: "Visito la maldad de los padres sobre los hijos” (Éxodo 20:5). Ved en ello la justicia de Dios al hacer que Acab segara lo que había sembrado: no sólo habla consentido a la muerte de Nabot (21:8), sino que los hijos de Nabot también hablan sido muertos (11 Reyes 9:26); de ahí que la retribución de Dios cayera, no sólo sobre Acab y Jezabel, sino también sobre sus hijos.

“Y yo pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahías.” Al declarar que pondría la casa de Acab como la de los otros dos reyes impíos que le habían precedido, Dios anunció la destrucción total de sus descendientes, y ello de modo violento. Porque, de la casa de Jeroboam -cuya dinastía duró apenas veinticuatro años-, leemos: "Hirió toda la casa de Jeroboam, sin dejar alma viviente de los de Jeroboam, hasta raerlo” (IReyes 15:29); mientras que de Baasa -cuya dinastía duró tan sólo poco más de un cuarto de siglo-, se nos dice que no dejó varón, "ni sus parientes ni amigos” (I Reyes 16:11). Es probable que una de las razones de que la condenación terrible que sobrevino a las familias de sus predecesores se mencionara aquí de modo tan específico, fuera el hacer más énfasis aun en la enormidad de la conducta de Acab: el haber dejado de atender a esos juicios recientes de Dios. Cuando nos negamos a atender a los avisos solemnes que la historia registra de los juicios inequívocos de Dios sobre los obradores de maldad, nuestro pecado se hace más grave, del mismo modo que la culpabilidad de nuestra generación es tanto mayor por cuanto desestimó la llamada de atención que la guerra de 1914-18 hizo a todas las naciones para que abandonaran su maldad y se volviesen al Dios de sus padres.

¿Y cuál fue el efecto que este mensaje de Jehová produjo en Acab? Al ver al profeta se desconcertó y molestó; mas cuando oyó la terrible sentencia se afectó profundamente: “rasgó sus vestidos, y puso saco sobre su carne, y ayunó, y durmió en saco, y anduvo humillado” (v. 27). No intentó defenderse ni hacer callar a Elías. Su conciencia le hirió por haber consentido al acto criminal, por apropiarse del botín, aunque sin matar al dueño del mismo. Sabía bien que el asenso a la iniquidad por parte de los que están en autoridad, los cuales deberían reprimirla, es considerado como su propia obra; y que el que recibe objetos robados es tan culpable como el mismo ladrón. Quedó humillado y confundido. Dios puede hacer que el pecador más intrépido tiemble y que el más arrogante se humille a si mismo. Pero no es oro todo lo que reluce. Puede que alguien dé grandes muestras de arrepentimiento sin que su corazón haya sido cambiad¿. Muchos han temido la ira de Dios y, sin embargo, no han querido dejar sus pecados. Debe tenerse- en cuenta el hecho de que no hay indicación alguna de que Acab se separara de Jezabel ni estableciera de nuevo el culto a Jehová.

Lo que aquí se nos dice de Aciab es tan solemne como aleccionador. Solemne porque es un aviso contra el peligro de ser engañados por las apariencias. Acab no se esforzó en justificar sus crímenes ni se volvió contra Elías. Es más, se humilló a sí mismo y¡ por sus acciones visibles, reconoció la justicia de la sentencia divina. ¿Qué más podía pedirse? ¡Éste es el punto que reviste la máxima importancia. La enmienda externa de nuestros caminos, aunque buena en sí misma, no es suficiente, “lacerad vuestro corazón, y no vuestros vestidos” (Joel 2:13): es lo que Dios exige. Un hipócrita puede ir muy lejos en el cumplimiento aparente de deberes sagrados. Los pecadores más endurecidos pueden enmendarse durante un tiempo. (Marcos 6:20; Juan 5:35). Cuántos impíos ha habido quienes, en tiempos de peligro o enfermedad grave, se han humillado ante Dios; pero que han vuelto a su impiedad tan pronto como han recobrado la salud. La humillación de Acab no era más que superficial y transitoria, ya que era producida por el temor al juicio y no por el odio a sus pecados. No se nos dice que restituyera la viña de Nabot a sus herederos, y cuando no se deshacen los entuertos tenemos motivos para dudar seriamente del arrepentimiento. Más adelante diría de un siervo de Dios: "le aborrezco” (22:8), demostración clara de que no había experimentado cambio alguno en el corazón.

El caso de Acab es, también, aleccionador, por cuanto arroja luz acerca del modo como Dios trata y gobierna a los individuos en esta vida. Aunque el arrepentimiento del rey no era sino superficial, con todo, al ser una humillación externa ante Dios, constituía una confesión y un acto que honraba al Señor, y que hizo que su sentencia le fuera remitida- “Por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (v. 29). De este modo se le libró de la angustia de ser testigo de la matanza de sus hijos y del exterminio total de su casa. Pero no había apelación posible a la sentencia divina pronunciada contra su persona. Y el rey no pudo evitar el golpe de Dios, aunque intentó hacerlo (22:30). El Señor había dicho: "En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre” (21:19), y se nos dice que “murió pues el rey, y fue traído a Samaria;'y sepultaron al rey en Samaria. Y lavaron el carro en el estanque de Samaria; lavaron también sus armas; y los perros lamieron su sangre, conforme a la palabra de Jehová que habla hablado” (22:37,38). El que se vende al pecado ha de recibir la paga del pecado. Para la ruina que sufrió la familia de Acab, véase II Reyes 9:25; 10:6, 7, 13, 14, 17.

 

“De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en la barbacana de Jezreel” (21:23). Las amenazas que pronunció el profeta no fueron palabras vanas, sino el anuncio del juicio divino que se cumpliría poco después. Jezabel sobrevivió algunos años a su marido, pero su fin fue el que Elías anunciara. Fiel a su depravada naturaleza, vemos que aun en el día de su muerte “adornó sus ojos con alcohol, y atavió su cabeza, y asomóse a una ventana" para llamar la atención (II Reyes 9:30). Es grave observar que Dios toma nota de tales cosas, no con aprobación sino con repudio; y es igualmente grave ver en este pasaje que aquellas mujeres que pintan sus rostros, se toman tanto trabajo en adornar de modo artificial sus cabellos y buscan hacerse notables pertenecen a la misma clase que esa reina vil y "maldita” criatura (v. 34). Alguno de sus propios criados la lanzó por la ventana, y su sangre salpicó la pared y su cuerpo fue pisoteado sin piedad. Poco tiempo después, cuando se dieron órdenes de que éste fuera enterrado, los perros se habían dado tanta maña que “no hallaron de ella más que la calavera, y los pies, y las palmas de las manos” (II Reyes 9:35). Dios es tan fiel y veraz al cumplir sus amenazas como lo es al cumplir sus promesas.